En tiempos en que el afecto se enmascara detrás de las redes virtuales, la búsqueda del amor -energía básica de la vida, como la materialidad del alimento- aparece como una dificultad, en tanto abrirse francamente a un otro presupone una tarea y un enredo. Pero también como una búsqueda posible de satisfacción.
Enamorarse es hablar corto y enredado es una obra sobre el encuentro amoroso, esa relación estrecha que carece de manual de instrucciones, a la que se ingresa sin pedir permiso y más allá de la voluntad. Dos que descubren a un otro, se descubren a sí mismos y construyen un tesoro común e inesperado.
Una mujer de la ciudad y un hombre de la llanura se encuentran por primera vez en el banco de una plaza. No les hace falta otra cosa que el deseo, las ganas. El mate que él ceba es una excusa para el diálogo tierno y sensible. Sus nombres son Ana y Pedro y una mariposa vuela a su alrededor, finita como un papel, acaso presagiando la variedad de colores que tomará el encuentro.
Él la nombra etérea, impalpable. Habla de la mariposa y también de ella, Ana, que al comienzo duda entre quedarse e irse, para luego permanecer junto al desconocido que le va revelando entre amargo y amargo los detalles de su vida doméstica. El cruce entonces se hace círculo y se produce el encantamiento. La charla va en un in crescendo matizando el realismo escénico con una poética de lo cotidiano. La conversación sincera va ganando dinámica en contraste con la quietud de los cuerpos anclados en el banco de la plaza. El público se convierte en testigo de ese amor naciente, se ríe, aprueba y aplaude.
La propuesta es simple y explícita: con el recurso del piso giratorio, la pareja le da vueltas física y discursivamente a los lugares comunes del amor y a la demolición colosal de esos mismos lugares comunes, con sutileza y humor.
Así, salen a la luz expresiones nimias, insignificantes, que van acompañando el movimiento de aproximación y distancia de los cuerpos y el ritmo de las vicisitudes subjetivas escondidas bajo la timidez de un cortejo apenas insinuado.
La trivialidad y la radicalidad, la transparencia y la complejidad del querer se presentan en esta puesta exquisita que acaba de desembarcar en el teatro Metropolitan, es decir en la avenida Corrientes, con texto y dirección de Leandro Airaldo e interpretada con precisión por Sol Rodríguez Seoane y Emiliano Díaz, luego de estar durante casi una década en salas alternativas.
“El rapto amoroso (puro momento hipnótico) se produce antes del discurso y tras el proscenio de la conciencia: el ‘acontecimiento’ amoroso es de orden hierático: es mi propia leyenda local, mi pequeña historia sagrada lo que yo me declamo a mí mismo”, escribe Roland Barthes en su Fragmentos de un discurso amoroso. “Y esta declamación de un hecho consumado (coagulado, embalsamado, retirado del hacer pleno) es el discurso amoroso”.
El amor quiere pregonarse, enunciarse, exclamarse por todas partes. A quien se ama y al mundo. Enamorarse es hablar corto y enredado ha sido distinguida con los Premios Teatro del Mundo, Trinidad Guevara, Argentores, del Espectador (Escuela de espectadores de Mar del Plata), Premio en dramaturgia en el Festival Temporada Alta. Ha participado en FIBA 2020, Fiesta de Teatro CABA 2018, V Festival Novísima Dramaturgia Argentina del Centro Cultural de la Cooperación, FITU (Ciudad de México), Festival Mar del Sud en Escena, Vicente López en Escena Festival de Teatro en Espacios Inesperados, II Festival de Teatro Larroque, Festival Temporada Alta Teatro Timbre 4.
Sobre la edad de oro mítica que anhelamos, la que habitamos o de la que hemos sido expulsados, escribe Anahí Mallol (nacida en La Plata en 1968) en su reciente libro, El paraíso (ediciones Caleta Olivia), convirtiendo ese espacio/tiempo idealizado en el núcleo de sus significaciones. No se trata del edén inmaterial y etéreo donde residen los ángeles y las almas, sino de un yo lírico carnal que ilumina la particular verdad de sus relaciones más cercanas.
Anota Mallol: Me gustaría decirte/ en esta tarde en que estamos juntos/ tan juntos que es lo más juntos que se puede estar/ esto es así esto es lo que hay y va a ser/ así siempre/ me gustaría seguir en este abrazo toda la tarde.
Compone como respira, sin pausa, como la lectora que la constituye y construye poesía con su percepción minuciosa del mundo interno, la voz propia, los silencios, y con los sentidos puestos en el exterior, los encuentros y desencuentros. El paraíso es un cuerpo textual de un centenar de poemas delicados y dedicados, de verso libre con unidad formal y temática, arrojados al infinito. Hubo tiempos en que la vida era recostarse en el pasto/ regar las lavandas por la tarde/ celebrar el color el olor del limonero/ opulento y fragante azahar o fruto/ el mar sobre las piernas escama a escama/ los brazos tendidos como alas/ y la transmigración de la emoción sin palabras
Mallol convierte en imágenes poderosas la contingencia, el encuentro, el devenir y la afectividad, expresiones de un quantum de potencia y belleza. Combinación precisa/ estos juegos de atracciones y repulsas/ como imanes u órbitas lunares/ como objetos o animales contenidos en el ámbar de los sueños.
Poeta, traductora y docente, la autora de El paraíso combina lo sagrado y lo profano al pararse en el templo de la vida, contemplar su experiencia como mujer y madre, y ofrendarle al lector un flujo de sensaciones que lo apartan del estado habitual de las cosas. Retiene el instante y lo transforma en arte. Como dice Marina Mariasch: “La poesía reside en estados de suspensión, de incertidumbre. Pero algo tiene por seguro: habla desde el paraíso. Un paraíso que ahora es edén, ahora es un jardín cualquiera, o el living de la vida misma. Es el lugar del amor, esa felicidad que se guarda ‘en el bolsillo secreto del corazón’. Un lugar que no puede ser mejor, pero del que podemos ser expulsados al primer mordisco”.
Había un paraíso y ahí estábamos/ en la fidelidad al milagro/ de querer y saberse querido y aventurar un para siempre/ en medio de los cambios.
LH/MF