La primera vez que escuché sobre el FMI fue en 1984, yo era una niña de séptimo grado y en todos lados sonaba “Estoy tocando fondo”, un hit de moda del grupo de revival pop Viuda e hijas de Roque Enroll. El tema tenía un estribillo pegadizo que cantaba “Fondo. Monetario. Internaciona-al, Fondo. Monetario. Internaciona-al ”. En un rapto asociativo, Mavi Díaz y compañía (entre ellas la legendaria María Gabriela Epumer) incluían al ente financiero por el simple juego de palabras entre la doble acepción de “fondo” como parte interior más baja o como organización que reúne caudales para ayudar. Más que nada, la canción hablaba de una joven rockabilly que había caído en un pozo de penurias porque no la llamaban los amigos, el despertador y el tocadiscos no le funcionaban, se le aflojaba el peinado con spray y, para colmo, estaba enamorada de un cantante que se creía muy vivo. Su único consuelo era el twist.
El efecto de la canción era jocoso, absurdo. ¿Por qué uno bailaría el twist al ritmo del FMI? Sin embargo, allá estábamos, muchas chicas argentinas bailando con una rebeldía inocentísima, por el simple hecho de trastocar en sentido banal algo tan del mundo de los economistas, de las noticias sofisticadas, importantes, definitorias, imposibles casi. La última vez que escuché sobre el FMI fue hace una semana: un nuevo anuncio nacional acerca de que habíamos pactado un acuerdo para financiar el déficit. Con el FMI. Yo también. Como argentina que soy también entré en el baile y pasé de mi estatus existencial de deudora vital, llámese culpa, al estatus ciudadano de codeudora, llámese infelicidad externa. Entre la primera vez, cuando Las viudas corearon “estoy tocando fondo”, y la semana pasada, había visto varias veces abrirse la mano dadivosa del FMI en nuestro territorio, el alivio ocasional, las protestas y advertencias sobre el costo real, el calendario de pagos, la cesación de pagos, los ejemplos nominales: ¿cuánto debe un recién nacido apenas asoma la cabeza en la Argentina?, ¿qué generación de nuestra descendencia podrá imprimir el libre deuda absoluto con el Fondo? Todo un folclore que nos harta material, simbólica e identitariamente. Pero esta vez lo tomé bien. ¿Qué podía yo hacer?
Somos siempre deudores con el otro: le debemos la vida a nuestros padres, a nuestros médicos, a nuestros amores, a nuestros empleadores y empleados, a nuestros profesores, gurúes y mecenas, a nuestras amistades, a nuestros apiadadores y también a nuestros verdugos, a nuestros terapeutas, donantes y a nuestras cuidadoras y editoras (todos las tenemos). Son acreedores íntimos.También somos deudores en lo cotidiano de plata, de cosas.
Debemos la energía eléctrica, el agua y el gas que usamos, debemos el trabajo por trabajar (es decir el del próximo sueldo o la próxima factura o la próxima venta), debemos la plata que pedimos prestada. Hubo una época en la que supe sacar créditos bancarios para solventar la refinanciación de la deuda contraída por pago mínimo con las tarjetas de crédito. Ya se sabe: un dejarse llevar, un pedaleo contrarreloj, una solución ¡qué gran solución! cuando hay que comprar lo que hay que tener ahora y ya: los víveres, un lavarropas nuevo, los artículos de librería para empezar la escuela, un par de zapatos brillosos para ir a una entrevista laboral y ser reclutado. Un indicador de pobreza cruel -cuándo no en esta variable- es no tener acceso al crédito, nadie que te preste unos mangos, nadie que te crea pagador. Cuanto más confiable como pagador uno se muestra más tarjetas de colores exclusivos puede conseguir. Y en inglés. Una black, una gold, una platinum. Después, cuando me llegaba el resumen y era más de lo que yo disponía, pagaba el monto mínimo: esa trampa mortal de la cual advierten los asesores en finanzas personales en cada nota clickbait para hacer un uso ahorrativo de la tarjeta (Les ahorro el click: el secreto según ellos: no usarla). La bola de nieve, en la parte media del recorrido en pendiente y acelerándose, como las leyes de la Física bien lo explican, estaba lanzada. Cuando el nuevo resumen con los últimos consumos sumado al saldo pendiente más los intereses desmentían la fantasía del ciclo anterior, la de tener un ingreso extra, un trabajo nuevo, un aumento, un premio, una herencia que no estaba en los planes, y la plata alcanzaba aún menos, había que buscar plata más grande. Hurgaba desesperada en el homebanking en la pestaña de simulación de cuota de un crédito personal alguna posibilidad realista y aceptaba términos y condiciones y confirmaba y respiraba al ver los números cambiar en la pantalla. Trasvasaba dudando el dinero de cuenta a cuenta y esperaba a que el porvenir provea no sólo aventuras: dinero contante y sonante para pagar. La pandemia me ayudó a saldar esas cuentas. Medio año de no aportar un peso a la industria del esparcimiento y a la prestigiosa institución del taxi resultó compensatoria en mi caso. Muy notable.
Esa trampa mortal de la cual advierten los asesores en finanzas personales en cada nota clickbait para hacer un uso ahorrativo de la tarjeta (Les ahorro el click: el secreto según ellos: no usarla).
Pero conozco gente que realmente necesita vivir rodando dentro de esa bola de nieve que atrapa más materia y se acelera y se agranda. Una persona que siempre debió todo: las expensas, la hipoteca para saldar las expensas, la cuota del colegio, la cuota de la universidad, plata a todos los amigos y a cada pariente de origen y político, la prepaga, el alquiler cuando ya estaba ejecutada la hipoteca, el teléfono y el cable. La estructura de demora está puesta en jugar con el segundo vencimiento y más allá. Esperar el aviso de corte, lidiar con los llamados, pedir prestado y prometer plazos, vender algún cuadro, alguna joya, pedir prestado y prometer un régimen incumplible de ajuste personal, lidiar con los sms de aviso de deuda, con el gerente de sucursal y con el general, con el gas cortado, con la baja de plan, con la no rematriculación de los niños en el colegio y pedir prestado, librar un cheque, mil cheques, aparecer en el informe Veraz, buscar prestamistas en la web, no atender el teléfono a nadie, pensar en tomarse La Cacciola para cruzar al Uruguay, incluso deber la cuota de mantenimiento del cementerio privado donde sus ancestros descansan en relativa paz porque no saben que se debe el cuidado de su morada. O sí. Hay grupos de deudores anónimos que revelan un sentir común en la maniobra de autojustificación de la toma de deuda constante: se suelen sentir superiores al resto y esperan que llegue su oportunidad para salir por arriba, con un fangote de guita para tapar agujeros y bocas que reclaman y maldicen. Se sienten superiores y creen que el mundo les debe a ellos.
Hay grupos de deudores anónimos que revelan un sentir común en la maniobra de autojustificación de la toma de deuda constante: se suelen sentir superiores al resto y esperan que llegue su oportunidad para salir por arriba
También está la personalidad del pagador compulsivo. El que no puede deber nada, para no alterar el orden cósmico. No deja deuda sin saldar. Para todo no solo porque tiene que hacerlo, sobre todo porque no soporta sentirse en deuda. Deber es como morir, morir de culpa, de paranoia, lo perseguirán los acreedores, el Estado, la AFIP, la policía. Naufraga en el imaginario de diluirse en el saldo negativo, en la factura sin resolver, en la cuota sin abonar a tiempo o antes de tiempo. Pero es un síndrome infrecuente. Somos más los deudores. Deber es vivir.
AS