El año 2020 estuvo signado por la sorpresa y el desconcierto ante la irrupción del Covid-19, que en el terreno educativo tuvo una respuesta unívoca a nivel regional con el cierre de la presencialidad de las escuelas por un tiempo prolongado. Durante ese período, como es sabido, los sistemas educativos dieron una respuesta educativa de emergencia y hoy podemos vislumbrar algunas de las consecuencias del desarrollo de la escolaridad en los hogares.
No haremos aquí una descripción detallada de las características del escenario educativo ante estos cambios, dado que ese tema se ha planteado en reiteradas oportunidades: disparidades en materia de conectividad, limitaciones de los docentes en el manejo de las habilidades digitales y el conocimiento didáctico necesario para llevar a cabo una propuesta de enseñanza remota, consecuencias emocionales del aislamiento en los estudiantes, sobrecarga de las mujeres ante la tarea escolar de sus hijos/as, desgaste de los docentes al desarrollar su trabajo en condiciones inéditas, entre los aspectos principales.
Sin embargo, ante la llegada de la segunda ola de contagios a un año de la irrupción de la crisis sanitaria y con la experiencia del tiempo transcurrido, es momento de formular nuevos diagnósticos y, sobre todo, proyectar escenarios para abordar el futuro en el terreno escolar.
Sabemos que la interrupción de la presencialidad escolar ha profundizado las desigualdades educativas. En la reciente publicación “Interrupción de clases presenciales en los barrios populares. Un estudio exploratorio sobre la situación de familias y estudiantes” que hemos elaborado junto con Víctor Volman y Federico Braga desde “Argentinos por la Educación”, se registra que 1 de cada 4 estudiantes de nivel primario discontinuó su escolaridad en 2020 y 1 de cada 10 no retornará a la escuela en 2021. A estos datos hay que agregarles que durante 2020 hubo una importante presencia de otras organizaciones (barriales, iglesias y ONG’s ) que contribuyeron con el apoyo alimentario y brindaron una red de sostén a las familias en condiciones de mayor vulnerabilidad ante la crisis económica. Casi el 60% de las familias manifestaron haber recibido alimentos a través de la escuela, y la mitad de los consultados fueron asistidos por organizaciones de base. Asimismo, la frecuencia de contacto con la escuela y el tiempo semanal dedicado a tareas escolares de estos grupos son semejantes si se los comparan con los datos arrojados por una encuesta representativa a nivel nacional realizada entre familias de nivel primario de escuelas públicas y privadas (Fuente: “Encuesta Escolar Nacional” Argentinos por la Educación, 2020).
La encuesta de “Interrupción pedagógica” señala que un 35% de los niños de sectores vulnerables tuvieron un contacto diario con su docente; se trata de un dato similar al de la encuesta nacional (40,5% de contacto diario en las escuelas del sector privado). Al mismo tiempo, el 42,3% de estudiantes de hogares vulnerables dedicaron entre 3 y 6 horas diarias a la tarea escolar, dato muy semejante al registrado en la encuesta con representatividad nacional (42,6%). Esto quiere decir que el contacto pedagógico estuvo presente por igual en los diferentes contextos, aunque seguramente con diferencias notables en materia de conectividad y adultos con posibilidades efectivas de acompañar la labor escolar.
De modo que frente a condiciones de contacto escolar semejante y con el complemento de la labor de las organizaciones barriales no se logra contrarrestar el riesgo de discontinuidad escolar ante la ausencia prolongada de clases presenciales. Este conjunto de datos evidencia que el trabajo regular en la escuela es insustituible, y que en los contextos de mayor vulnerabilidad social la irregularidad de la asistencia a la escuela oficia como la antesala del abandono escolar. Hay que destacar que el nivel primario se encuentra ampliamente expandido en Argentina desde mediados del siglo XX, con una matrícula consolidada y una tasa de escolarización prácticamente plena. Que haya una pérdida matricular implica un retroceso grave que demandará políticas muy activas para lograr equiparar los niveles de cobertura alcanzados.
Una serie de trabajos difundidos en otros países comienzan a presentar mediciones de las pérdidas de aprendizajes ante el cierre de las escuelas, y sugieren opciones pedagógicas para la recuperación mediante escuelas de verano y la provisión de actividades de estímulo cultural cuando es sanitariamente posible. En este sentido, Chile ha iniciado en marzo de este año el programa “Recupera y Aprende”, impulsado desde su ministerio de educación, que consiste en una batería de propuestas orientadas a las escuelas para nivelar aprendizajes, brindar apoyo socioemocional y redoblar esfuerzos para el retorno de quienes habían abandonado la escuela. Se trata de un programa ambicioso con materiales producidos para que las instituciones puedan desplegarlo durante el ciclo lectivo, ya sea en la escuela o fuera de ella.
Estas tendencias que emergen muestran un camino aún no emprendido en nuestro país que requiere de un Estado que, además de resolver si abre o cierra las escuelas en virtud de la evolución sanitaria, tiene que activar una sintonía muy fina para diseñar políticas, invertir recursos y ejecutar acciones orientadas a diferentes grupos a quienes la crisis educativa ocasionada por el COVID- 19 ha afectado de modo muy dispar. Para plantearlo gráficamente, al semáforo epidemiológico previsto para resolver las aperturas y cierres de las escuelas se le adiciona la necesidad de contar con un “semáforo pedagógico” para trabajar en el retorno a la escuela de quienes la están abandonando y suplir los aprendizajes pendientes de todos.
La atención enfocada en los sectores más vulnerables es crucial porque en materia de vínculo escolar y aprendizaje la escuela resulta para este grupo irremplazable. Una agenda para el futuro escolar de estos chicos es prioritaria para que la educación no quede reservada a quienes tienen el privilegio de contar con internet, dispositivos electrónicos y familias educadas con alguna disponibilidad (que también se agota) para suplir la presencia docente.
SZ