“Así empieza lo malo y lo peor queda atrás”, piensa Beatriz Noguera al estrellar su moto contra un árbol. Tal vez Javier Marías, quien le dio vida al personaje de Noguera, haya pensado lo mismo antes de morir, ayer, a los 70 años. Para quienes seguro que es al revés, y ahora empieza lo peor, es para sus lectores, quienes sabemos que ya no habrá más de esas novelas de las que no podíamos despegar los ojos. Porque el principal problema de leer a Marías era que, al terminar un libro suyo, el próximo que pasaba por nuestras manos parecía una afrenta al lenguaje. La carga de saber que lo próximo que uno leyera iba a ser necesariamente peor que lo recién terminado se compensaba con la esperanza de que Marías escribiese algo más. Hoy, esa esperanza ya no existe. Es el estilo del mundo, sí, pero eso no lo hace menos doloroso.
Es probable que él hubiese perdido hace tiempo la ilusión de que nuestro mundo acelerado entregara algo de interés. Reacio a internet (al que calificaba como “imbecilidad organizada”), al celular y a la computadora, Marías utilizaba máquina de escribir y hasta llegó a amenazar con no escribir más si no conseguía una Olympia Carrera de Luxe cuando se le rompió la última que le quedaba. Era también, de otro tiempo, el tiempo que dedicaba a escribir sus novelas: dos, cuatro, diez años, en un presente en el que los escritores escriben, a veces, más de un “libro” por año. La dedicación se notaba y esperar valía la pena.
Un símbolo de su desprecio por los tiempos que corren fue su decisión de situar su anteúltima novela, Berta Isla, de 2019, entre los sesenta y los noventa. Usualmente, las historias de Marías transcurrían en los momentos históricos en los que eran escritas. Sin embargo, al final, decidió ir para atrás. Su explicación fue que veía una “desustanciación de la gente”, una menor densidad en las personas de hoy, que le impedía imaginar personajes actuales con la densidad moral que a él le interesaba. Otra muestra de su nostalgia era su evidente admiración por quienes encarnaban tiempos pasados: Francisco Rico, experto en El Quijote, quien aparecía una y otra vez en sus relatos con su desdén contra todo lo posterior al medioevo (Rico respondió al discurso de ingreso de Marías a la RAE), o W.G. Sebald, de quien cuenta que, al pedirle una nominación para un premio, le contestó “Querido Javier: yo no leo autores contemporáneos”.
Hijo de una de las figuras más importantes de la filosofía hispana, Julián Marías, Javier hizo de la hidalguía de su padre en su rechazo al franquismo uno de los principales temas de su obra. Tu rostro mañana, su principal obra, aborda directamente el tema, pero la decisión de los perseguidos de seguir adelante y no victimizarse tras la caída del dictador no falta nunca en sus libros. Esta combinación de entereza política y dignidad que Marías tanto admiraba se contrapone con su obsesión de los últimos años: una sociedad de víctimas, en la que nuestra primera reacción es señalar, buscar culpables, cancelar (“Nadie acepta ya que las cosas pasan a veces sin que haya un culpable, o que existe la mala suerte, o que las personas se tuercen y se echan a perder y se buscan ellas solas la desdicha o la ruina”). Como era de esperar, no callarse le supuso el escarnio de todos los tipos de progresismo que él veía como una reencarnación del totalitarismo (“calla, calla, y entonces sálvate”). Supongo que no pudo importarle menos. Acreedor de todo tipo de galardones, profesor de Oxford y de la Universidad Complutense, académico de la RAE, al igual que su padre, y reverenciado por sus pares (de largo el mejor prosista español, decía Roberto Bolaño), Marías no ganó el Nobel y, con los criterios actuales, probablemente no lo hubiera ganado nunca. Un mundo en el que la corrección política parece ser la medida más relevante al mesurar la calidad literaria no era para él.
No tenemos más a la pluma de Marías entre nosotros, y difícilmente encontremos un sustituto rápidamente. Frente al desasosiego, quizás la respuesta esté en no mirar para adelante, sino para atrás: en no buscar nuestro nuevo libro en las novedades de la librería de la esquina, perdido entre manuales de autoayuda e intentos de políticos de tapar su falta de ideas con obras escritas por escritores vicarios, sino en explorar el mundo literario al que la obra de Marías es una privilegiada puerta de entrada para todos los que no somos literatos pero nos apasiona la literatura. El último gran escritor español nos conduce a través de la obra de Shakespeare, que les da título a sus novelas y marca los dilemas morales que exploran, devuelve a la vida a autores como Donne, Marlowe o Hawthorne, tan esenciales como olvidados, y nos marcá un sinfín de historias que nos llevan de sus libros a muchos otros. Marías descansará en la negra espalda del tiempo, “el interminable tiempo que ni siquiera vacila ni aminora el paso tras nuestro acabamiento, y sigue añadiendo y hablando, murmurando e indagando y contando aunque ya no oigamos y hayamos callado”. De este lado, su trabajo quizás nos ayude a que el indefectible avance de la imbecilidad organizada sea, al menos, un poco más lento.
MA