Para Virginia Cosin
Son muchísimas las veces que tengo insomnio y esas veces nunca son iguales. Si hay algo que se sucede distinto cada vez, son las propias noches, tanto aquellas en las que no dormimos como aquellas en las que sí. Si hay algo que escapa estrepitosamente a la rutina, es la noche; nunca una es igual a otra. Cuando dormimos, porque no sabemos qué sueños van a irrumpir, si es que irrumpen. Pero cuando no dormimos, diría que esa diferencia, la diferencia entre una noche y otra, es más estridente, más pronunciada. Los insomnios, entonces, tampoco son todos iguales. Cuando el insomnio se atiborra de preocupaciones se me viene a la cabeza una frase del narrador de Familia de palabras, un cuento de Martín Kohan que leí hace muchísimos años: “todo el mundo sabe que en las noches de insomnio se insinúan fantasmas sombríos que con los albores se diluyen”. Casi siempre me calma esa apelación a la generalidad, a la totalidad: “todo el mundo sabe”, por fin. Lo sombrío es efecto del insomnio, no del asunto, lo sabe todo el mundo, yo no estoy afuera del mundo. Y entonces me calma saber que la primera claridad va a disipar esos asuntos que me impiden dormir. La literatura como refugio.
Todo el mundo sabe, como en esa parte del poema Cazón, de Mary Oliver -incluido en El trabajo del sueño, Caleta Olivia-:
También quise
ser capaz de amar. Y todos sabemos
cómo funciona eso
¿no?
Lento.
Es que a veces las generalidades sirven para calmarnos. Para poder empezar a dormir, o a amar. Pero no siempre el insomnio está lleno de preocupaciones. A veces también la felicidad provoca insomnio. Y a veces se trata de otra cosa. De provocar una soledad, de hacer audible un silencio. De habitar sin inquietud la pérdida de sí. ¿De qué están hechos los insomnios? No falta el sueño, no falta nada. A veces el insomnio recorta presencias, olvidos imposibles, ausencias que insisten.
Insomnio, el precioso libro de Marina Benjamin, traducido por Florencia Parodi y editado por Chai, empieza señalando que durante el desvelo “el mundo cobra otra tonalidad. Es más silencioso y más cercano. Empiezo a prestar atención a las texturas de las sombras”. El libro no pretende enseñar qué es el insomnio, el libro no enseña nada, tampoco es el testimonio de cómo se combate el insomnio porque no lo patologiza, no pretende curarlo. Es, más bien, la escritura de esa otra tonalidad del mundo que aparece en las distintas noches. La pregunta que preciso después de leerlo es ¿cómo está hecho el insomnio?
Me intereso menos por el contenido que por la forma. Me interesa cómo se escribe el insomnio. Marina Benjamin lo hace de a cachos, fragmentariamente. Disipa los sentidos, impide certezas. Y su propio procedimiento literario dice mucho del insomnio: dispersión, devaneo, subrayados, intensidades, luces, sombras, familiaridad, extrañeza; referencias literarias algunas, personales otras. Y apela a la figura del collage, que es también la forma en la que se escribe, tanto el libro como el insomnio. Dice que la alegra darse cuenta de que “al excavar las efusiones nocturnas del cerebro y exponerlas a la luz, el psicoanálisis es básicamente una práctica insomne” (me hace acordar a lo que dijo una vez Constanza Michelson: “el psicoanálisis es una teoría de la noche”).
A la autora no le agrada mucho el mindfulness como técnica para tratar el insomnio porque dice que es como ordenar la casa: “focalizado y satisfactorio durante un rato”. En las antípodas: “el devaneo mental hace asociaciones libres e innovaciones. Sobrepasa sus límites y te arrastra impaciente para que le sigas el ritmo. Es veloz y ligero. Abre puertas y hace pasar pensamientos a través de prismas de colores. Da vueltas, se tropieza, ruge. Y deambula, sin respetar límite alguno, transgrede. Tal vez esto sea algo que la conciencia podría tomar del insomnio”. A veces me pregunto si el insomnio no es la puesta en práctica de ese ejercicio, el del devaneo, ese que posibilita, siempre después, una escritura inédita. “Todos los versos se escriben siempre el día siguiente”, dice Pessoa en el poema Insomnio.
Si el mindfulness ordena la casa, supone que cada cosa tiene su lugar, el psicoanálisis está ahí para mostrar el modo en que ese orden no hace sino evitar que nos perdamos de nosotros mismos y de esos sentidos que insisten apremiantes, agobiantes, insoportables, repetitivos. Desordenar la casa para poder perderse.
Si el mindfulness ordena la casa, supone que cada cosa tiene su lugar, el psicoanálisis está ahí para mostrar el modo en que ese orden no hace sino evitar que nos perdamos de nosotros mismos y de esos sentidos que insisten apremiantes, agobiantes.
Como cuando Walter Benjamin sugiere que “importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje”. Me pregunto si el insomnio no está ahí, a veces, para dibujar una cartografía de lo incierto, para hacer de la incertidumbre algo no tan temible. O como cuando Juan José Saer dice: “algunas noches no es el sueño lo que sucede al insomnio sino una lucidez ciega, una vigilia incandescente, que no es lucidez de nada ni vigilia para nada, y que me deja inmóvil, fascinado. Llegado a ese punto, me siento como vacío de recuerdos (...) y sin nada en qué pensar”.
¿Qué pasa en los insomnios? Pero por “pasar” no sólo pienso en acciones, sino en pasajes, en fronteras. Dice Marina Benjamin: “me dejo retener por la noche porque estoy convencida de que el misterio secreto de nuestra existencia podría estar en sus entrañas. Busco una revelación, algún dato valioso para llevar conmigo cuando cruce la frontera entre la noche y el día”. Ese pasaje, acaso sea el pasaje entre el desamparo y el refugio. Pero también pienso si eso que pasa no es una pérdida, la posibilidad de que pase una pérdida. Porque duelo e insomnio muchas veces están cerca, sus bordes se tocan: mientras la autora dice “estar sin dormir es desear y ser descubierto deseando”, pienso en Jean Allouch cuando dice “también quien está de duelo es en primer lugar un deseante que no quiere serlo”.
Me acordaba de que Anne Dufourmantelle había escrito sobre el insomnio. Fui a buscar la referencia a Inteligencia del sueño y no la encontré. Entonces fui a revisar Elogio del riesgo y tampoco. Para mi sorpresa, la encontré en En caso de amor. Lo primero que dice Dufourmantelle es: “el insomnio pertenece por derecho al amor”. Y también se pregunta “¿y si el insomnio fuera deseable?”. Ya lo cantó Charly García en Curitas: ââHay veces que no puedo dormir/Hay veces que no quiero“.
Acoger el insomnio, sigue Dufourmantelle, darle hospitalidad, “nos da acceso, como la escucha analítica, a una otra soledad, ni agobiante ni culpable”. Y agrega: “consentir al insomnio, el espacio interior es a ese precio. El amor puede serlo también”. Y entonces también revisé los subrayados y las notas que hice en los márgenes de Insomnio y noté que escribí “amor” en muchísimas partes. Hay mucho de amor en el libro, con el insomnio y entre un insomnio y otro, porque está Zzz, el partenaire amoroso de la autora. Hay insomnios que sólo pueden irrumpir desde el amor. Y entonces también se me ocurre si el insomnio no es a veces la escritura de ese entre para que algo de ese amor pase.
La noche del día que murió Tamara Kamenszain tuve insomnio. Y me acordé de El libro de Tamar, ese libro sobrecogedor que escribe el amor y el desamor a partir de una sutil y amorosa torsión de letras:
“Cuando él se fue, las noches se me complicaron. En la soledad de la cama matrimonial, una serie de ruidos extraños que antes nunca había percibido empezaron a emerger del techo y de las paredes como si hubieran estado desde siempre agazapados en el adn de la casa esperando esa oportunidad para hacerse presentes”.
AK