El filósofo Richard Rorty, quien profetizó en los ´90 sobre la llegada de alguna forma de fascismo a los Estados Unidos (también lo hizo Philip Roth), sostenía que una sociedad “idealmente liberal”, en el sentido progresista que le atribuyen al término los norteamericanos, es una en la que los objetivos pueden ser alcanzados por medio de la “persuasión” antes que por la imposición. Rorty fue un pragmático muy divulgado en aquellos años en la Argentina, donde extrañamente nunca estuvo. Alberto Fernández pudo o bien haberse tropezado ocasionalmente con esa reflexión o haberla recibido de algunos de sus asesores académicos. Parece pensada para este pasaje incierto de su gobierno, al que a diario dan por terminado.
Fernández va contra el espíritu decisionista que enarbola la vicepresidenta Cristina Kirchner. Lo ha hecho en dos ocasiones esta semana: este viernes, en el mensaje que dejó durante el opinado acto de la CGT en homenaje a Perón, cuando habló de la necesidad de convencer en lugar de imponer mediante el ya remanido recurso de la lapicera; y el miércoles, durante una entrevista con un periodista amigo, cuando retomó la idea de disputar la candidatura presidencial del Frente de Todos en una primaria. Dijo entonces: “ ”Nada puede ser mejor para un candidato que la gente lo haya elegido y que eso no sea un acuerdo superestructural“. Aludió, no se sabe si deliberadamente, al origen de su propia candidatura en 2019, resultado de una delegación de la ex presidenta.
El Presidente ha vuelto a mostrar signos de rebeldía con su creadora. Como en la literatura (mejor no dar nombres). Igual que otras veces, parece intentar decir que se resolvió por la autonomía y ahora sí está dispuesto a confrontar en el terreno que sea necesario. El problema de Fernández radica en que el que se quemó con leche ve una vaca y llora. La palabra del Presidente, incluso cuando acierta, está muy devaluada, por el piso. Hoy casi no tiene audiencia a la que intentar persuadir: se ha escrito profusamente en estos días (y ni hablar de las cosas que se escuchan que no se han escrito), que su círculo de confianza es mínimo; que el gabinete funciona de manera autónoma ante la falta de una dirección precisa, que unos cuantos dejaron la trinchera y salieron a campo abierto a ver qué pasa en el otro bando.
Fernández hace semanas que parece alejado del gobierno, ocupado en el frente externo. Perón, ahora que se vuelve a hablar del general, y luego Menem decían que la verdadera política es la política exterior. Es plausible que el Presidente dedique horas de su tiempo a ubicar a la Argentina en el mundo, un lugar desde hace mucho tiempo ajeno. Estamos acostumbrados a leer en la prensa de los países centrales sobre fútbol, tango y crisis económica (y también que están hartos de nosotros), pero desde la invasión rusa a Ucrania se escribe además sobre alimentos, energía y las posibilidades que el mundo ha vuelto a ofrecerle a la Argentina. Fernández hace bien en atender al mundo. Hay que reconocer que la apuesta a la presidencia de la Celac, un organismo que no tiene grandes pergaminos pero que enamora a progresistas y populistas latinoamericanos, ha sido un acierto. Le ofreció a Fernández tomar la palabra en representación de la región en la Cumbre de las Américas y en la Cumbre del G7 de naciones occidentales más industrializadas, un hecho sin precedentes. De algún modo le abrió al Presidente las puertas de la ansiada bilateral con Joseph Biden, confirmada para finales de mes en el encuentro que mantuvo el canciller Cafiero con el embajador de EEUU en Buenos Aires, Marc Stanley.
El riesgo es que el Presidente parece además lejos de la dinámica interna del Frente de Todos, que tiene también un desarrollo independiente de su voluntad. El centro de gravedad del frente se ha desplazado hacia el Instituto Patria y la vicepresidenta ocupa toda la atención. Recibe a todos: a Martín Redrado, a Carlos Melconian, lujos que sólo ella puede permitirse. No olvidemos la reunión con la generala Richardson, jefa del Comando Sur. El embajador Stanley ya estuvo dos veces en el despacho de la presidencia del Senado. El poder de fuego de la vicepresidenta se demostró otra vez vigoroso: la suerte de Kulfas se decidió en un tuit. Esta semana el camporista Andrés Larroque la elevó a nivel de “única salida”.
En Contingencia, Ironía y Solidaridad Rorty sostiene que para el verdadero progresista la “realidad” es reemplazada por una “verdad” a la que sólo se llega “en el curso de las disputas libres y abiertas”. “Una sociedad liberal es la que está dispuesta a llamar verdad al resultado de los combates”.
-¿Un mensaje muy Rorty? Está bueno -responde una voz que circunda al Presidente, cuando este texto está en su final-. Creo que si lo conocés a Alberto y le creés, es parte de sus convicciones más profundas. Hay una apelación a la racionalidad que en el plano de la teoría también podría ser considerado habermasiano.
Consensualismo, otra de las fórmulas a la que apela Fernández, en contraposición al antagonismo y el desacuerdo como instrumento de la construcción política. Más parecido al león herbívoro al que se homenajeó hoy. Habermas vs.Laclau. Mañana continuará en Ensenada. Veremos hasta dónde llega.
WC