El próximo 13 de marzo se cumplen doce años desde aquel día en que el mundo descubrió que el nuevo Papa era un argentino que, en sus propias palabras, venía “del fin del mundo”.
Francisco apareció en el balcón del Vaticano con zapatos gastados por calles, subtes y villas de Buenos Aires, adoptando un nombre inspirado en San Francisco de Asís, símbolo del compromiso radical con los pobres y los excluidos. Todos los argentinos recordamos exactamente dónde estábamos y con quién compartimos ese momento histórico.
Desde su primer día, Francisco redefinió la imagen del papado, promoviendo una Iglesia cercana, activa y misionera, que salga de sus zonas de confort para encontrarse con las periferias del mundo. Esto no fue casualidad. Antes de llegar a Roma, Jorge Bergoglio había sido Arzobispo de Buenos Aires, recorriendo barrios marginales y llevando una vida marcada por la austeridad y la cercanía con el pueblo. Pero más allá de los gestos, Francisco no ha parado de hablar desde su cátedra, con un estilo directo que ha provocado admiración e incomodidad en partes iguales.
Palabras como “primerear”, “samaritanear” y la emblemática expresión dirigida a los jóvenes, “hagan lío”, reflejan claramente su voluntad de comunicarse con claridad y sencillez, llegando a creyentes y no creyentes por igual. En su documento programático “Evangelii Gaudium”, exigió una transformación profunda en la Iglesia, instando a salir al encuentro de las periferias existenciales y geográficas. Con “Laudato si” (2015), destacó la crisis ecológica como una expresión directa de la injusticia global y advirtió sobre los modelos económicos depredadores, llamando a una profunda reflexión sobre qué clase de mundo se está dejando a las futuras generaciones.
Luego, en 2016, con “Amoris laetitia”, profundizó en la realidad compleja del amor familiar, abordando sin miedo situaciones difíciles y desafiantes, insistiendo en la necesidad de una Iglesia comprensiva, misericordiosa y capaz de acompañar a las familias en todas sus circunstancias. En 2020, “Fratelli tutti” llevó su discurso aún más lejos, enfrentando con determinación los discursos populistas, xenófobos y excluyentes que amenazan la convivencia global. Francisco habló allí de la necesidad urgente de fraternidad universal, solidaridad y justicia, cuestionando el crecimiento de liderazgos políticos basados en el odio, el miedo y la exclusión, sin mencionarlos explícitamente, pero dejando en claro su rechazo a cualquier narrativa que divida o marginalice.
Francisco ha abordado con especial sensibilidad y firmeza la crisis humanitaria global de los migrantes y refugiados. En su mensaje anual para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, insiste en cuatro verbos esenciales: “acoger, proteger, promover e integrar”, dejando claro que la respuesta al fenómeno migratorio debe basarse en la dignidad humana y no en la indiferencia o el rechazo. Su voz tampoco ha faltado en temas complejos como el conflicto palestino-israelí, la guerra en Ucrania, o las crisis humanitarias olvidadas de Asia y África. Francisco ha llamado reiteradamente al diálogo y a la solución pacífica de los conflictos, insistiendo en la necesidad de justicia y solidaridad global frente a la violencia y el sufrimiento.
Francisco ha abordado con firmeza los problemas internos de la Iglesia, enfrentando la crisis de abusos sexuales, la corrupción institucional, el clericalismo tóxico y los estilos principescos de algunos líderes eclesiales. También ha impulsado decididamente la participación efectiva de la mujer en el Vaticano y en ministerios laicos.
Hoy, a sus 88 años y con salud debilitada, Francisco sigue hablando sin pausa sobre asuntos globales críticos como la desigualdad, la guerra, la pobreza extrema y los riesgos éticos de la inteligencia artificial. Sus mensajes recientes mantienen una relevancia política y ética extraordinaria, llamando permanentemente a la solidaridad y a la justicia global. Doce años después de aquella elección histórica, Francisco, el Papa del fin del mundo, continúa hablando con claridad y contundencia, recordándonos constantemente que la auténtica grandeza radica en construir puentes, abrir puertas y abrazar al otro. Su magisterio permanece vigente, urgente e imprescindible, una voz necesaria para enfrentar juntos los enormes desafíos del presente. Ojalá su patria, -nuestra patria- dé el ejemplo.