¿Dónde está tu hermano? Esa pregunta bÍblIca que le hacen a Caín -una pregunta, por otro lado, retórica, ya que quien la hacía era el narrador omnisciente y divino, es decir que ya sabía perfectamente dónde estaba Abel- es una pregunta que los que tenemos hermanos hemos escuchado muchas veces de nuestros padres. Hace poco la escuché en la película The Witch (Robert Eggers, 2015), una de terror genial fuera del estereotipo de los films diabólicos, ya que la presencia del demonio -encarnada en una bruja- es lo de menos: lo que te dice la película es que lo malo no es que el demonio esté rondando afuera de tu casita familiar, lo terrible es que en tu casita esté… tu familia.
Estoy tirado sobre el pasto con mi amigo Piqui y le recomiendo esta película que acabo de ver. Estamos en una plaza inmensa, con dos ombúes, lo cual hace las delicias de la prole -nuestros hijos-, que juegan mientras les echamos miradas para que no salgan de cuadro. Piqui me cuenta que cuando era chico se llevaba mal con su hermano mayor. Lo que pasaba, dice, es que como él era dos años más grande, me tenía que llevar a todos lados y cuidarme. Él no quería cuidarme y yo no quería que me cuidara. Estaba esa presión. Creo que eso lo agobiaba, me dice. Lo cierto es que se fue de casa muy joven, para casarse con una chica. Fue curioso, porque a esa chica -que era muy linda- nunca le vi abrir la boca. No, pará, una vez dijo mientras íbamos en un auto: “Hay que cerrar bien el tupper de la tarta.” Nada más. Después cuando mi hermano se separó, y volvió a casa, y estaba mal, yo me reconcilié con él. Me acuerdo que salíamos a pasear y fumar y lo escuchaba hablar de sus problemas: ahora tenía un hijo, estaba solo de nuevo, esas cosas.
En El loro que podía adivinar el futuro, un libro de Luciano Lamberti editado por la editorial Nudista (como siempre la mejor literatura está en las editoriales independientes) hay un cuento memorable sobre hermanos, se llama “La canción que cantábamos todos los días”. Habla de una familia que sale para un picnic. Uno de los dos hermanos se pierde por un descampado y, cuando vuelve, ya no es el mismo, como si una fuerza maligna hubiera ocupado su cuerpo. El narrador, que es el otro hermano, describe de manera realista cómo ese ser que es su hermano y no, termina destruyendo a su familia (la madre que jura que él no es su hijo recala en un psiquiátrico, el padre se deprime). Es decir, el hermano es sólo el envase que vemos por fuera. Pero, por dentro, ha cambiado. Parece del orden de lo siniestro, pero en realidad es algo muy común ¿A quién no le pasó esto con un hermano o hermana?
Poné un genio a la derecha y tendrás un cero a la izquierda.
Es un domingo de calor y estoy con mi amigo Domin tomando un trago en su terraza. Antes de venir a Argentina, cuando vivían en Corea, su hermano mayor era considerado un niño genio, como esos que le gustaba crear a Salinger. El hermano cantaba en la radio en un programa juvenil. Por supuesto, Domin se consideraba una nulidad. Poné un genio a la derecha y tendrás un cero a la izquierda. Le cuento a Domin que, en la película Fiebre de sábado por la noche“, Tony Manero -John Travolta- padece que su madre tenga una preferencia notable por su hermano mayor, que es cura. Cuando el hermano preferido abandona la iglesia por una crisis religiosa y vuelve derrotado a la casa familiar, la familia sufre un golpe letal, pero Tony Manero le dice a un amigo mientras caminan por la calle: ”Ayer volvió mi hermano que dejó el sacerdocio. Fue una tragedia para mi familia. Pero yo me siento hoy muy feliz, muy contento. Con ganas de vivir. No sé por qué no me afectó.“
La música Disco, que lanzó a la fama a Travolta e hizo ubicuos a los Bee Gees, es un movimiento paradójico. Surge como liberación de los gays y los negros, y -si bien en principio parece que va a abolir a las clases sociales- al final termina creando un movimiento fascista: el culto a la discoteca a la cual no todos podrán entrar. Y a veces los que lo consiguen, van a ser sacrificados. Hay pocos lugares tan crueles como una Disco. Domin me recuerda que. en su momento, cuando los DJ pasaban el tema de Andrés Calamaro “Fabio Zerpa tiene razón”, la gente mientras bailaba y cantaba “hay marcianos entre nosotros”, se hacía a un lado dejando expuesto al que no funcaba, al que estaba mal vestido o era horrible para los cánones de belleza de la época, al marciano, y lo señalaba mientras se reían. Claramente le marcaban al patovica de la puerta que él no tendría que haber entrado.
La de los Bee Gees es otra historia intensa de amor y odio entre hermanos. Barry, Maurice y Robin en la banda principal, y Andy como solista. El único que aún vive es Barry, el que se parecía al cantante de los Pimpinela. Hay un documental muy bueno que cuenta uno de los tramos de la historia de la banda, se llama How can you mend a broken heart. En mi opinión, ahora que ya no los detesto por su irrupción en la música Disco que tanto padecí cuando era adolescente, su música es genial. “To love somebody” –que está en la banda de sonido de la película Melody- es un tema superior. Los Bee Gees hacían coros con la misma belleza que los Beach Boys y sus composiciones -más allá de las letras- son gloriosas. En una parte del documental, un allegado a la banda dice que Maurice, por su carácter, era el “pegamento”, el que lograba zanjar las disputas entre los otros dos. De hecho, cuando él murió, Robin y Barry se distanciaron y no se volvieron a ver más, cosa que Barry lamenta sobre el ocaso del documental. Ahí dice: “Preferiría no haber tenido un solo hit en mi vida a cambio de que ellos estén hoy acá vivos conmigo”. Pero nosotros sabemos que miente.