El instante cero de la apertura de sesiones ordinarias N°143 del Congreso de la Nación, en versión de fiesta libertaria clandestina con exclusión de la prensa, comenzó con la aproximación nerviosa por las calles vacías de un convoy encabezado por una Ford Ranger blanca más una ilustre formación de granaderos a caballos.
Detrás de ese insert de Feria Rural de Palermo, avanzaron las motos de escolta y unas camionetas blindadas. En la oscuridad de una de ellas viajaba hacia su cátedra libre el presidente fotofóbico Javier Milei, imposible de entrever detrás de los paneles polarizados, aunque se sintiera en el aire el aura de su superioridad.
La subida a la explanada fue emocionante para los argentinos de bien y, también, para los argentinos del Mal. El convoy detuvo su ristra de bólidos oficiales bañados por el fuego azul de las luces de vigilancia. Los guardaespaldas trotaban tensos, compactos, hemorroidales. Uno de ellos, de mirada de 360°, empuñaba con recelo un maletín, seguramente el que activa el botón rojo de la criptomoneda $LIBRA.
El movimiento tuvo tres efectos, todos ajenos a su realidad. Parecía el despliegue del líder de una potencia mundial (lamentablemente no se dio), un cortejo fúnebre (también de algún líder mundial) o una confusión protocolar en la que se mezclaban caballos sanmartinianos, paranoia, drones y vallas de contención (de contención de la nada) en el registro de una comedia de la CIA.
La llegada en cadena nacional del Presidente Javier Milei al Congreso, que fue tan verdadera como falsa, fue un poco más falsa que verdadera cuando se sustrajo el encuentro con la vicepresidenta torturópata Victoria Villarruel. De repente, por el milagro del montaje, ya estaban unidos en la imagen sin haberse saludado, y Milei avanzaba por los pasillos con su típica caminata de hombre calzado con patas de rana. Todo bajo la orden dramática del consiglieri tincho, Santiago Caputo, de sobreactuar la euforia para sobreactuar la calma de un gobierno blindado que, de golpe, se convirtió en un colador.
En la ficción colaboraron espontáneamente el senador de carácter Luis Juez, con sus clásicas lamidas cordobesas; y la reciente mamá Marcela Pagano, que ofrendó la imagen de su bebé primero al Presidente Milei para que dijera algo no demasiado inspirado sobre el futuro y, luego, para hacerle compañía “casual” a la delantera de metegol integrada por los ministros Mariano Cúneo Libarona, Luis Caputo y el rudo carreteador de F16, Luis Petri.
Milei empezó a leer con dificultad un texto plagado de lomos de burro. Pero fue mejorando en la medida en que sacó a pasear a su perro invisible llamado “Violencia”. Un plomo predecible de épica fantasma y supersticiones, golpes de la mano contra el atril y cambio en el grano de su voz que, según el ánimo que lo esté ensartando en ese momento, puede ir del registro en falsete de un Bee Gees a las cuerdas vocales castigadas con papel de lija de 40 de James Brown.
Para variar, otra vez mencionó el 17.000 % anual de inflación mayorista que detuvo el “coloso” Luis Caputo. Pero acá se registró un enroque de elogios, porque hasta hace poco el “coloso” era Federico Sturzenegger, que pasó a ser “superlativo y maravilloso” en la lengua uno poco trabada del Presidente, así como el vocero presidencial fue glosado como “el gran” Manuel Adorni.
Sturzenegger le hace honor a los rótulos “superlativo” y “maravilloso” porque fue capaz, según Milei, de atacar las regulaciones de la comercialización de frutas y… ¿Y? ¿Qué pasó, manga de burócratas? Ahorró mucho papel, dado que antes el mazo de normas pesaba 1600 gramos y ahora, en cambio, pesa 80. Imaginemos la escena “de Estado” en la que un funcionario vende esa analogía y el Presidente la compra y la refiere en una Asamblea Legislativa. Qué belleza institucional, ¿no? Y no es la única, porque un “informe” del “gran Adorni” estableció que el gobierno de Milei cumplió en su primer año (25% del mandato) un 75% de las promesas de campaña, dato que ajustado por la vanidad presidencial dio unos segundos más tarde un 97% de las promesas cumplidas en un años y tres meses.
Al margen del bullying a los keynesianos que lloran, a “Unidos por la Plata” y a Axel Kiciloff (inocuo si se lo compara con el bullying olímpico de titiritero a títere de su ídolo Trump a Zelenski), lo más importante que dijo Milei fue que su “reformismo” no se va a detener. Pidió, si no entendí mal, sumisión, legisladores fans que se adhieran a sus propuestas como sitckers; y si no lo acompañan, hará esas reformas solo.
No hace falta decir que todo el mundo tiene derecho a sus especificidades, sus perversiones, su “estilo”: aquello que hace de una vida un producto más menos artístico. Como ese derecho es universal, no se lo debe sustraer a Milei. Quizás el problema sea que un presidente no es del todo una individualidad sino, más bien, una encarnación colectiva “orientada”. ¿En qué dirección?
A esta altura, en dirección a una locura que se normalizó, una locura de Estado que tiene el aval del mismo Congreso que Milei visita para denigrarlo. Que la audiencia televisiva de la asamblea se haya desplomado en relación al año pasado (de cada tres argentinos que lo miraron en 2024, esta vez lo miró uno solo), no se corresponde con la continuidad del apoyo legislativo, que curiosamente no cesa.
Se está haciendo presente, tal vez, una fricción cada vez menos inadvertida. El cruce del diputado Facundo Manes con Santiago Caputo, que bajó a buscarlo porque Manes le mostró un ejemplar de la Constitución Nacional al Presidente en el recinto, es una escena de fiesta privada en la que el portero se florea con su derecho de admisión. En ese pequeño incidente, la cadena nacional con restricciones que ya quisiera para las suyas Kim Jong-Un se pinchó dejando salir el aire tóxico que inflaba su globo. Que Santiago Caputo se haya hecho ver “colocado”, dejó en medio del Salón de los Pasos Perdidos el nerviosismo de $LIBRA, defectuosamente reprimido pese a que el objetivo del show del Congreso fue exclusivamente reprimirlo. Pero salió mal. Una pena.
JJB/MC