Pasaron ya dos meses, pero en la retentiva hay una imagen que vuelve, tremenda. Una imagen que antecede al desastre, la que quiero guardar en mi retina con la esperanza de la reconstrucción: una foto del 23 de febrero pasado, en la que el presidente Alberto Fernández se deja abrazar por los murales monumentales de Diego Rivera en el Palacio Nacional en Ciudad de México.
AMLO recibe a Alberto, camina por el vestíbulo y hace un parate al pie de la escalera principal del patio central; se lo oye hablar de “Diego”, Diego es Diego Rivera, demasiada confianza (y para mí, “Diego” es mi Diego Armando). Esa intervención pictórica se llevó adelante durante dos largas décadas, a partir de 1929. Constituye parte del testimonio del vínculo entre el célebre artista y el Estado mexicano, que lo contraría para tamaña proeza política y cultural; se evidencia en esta correspondencia que vale la pena estudiar. Rivera se banca la precarización laboral ejercida desde el Estado hacia él, así como expone los vericuetos pacientes a los que debía apelar para sostener su trabajo. En una carta de junio de 1941 dirigida al licenciado Eduardo Suárez, secretario de Hacienda y Crédito Público, detalla cuestiones vinculadas a los presupuestos de las pinturas murales:
“Esto se hizo así porque, naturalmente para poder yo asumir la responsabilidad sobre el resultado del trabajo necesito materiales cuya calidad sea buena a satisfacción mía, lo cual sería muy difícil de obtener por medio del sistema burocrático establecido para la adquisición de materiales. En el nuevo modo, debo yo adelantar el importe de los materiales pagando la Secretaría solo cuando el trabajo esté ejecutado a su satisfacción. Esto, es obvio, es en ventaja de la Secretaría y no mía. (...) En consecuencia he reducido el precio que se considera justo como retribución a mi trabajo, solamente por tratar de complacer los deseos del Señor Presidente y corresponder a su buena voluntad por la pintura mexicana, así como contribuir en mi pequeña esfera de acción haciendo algo por mi país”.
Algunos años más tarde, en enero de 1945, el artista le escribe al ingeniero Jesús Merino Fernández, director del Departamento de Bienes Nacionales, acerca de los imprevistos acaecidos durante la realización de una obra:
“Vengo a solicitar a Ud. atentamente la prolongación de dicho Contrato, por veintiún meses más del plazo estipulado, teniendo como razón de mi petición el haberse interrumpido el trabajo contratado por razones de fuerza mayor, que son primero enfermedad de los ojos, imposibilitándome para el trabajo de la pintura mural al fresco durante dos periodos de tiempo; el primero de cinco meses y el segundo de dos; otro mes de interrupción por causa de una infección pulmonar”.
La escritura epistolar puede evidenciar el trabajo de preproducción, gestión y oficio por parte del artista para realizar una obra magnánima, sorteando la burocracia, amoldándose a los circuitos administrativos y justificando las enfermedades que padece durante el proceso. Ochenta años después, el rastro de esa labor se transforma en abrazo fiel, y también en retrato de un acuerdo entre Argentina y México para discutir la producción de vacunas, seguir atentos a los feminismos y sus luchas, y sellar un futuro progre para la América toda.
¿Quiénes serán las voces que resuelvan este tiempo? ¿Quiénes serán les artistas que en esta dinámica maquinal pulverizadora resistirán construyendo nuevos andariveles? ¿Cuáles serán las obras que cuenten este tiempo del Estado? ¿Quién dejará registro epistolar de sus vínculos con las administraciones públicas? ¿Hará falta la columna militante que marcha alzando la voz en el tiempo incierto y precario? ¿Los monumentos de Adrián Villar Rojas, los cuerpos de Matar y morir de Gabriel Baggio y las resoluciones brillantes de Mariana Telleria? ¿Los hilvanes metálicos de Carlos Herrera, los tejidos y redes de Alejandra Mizrahi? ¿El trabajo colaborativo de La Liga del Collage con sede en el Litoral y en la Patagonia? ¿Las publicaciones de Malen y Suyai Otaño llevando la autorreferencia al repertorio universal Twin Otter T-87? ¿El oficio silencioso de Carlos ‘Maestro’ Cafiso relatado por María Paula Zacharías? ¿Los ritmos del fuego florido de Daniel García y Gilda Di Crosta en Algunas Flores?
Hay respuestas: micropolíticas en todas sus escalas, junto a la instrumentación de políticas públicas que escuchen con precisión ideológica, política y plástica a las voces de les artistas de este tiempo. Ante la emergencia, ¿cómo actúa la agremiación y la lucha colectiva de les artistas? ¿Son los feminismos un modo de afrontar el presente que otros colectivos pueden emular?
El colectivo La Lola Mora, Trabajadoras de las artes de Tucumán, alude a Lola Mora por su lugar como la primera escultora de la escena argentina. Este grupo se fundó el 7 de diciembre de 2018, en el contexto de la inauguración del 46º Salón Nacional de Artes Visuales del Museo Timoteo Navarro, a partir de una acción colectiva que señaló la escasa selección y nula premiación de obras realizadas por mujeres.
Algunas integrantes recuerdan: “Desde esa fecha, las trabajadoras de las artes nos agrupamos para gestionar espacios políticos en nuestros ámbitos de intervención y problematizar las prácticas que promueven y efectivizan las desigualdades de género concebidas en el sistema patriarcal, heteronormado y hegemónico. Además, nos proclamamos a favor de las luchas por los derechos humanos, adherimos a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, y al movimiento por la separación de la iglesia del Estado. Sobre la escena artística en nuestra provincia, a nivel de políticas culturales, existe un tema muy flagrante: las decisiones políticas en la provincia no incluyen la perspectiva de género, ni la voz de la lucha feminista en sus propuestas y agendas. Esta situación de desigualdad queda en evidencia con la disparidad de representación en espacios jerárquicos, salones y concursos, festivales, en el patrimonio, entre otras. Como trabajadoras de las artes, luchamos y queremos igualdad en nuestros medios, y reconocemos que no podemos hacer arte y evadir nuestro contexto”.
La historiadora del arte, investigadora y curadora Andrea Giunta, en el último capítulo de su libro Feminismo y Arte, cita a la artista Leticia Obeid en relación con el origen de Nosotras Proponemos, por lo que esta cronista la convoca como fuente. Leticia, de modo ameno, compañero y expeditivo, narra: “El comentario que hice en Facebook en noviembre de 2017, por la muerte de Graciela Sacco y en referencia a la falta de reconocimiento a las artistas mujeres, sirvió de chispa de encendido para Nosotras Proponemos, pero la base que posibilitó que esto resonara fue Ni Una Menos, que ya había transformado el paisaje político nacional irreversiblemente. Ahora la pandemia puso en evidencia la profunda desigualdad que hay en el arte y en la sociedad, y los artistas quedaron más desprotegidos que nunca, al haberse paralizado el mercado y toda fuente de ingreso y circulación, en medio de la emergencia en la que se encuentra el Estado post Macri”.
Entre las notables conquistas del colectivo Nosotras Proponemos durante el último año, se pueden enumerar la incorporación de la representación igualitaria de artistas al reglamento del Salón Nacional, el trabajo sobre políticas culturales feministas e inclusivas, el mapeo para relevar la presencia de las disidencias en los acervos y las programaciones de equipamientos culturales de CABA en articulación con la Dirección Nacional de Museos, entre otras.
La creación del colectivo Artistas Visuales Autoconvocades Argentina (AVAA) en abril de 2020 fue una respuesta a la emergencia del sector en el contexto de pandemia, según comentan: “El 1 de mayo del 2020 declaramos junto a todxs lxs trabajadorxs de la cultura la Emergencia Cultural. Nacimos de la necesidad de activar de una manera colaborativa, horizontal y plural con perspectiva de género, por supuesto, con un real alcance federal, con participantes de todas las provincias”.
Les consulto sobre sus proyectos a futuro; detallan que para este 2021 reforzarán las escenas locales con un fuerte trabajo federal: “Insistimos en la horizontalidad entre lxs artistas y las instituciones. Estamos revisando los cupos en cargos institucionales, tanto en la federalidad como en que estos sean ocupados por artistas visuales. También en reabrir el Autocenso y demostrar que somos muchos miles más en situación de precariedad en todo el territorio argentino. Hacer conciencia de la presencia del trabajo de lxs artistas visuales en el cotidiano de todes. Contarles que estamos, insistimos y que el arte es esencial para la vida. Consideramos un logro colectivo la activa participación. Desarrollamos el primer Autocenso de las Artes Visuales, con casi 5000 autocensadxs de todo el país que dan cuenta de nuestra realidad. Pudimos crear el Tarifario de Artes Visuales, junto a otras cuatro agrupaciones (Nosotras Proponemos, La Lola Mora, TAF Córdoba y AA Rosario) y logramos que lxs trabajadorxs de las artes visuales se lo apropien como referencia para cobrar por su trabajo. Diversos salones comenzaron a pagar los fletes dando respuesta a nuestro reclamo. Seguimos tramando hacia un proyecto de Ley para la creación del Instituto Nacional de Artes Visuales, con perspectiva de género y directorio federal”.
En conversación con el artista Nicolás Levín, integrante de varias compañías de artes escénicas y gran virtuoso de toda la cancha, me anotició de que a comienzos de abril, alrededor de 250 artistas realizaron una movilización frente al Teatro San Martín, consolidando la Asamblea Permanente de Artes Escénicas, en la que se expusieron diversos problemas que viene sufriendo el sector y que durante la pandemia no hicieron más que agudizarse. La propuesta del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) dirigido por Jorge Telerman, que nuclea gran parte de los teatros públicos de la ciudad, ofrecía llevar obras independientes a trabajar en sus salas a bordereaux, sin reconocer salarios ni derechos laborales, dejando a la suerte de la boletería garantizar un ingreso genuino. En este contexto incierto, si hay algo que se tiene asegurado es la merma de público.
Trampa para artistas con necesidad concreta de poner en escena sus obras y con urgencias económicas. ¿De qué se trata la Cláusula Covid-19 impuesta en los contratos de trabajo del CTBA? Según manifiesta la Asamblea: “La Cláusula Covid implica que, ante una eventual suspensión de la actividad, el teatro se adjudica la potestad para rescindir el contrato y pagar solo por lo trabajado, ya sea por cuestiones relacionadas a la pandemia o a cualquier otra cuestión, quedando esto a discreción del teatro. No solo es una aberración que, llegado el caso de tener que suspender las funciones o los ensayos por la pandemia, el teatro deja sin efecto los contratos, o sea, a les artistas sin sus sueldos (y muches de ellos habiendo dicho que no a otros trabajos para poder aceptar el del CTBA) sino que además quieren tener el poder de hacerlo inconsultamente. Por eso decimos que la precarización no es solo un ‘estado de las cosas’ sino ante todo, una lógica de gestión”.
¿Cómo se reformulan los lenguajes de las artes escénicas contemporáneas en un contexto de aislamiento social? “Las estrategias de la comunidad escénica para sobrevivir y seguir generando cultura durante el aislamiento fueron innumerables. Esto, digámoslo, prácticamente sin el apoyo, colaboración o un diálogo con respecto al Estado, que viene muy atrás en esta discusión. La virtualidad nos obliga a pensar sobre nuevas formas de reunión, qué es la imagen y qué el teatro en este momento. También nos conectó con audiencias del resto del país, colaboración y contacto que también el Estado debería fomentar si quiere hacer una verdadera cultura federal. Estas estrategias desde la comunidad son oportunidades de trabajo y creación de riqueza en las que la cosa pública debe participar, no puede quedar al margen. El cine ya está discutiendo qué pasa con las llamadas OTT (servicios de distribución y comunicación a través de internet). El teatro, organizado en asamblea de artistas, también tiene que meterse en esa discusión y exigir, para el sector, parte de esas ganancias millonarias. Para eso también necesitamos que los funcionarios de cultura espabilen”.
LS