“El universo se está expandiendo y cada vez lo hace más rápido. Hace un segundo era más chico. Hace 13.7000.000.000 de años toda la energía estaba concentrada en un punto. Hubo una expansión violenta y las partículas comenzaron a generarse viajando a la velocidad de la luz”.
Ante semejante movimiento, los humanos “podríamos ser invisibles o directamente no existir”, piensa la protagonista de Que pase algo pronto, de Agustina Espasandín. Grito ahogado y canción feliz, esta novela iniciática escrita en primera persona por una heroína de barrio da pie para algunas reflexiones.
Frente a esta cosmogonía independiente de nuestra voluntad, disponiendo de posibilidades tan maravillosas como la libertad, la decisión y la responsabilidad, ¿por qué no hacer de este viaje que es nuestra existencia en la Tierra un pasaje menos hostil, más amoroso?
Correrse del centro, abandonar el ego, mirarse y ver a los demás con sus posibilidades y necesidades para estar ahí, con lo que se puede dar. Recordar también que vamos a morir, para ser conscientes de nuestra real dimensión. Seguramente así la vida sería algo más feliz.
Poder pensar el planeta como una totalidad, con sus cielos, sus amaneceres y ocasos, sus mares, llanuras y montañas. Territorio que es unidad en la diversidad, donde la afectación de cualquiera de sus habitantes, para bien o para mal, se derrama hacia los otros.
Lo dice así un antiguo proverbio chino: el aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. Más allá de su valor poético, la frase es el origen del llamado efecto mariposa, vinculado a la teoría del caos, por el cual el movimiento de un insecto en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York.
Puede que el cambio sea pequeño y provoque consecuencias totalmente divergentes. Una mínima perturbación inicial, al amplificarse, puede generar un efecto imprevisible a mediano y corto plazo. El movimiento desordenado de las estrellas, el desplazamiento de los peces y las algas en los oceános, el retraso de los aviones, la sincronización de las neuronas son sistemas dinámicos no lineales, caos habituales en la naturaleza, por ejemplo el clima, las epidemias o el valor fluctuante e irregular del dólar.
La teoría del caos ayuda a explicar también vínculos interpersonales, el comienzo súbito de una relación, y fenómenos sociales, como una decisión popular en apariencia incomprensible, difíciles de resolver en términos de relaciones lineales causa-efecto.
En Que pase algo pronto, la protagonista es una mujer sin nombre de treinta y tres años, que hace un paréntesis y se retira de la maquinaria laboral a la que pertenece como asistente de dirección en la industria del cine, para usar el tiempo a piacere y a una velocidad amable, diferenciada de la que requieren las tareas productivistas. Para ello ha logrado hacerse de unos ahorros.
Descubre el sonido de la lluvia, aprecia la visita de las aves a su ventana, goza de las risas y la compañía de una pareja de extraños, que son sus vecinos, aprecia la incondicionalidad de su perro, Río, y disfruta de las anécdotas de su flamante amigo, un sepulturero del cementerio de Chacarita.
Lejos del mundanal ruido, vive el presente gozando de la persona “que yo estaba siendo en ese momento”. Pero esa calma, la introspección que la enlaza consigo misma, “ahora que el tiempo es todo mío”, tienen fin. El anhelo de algo que modifique sustancialmente su vida se intensifica, la melancolía la invade.
No es sencillo atravesar el tiempo sin tener nada que hacer cuando fuimos formateados para dar resultados, especular con que te estás perdiendo algo (elegir es renunciar), aunque mucho más complejo es transitarlo bajo las órdenes y el sometimiento de otros. Que pase algo pronto es el pedido desesperado de llenar los breves vacíos que nos regala la vida traqueteada.
La memoria musical y sensible del carnaval de Esmeraldas, Ecuador, renace en una nena llamada Ainhoa, que vive en la isla de Limones, en un contexto de secretos familiares y episodios de horror, en una cultura hundida por el patriarcado. De eso trata Fiebre de Carnaval, de un mundo que parece desmedido, baila y se contagia en páginas donde cada palabra tiene su propio brillo, aunque refiera a eventos dramáticos.
“Me ensancho y tengo miedo de dejar esta casa y este patio en donde no solo está enterrado mi ombligo, sino mi cabello, las uñas que me cortan, mis meados, cartitas de amor que escribo para los árboles y las preguntas que no me salen de la boca, pero sí se me escriben solas en los cuadernos. ¿Por qué me late tanto el cuerpo? ¿Por qué me duele la chepa cuando voy a mear? ¿Por qué tengo el cuerpo abultado de respiraciones y baba espesa?”, se pregunta Ainhoa, mientras se le inflama la cabeza de pensamientos, asiste al brote de su culo y los contornos se le redondean.
El cuerpo que habita Ainhoa es un cuerpo deseante, que también reproduce las ganas de vivir de aquellas mujeres que se ocuparon de criarla. En una zona olvidada del trópico, el mar es orilla y expansión y el lenguaje una fiesta en boca de los migrantes, trabajado con delicadeza por su autora, Yuliana Ortiz Ruano, una poeta nacida en 1992 en la región y formada, como Espasandín en una universidad pública. Esas universidades donde florece la creatividad hoy están siendo duramente golpeadas en la Argentina por manos que se ensucian por viles monedas. Aunque nada es para siempre.
Ainhoa vive en la casa de su abuela materna y es obligada a salir de su refugio y crecer. Desde el centro del corazón rebosante del carnaval, entre la fiesta, el peligro y la tragedia, la nena se expresa con una voz cándida y sagaz. “Paso todo el día encaramada en el árbol que hay en el patio de la mami Nela, hablándole a las guayabas”, escribe Ortiz Ruano. “En realidad, les hablo más a los gusanos que viven dentro de las guayabas. Les pregunto cómo llegaron hasta el corazón palo rosa de estas frutas, cómo había sido posible una vida latiendo dentro de una guayaba, que no tiene ningún huequito por fuera, ninguna puerta de entrada. Poco después de la conversa, me meto desesperada una guayaba agusanada en la boca y la hago mía”.
LH/MF