Les Chambres Rouges. Las habitaciones rojas. Cuando supe que el título de esta película de terror canadiense de 2024, dirigida por Pascal Plante, se refería a ese tenebroso mito de la dark web, la conseguí para verla de inmediato. Quedé fascinada, pero antes de seguir con los halagos, un poco de contexto para usuarios que saben poco y quieren alfabetizarse más, como yo.
La “internet clara”, o de superficie, es la que todos usamos. Google, Instagram, Wikipedia Facebook y todo lo que está indexado, lo que aparece en buscadores, desde una revista a una red social o una tienda. Esta superficie constituye aproximadamente un 4% de la red. Si: apenas 4 %. La deep web, la “profunda”, constituye todo lo que un buscador no indexa, de lo que hay que obtener la dirección exacta, lo que es de pago, o que requiere credenciales para ingresar. Es donde se guardan las contraseñas, por ejemplo: una persona no puede entrar en el mail de la otra, o en su cuenta de X, sin usuario y contraseña. Muchas veces se cree que la deep web oculta secretos espantosos pero no es verdad: ahí hay desde sitios del gobierno a los que no tienen acceso los ciudadanos comunes pero también están las cuentas privadas de only.fans. Es la web mayor: el 90% de internet es inaccesible sin llaves de entrada.
La dark web, la “oscura”, es otra cosa. Es una parte de la deep web que está escondida intencionalmente. Hace falta un browser especial para navegarla, como Tor –hay otros–, que quiere decir “the onion router”, el router cebolla, que sirve para transitar con anonimato y con capas de direcciones IP (Tor no es solo para la dark web: se usa para estar en la red de forma privada). Tor no es un buscador: es un navegador que protege del rastreo. Para la dark web hay que tener la dirección exacta para llegar al sitio deseado. Durante muchos años funcionó ahí la Silk Road (“Ruta de la Seda”) un mercado negro en línea –como Amazon, pero ilegal–. Su fundador es Ross Ulbricht, seudónimo Dread Pirate Roberts, que fue identificado y, en junio de 2015, sentenciado a cadena perpetua por blanqueo de dinero, hackeos varios y tráfico de narcóticos, porque en su mercado libre profundo se vendían drogas. Este espacio tiene muchas historias y sus propias leyendas.
Uno de los mitos de la dark web es el de las “habitaciones rojas”. Sería un servicio de streaming en vivo que se paga con bitcoins. No hay garantías: se paga primero. Por supuesto, la mayoría son estafas pero, con datos certeros y sin ingenuidad, se podría llegar a una habitación roja real. Ahí ocurren asesinatos y torturas, de personas y de animales. Son streams largos y ultraviolentos, de baja calidad, explícitos. Luego desaparecen, porque el vivo no se graba pero, dice la leyenda, el ejecutor –el asesino, o su empleador–, sí lo registra y luego distribuye ese material como películas snuff. Entre las víctimas estarían personas en situación de calle, mujeres en redes de trata y niños desaparecidos. Potencialmente cualquier persona desaparecida podría terminar en un cuarto rojo para ser descuartizado, en vivo, por dinero.
Por ahora, no hay ninguna denuncia seria sobre una habitación roja, ni se encontró a nadie sospechado de tener, producir o ver un stream de este tipo. Es una construcción imaginaria, una leyenda urbana de la web. Y es una gran idea para la ficción de horror. En la película Les Chambres Rouges está ejecutada con elegancia: es de las mejores cintas del género horror web, al menos en cine occidental. La protagonista se llama Kelly Ann (interpretada por la magnífica Juliette Gariépy), es una hermosa modelo y jugadora de poker online que vive en Montreal. Está obsesionada con Ludovic Chevalier, el serial killer detenido y en pleno juicio oral por tres crímenes de adolescentes, a quienes ejecutó en vivo en una habitación roja de internet, y luego vendió las grabaciones. Las adolescentes muertas tenían 13, 14 y 16 años. La fiscal enumera las torturas: mutilación genital, exhibición de intestinos, miembros cortados. Dos de los videos fueron recuperados: el de Camille, la niña de 13, aún no. A la media hora de película, ya escuchamos muchas descripciones del horror, pero aún no se ve nada. No hay sangre, no hay sustos, no hay gore. Da muchísimo asco y miedo, pero Les Chambres Rouges es una película de juicio y un thriller sin imágenes de violencia. La banda de sonido es perfecta, con creadores que postean su música digital, noise e industrial, en YouTube.
Más miedo que el mito y las ejecuciones da Kelly Ann, la mujer joven obsesionada con encontrar ese video que falta. En su espectacular departamento oscuro vive frente a dos pantallas con una IA entrenada para todas sus necesidades. Cuando sale, lo hace para posar frente a fotógrafos o para sentarse en el juicio de Chevalier, entre las víctimas: acude cada día a la sala. Experta navegadora de la dark web, juega poker para poder pagar por la película de Camille. Es notable que se elija a una persona tan poco empática, egoísta y perversa como Kelly Ann como protagonista de una película. Sus intenciones siempre son malas, aunque eventualmente resuelva el caso con su espantosa eficiencia. Gracias a ella, y a su mirada de cyborg contaminada con imágenes de muerte, es posible pensar: ¿y si es cierto que algún porcentaje de los desaparecidos del mundo entero están esperando a ser asesinados para la satisfacción de perversos? ¿Hasta dónde puede llegar la curiosidad para comprobar si existen de verdad estas habitaciones? ¿Quién está más trastornado, el asesino o el cliente? Les Chambres Rouges es una película sobre la obsesión y sobre la ciberparanoia. No es una película realista, pero todo el tiempo parece decir “esto no ocurre, pero podría ocurrir”. Podría ocurrir ya mismo. Y quizá mucha gente tenga ganas de verlo.
ME/DTC