Hasta hace unos años no estaba mal visto que una persona enviudase joven y no volviera a tener pareja. Se puede decir que el motivo era la hipocresía marital, que no le permitía a alguien rehacer su vida. Puede ser que en algunos casos haya sido así, pero no creo que aplique a todos.
Pienso que también hay personas que ya no querían volver a entrar en ese mundo, el de la pareja. Es el caso de quienes –sin enviudar– se separaban y no volvían a tener nada con nadie. A lo que apunto es a situar que nuestra época demolió la institución matrimonial, pero eso solo hizo más potente el mandato de pareja.
Llegada cierta edad, hay quienes ya tuvieron esos dos o tres amores que a una vida le son suficientes y no quieren mucho más. También puede ser que quieran estar con alguien, pero ya no con ese modelo juvenil que es el del proyecto compartido. Es la pareja joven la que se define en términos de “ser-con”.
Las personas más grandes, mayores, suelen hablar más bien de “compañeros en la soledad”. El abuelo de la otra cuadra tiene una novia con la que toma mate y van al cine cada dos o tres semanas. Me importa, entonces, destacar la necesidad de pensar la pareja desde un modelo diacrónico, de acuerdo con etapas de la vida, según lo que cada quien haya vivido.
No quisiera bajar línea, pero a veces pienso que la vida es para envejecer, tratando de vivir lo más jovialmente posible; pero joven no se es más que unos pocos años.
Después de haber sido joven, llegan los duelos. Más por lo que no pasó que por lo que pasó. Y lo que no pasó es triste, pero más doloroso y sufriente es esperar que pase lo que no pasó.
No digo que –lo que no pasó– no vaya a pasar. Digo que ya no pasó. Quizá si se hace el duelo por lo que no pasó, entonces sí pasa. De otro modo, a su manera. Y entre el “proyecto compartido” y “compartir la soledad” hay múltiples transformaciones.
El mandato de pareja solo espera el amor de los 20 años cuando ya no se tienen 20 años. Y hoy ni siquiera a los 20 años se vive ese amor. Es más la gente que llega a los 50 sin haberlo vivido.
Hoy hablamos mucho de amor, pero la nuestra es la época del “amor que no fue”. Ahora bien, si bien esto que diré es una generalización, creo que con reserva aplica a diversos casos: con los años, los varones que tuvieron alguna relación amorosa fuerte, se predisponen menos a una nueva aventura.
Es como si los varones se desencantaran del amor; esto no quiere decir que no quieran estar con alguien, pero quieren menos cosas. Si ya tuvieron hijos, no quieren más; si ya estuvieron casados, no se quieren volver a casar y así. Una expresión común retorna en los relatos: “Yo ya tuve”.
Y ante la pareja amorosa, aparecen otras parejas posibles: la pareja con los hijos, con el trabajo, con un deporte, etc. Después de cierto momento, es como si los varones quisieran estar con alguien, pero no en pareja –porque ya están en pareja con otras cosas.
Creo que esto es lo que expresa de fondo esa denominación actual de “varón no disponible afectivamente”, que como suele ocurrir con todos esos términos que vienen del inglés tienen un uso más moral que metapsicológico y en boca de ciertos “psi” son una moralina mandona.
Todavía queda mucho por pensar del varón según la edad y los procesos psíquicos involucrados en su desarrollo. Por ejemplo, tener hijos –si son tales– es una gran domesticación del narcisismo viril. La paternidad es, en cierto sentido, la asunción de una herida narcisista.
Sin embargo, también los hijos pueden ser el reemplazo de una pareja. Y el peso de una desilusión amorosa en la vida de un varón es algo inestimable. Recuerdo un relato de Haruki Murakami: “Un buen día, de repente, te conviertes en un hombre sin mujer. Ese día sobreviene de repente, sin mediar el menor indicio de aviso, sin corazonadas ni presentimientos, sin llamar a la puerta y sin carraspeos. Al doblar la esquina, te das cuenta de que ya estás allí. Y no puedes dar marcha atrás. […] Solo los hombres sin mujeres saben cuán doloroso es, cuánto se sufre por ser un hombre sin mujer”. La cita proviene de Hombres sin mujeres, libro de cuentos que lleva el mismo título que uno de Hemingway.
Sin analizar condiciones metapsicológicas y materiales de la vida de los varones, nos quedamos en la etiqueta de rasgos abstractos y así se dice que son fóbicos, histéricos, ghosteadores, etc. Esto es poco y está mal orientado.
Para mí el punto de partida está en el estudio diacrónico de las transformaciones del narcisismo y su relación con la virilidad. La pregunta es por qué los varones, con el tiempo, quieren menos cosas de un vínculo.
Por otro lado, entre los motivos para que un varón quiera estar con diferentes mujeres y tenga el hábito de la seducción, hay uno que no suele considerarse y que hoy me parece más común.
Ya se habló mucho de donjuanismo, de la identificación con el padre totémico, la duda obsesiva y otros refuerzos psíquicos, pero poco se consideró el déficit de integración edípica que lleva a buscar la terceridad a partir de quedar entre dos mujeres (o varias, porque el dos se construye cuando no es una ni otra).
Equivocadamente esta situación también se interpreta hoy como histeria masculina, pero no es un tipo clínico, sino una forma artificial de ser tres –como en el drama edípico.
Lo que nunca falta en este tipo de casos es el fantasma de la mujer que se enoja. Ese enojo proyectado es el que no pudieron integrar en la vivencia con otro varón (sustituto del padre).
Cuando tienen relaciones exclusivas, estos varones tienden a ser muy celosos –como consecuencia del Edipo desfalleciente. Para evitar esta sintomatización, permanecen “entre mujeres”.
La evitación de rivalidad con otro varón se suele reconocer en que se trata de varones con muchos amigos y que se llevan bien con todos. No conocen la competencia viril y temen a las mujeres –a las que subestiman (dado que estas ocupan el lugar del padre degradado).
Puede haber muchos motivos para la impotencia de un varón con una mujer. Escribí en distintas ocasiones sobre este punto, pero hoy puedo agregar uno más: que el varón se sienta obligado a darle algo (a través del acto sexual) a la mujer. Entonces la impotencia es una estrategia retentiva por la demanda supuesta.
La contracara de esta forma sintomática de la impotencia está en una circunstancia bastante común: el descuido anticonceptivo en varones que demuestra el eventual erotismo de la fantasía de embarazo y que, a veces, lleva a un embarazo efectivo. Así buscan dar algo, pero muy prematuramente. Pienso que la razón inconsciente está en que dar un hijo es una forma de castrar a la mujer: si el hijo del embarazo es dado, entonces es porque ella no tenía; pero en realidad esta confirmación es para contrarrestar una fantasía de temor (con una mujer fálica).
Escribo estas líneas finales porque creo que la fantasía de la mujer fálica todavía tiene una gran vigencia en el psiquismo de los varones. Explica, por ejemplo, por qué las campañas de anticoncepción juvenil suelen fracasar –si solo apuntan a la conciencia.
Una mujer fálica no es una mujer con poder, tampoco es la madre fálica; no se trata de cómo es la mujer, sino de un aspecto de la fantasía masculina, cuando esta reniega de la diferencia sexual: es la mujer a la que se siente que no se le puede dar nada –aunque a veces la mejor forma de mostrar esto sea atiborrándola de cosas–, a la que se quiere privar (por ejemplo, cuando el varón enojado le niega la palabra como castigo) y de la que se espera un abandono –como si abandonar no fuera acto doloroso para quien lo realiza.
LL