Ilíada paraguaya

22 de abril de 2023 12:01 h

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Como el Paraguay no hay, cantan siempre los lemas de campaña electoral y la propaganda política. En efecto, esta nación suramericana mediterránea de medio millón de km2 y siete millones y medio de paraguayos sin contar a los migrantes es una suma de singularidades más únicas que raras.

La ignorancia mágica del realismo sucio

“De Paraguay sé que no conocen ni de oídas la palabra arte. Allí sólo se dan loros y yerba mate”, escribe el peruano Alberto Hidalgo, junto al argentino Jorge Luis Borges en el Índice de la nueva poesía americana de 1926. “Incógnita”, llama a la literatura paraguaya el también peruano Luis Alberto Sánchez, quien le dedica apenas una veintena de líneas en su voluminosa Nueva historia de la literatura americana de 1944.

De Paraguay se sigue sabiendo poco. Hoy es el primer exportador mundial de energía eléctrica: de hecho, vive de lo que la que le compran los vencedores de 1870, generada por dos de las represas más grandes del mundo, Itaipú y Yacyretá. Pero es también el mayor importador mundial de whisky. Que no consume, sino que contrabandea, en gran parte en el enclave de Ciudad del Este (ex Puerto Stroessner) de la Triple Frontera con Brasil y Argentina. Hoy esta nación, la más rural de Suramérica, tiene más soya transgénica que naranjas, y los narcosojeros y narco ganaderos y la oligarquía terrateniente, el 2% de la población, tienen en sus manos el 98% de las tierras. No ha de extrañar que teman a los campesinos sin tierras y sin trabajo, y que se doten de los instrumentos para prevenir la reforma agraria.

Paraguay fue el país que más guerras internacionales y civiles peleó en los dos últimos siglos. En la más famosa, la Guerra Guasu (grande en guaraní) o de la Triple Alianza (como se la llama extra muros), resistió durante cinco años (1865-1870) el asalto de Argentina, Brasil y Uruguay, hasta que sucumbió. En el genocidio resultante murieron un millón de personas de un país que con la derrota perdía el 60% de su territorio. Siguieron la Guerra del Chaco contra Bolivia (1932-1935), cuya paz crepuscular se firmó en Buenos Aires, y la menos recordada por los extranjeros aunque muy cruenta y sanguinaria Guerra Civil de 1947 que expulsó 400 mil paraguayos al exilio.

Para una víctima nada más simpático que otra víctima (resiliente)

Se podrá acusar se cualquier cosa a los paraguayos, pero jamás de cobardes. La Guerra Guasu es una gesta a la que se puede apelar como tesoro y resorte de efectos retóricos, infalibles en su teatralidad aunque inmanejables en su daño colateral, en sus consecuencias no queridas.

Preguntado en LN+ el candidato oficialista por su posición en el “conflicto bélico” ucraniano, Santiago Peña Palacios no vaciló en contraponerse a Brasil. Si el 30 de abril es elegido presidente, estará del lado del “pueblo” de Ucrania. La respuesta no podía soprender. Paraguay es un firme aliado de EEUU y de la OTAN. Es el país más grande del mundo en el grupo, cada vez más reducido, que nunca trocó su reconocimiento de China nacionalista por el de China comunista: Asunción tiene embajada en Taipei, no en Pekín. Sorpresiva fue la argumentación de esa respuesta, y más en el lugar donde la formulaba. Economista, master de la Universidad de Columbia en Nueva York, técnico del Departamento Africano del FMI en Washington, director del Banco Central del Paraguay (BCP), liberal durante 20 años (1996-2016), colorado los últimos 7 años (cambió su afiliación en 2016 y retuvo su cartera cuando el Partido exigió al Gobierno un gabinete unicolor), el delfín de Horacio Cartes apeló a la analogía con la Guerra Guasu o de la Triple Alianza (1864-1870). Peña funda una adhesión estratégica internacional en la fidelidad al destino nacional, donde abreva “una simpatía tremenda con el pueblo ucraniano”. “Es importante recordar la historia”, la de “Paraguay, un pais que ciento cincuenta y tres años atrás enfrentó una guerra que fue fratricida”, “invadido por nuestros vecinos”. Países más pequeños víctimas de vecinos mas grandes. El presidente ruso Vladimir Putin es un criminal de guerra porque (entre otros) el presidente argentino Bartolomé Mitre, fundador de La Nación, fue un criminal de guerra, victimario, predatorio.

Según el análisis del diario asunceno Última Hora, Peña es “un técnico forzado a ser populista bajo padrinazgo de Cartes”. Visto de más cerca, la analogía es discutible, y peligrosa. Para la victimización paraguaya, la invocación del genocidio es vía más llana y expedita que un alegato contra la invasión extranjera del territorio nacional. Porque, al revés, fue la invasión de Corrientes en 1865 por las tropas del mariscal Francisco Solano López, en marcha rumbo a Uruguay, el hecho consumado que sirvió, sin entrar en más detalles, de casus belli contra el Paraguay al presidente Mitre, hasta entonces (aunque amigo de los colorados uruguayos) puro alarde de muy decente neutralidad.

Colorado que te quiero colorado

Escaso aún es el tiempo que el Paraguay ha vivido por fuera del monopolio del poder por el Partido Colorado, que, habiendo sustraído al plano real los principios populistas y ruralistas convocados en su fundación de 1887 por Bernardino Caballero, conspicuo sobreviviente de la llamada Guerra Guasu (en Paraguay) y Guerra de la Triple Alianza (fuera del país), se había convertido en eficaz instrumento para unas Fuerzas Armadas depuradas y para la élite de la presidencia perpetua (1954-1989) del general Alfredo Stroessner y de sus bien subordinadas clientelas. Cuando el 14 y el 15 de mayo de 2011 el Paraguay celebró el Bicentenario de su Independencia, los festejos fueron presididos por un mandatario nacido antes que de un partido único, de una coalición, la Alianza Patriótica para el Cambio. Apenas tres años pasaron desde que los votantes paraguayos prefirieron al sacerdote Fernando Armando Lugo Méndez contra la candidata del Partido Colorado, Blanca Margarita Ovelar de Duarte. No los tentó la oportunidad histórica de votar por primera vez a una mujer como presidente, pero eligieron ser el primer país de la tierra que en elecciones libres consagrara a un obispo católico para la primera magistratura nacional. 

El gobierno de Lugo terminó en 2012 con una masacre campesina y un impeachment express. Lo sucedió su vice, el liberal Federico Franco.

El 15 de agosto de 2013, fiesta de la Asunción, el magnate Horacio Cartes asumió como nuevo presidente. Prometió un cambio en las políticas del Partido Colorado, el más antiguo del planeta, que con él regresa al gobierno: guerra a muerte a la pobreza y saneamiento de la administración estatal.

En menos de dos semanas de gobierno, el gobierno de la novedad ya era el de más de lo mismo. Atacado en el lejano norte del territorio nacional por el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), o por fuerzas que identificaba como tales, Cartes hizo que el Congreso le votara Poderes Extraordinarios y militarizara la lucha contra las guerrillas. El más célebre presidente colorado, Alfredo Stroessner, gobernó desde 1954 hasta 1989, y durante 30 años con estado de excepción.

Como en las novelas, como en las series, en Paraguay los acontecimientos primero se precipitaron furiosos y después se ralentizaron distraídos. Con una serie de ardides, violencias y emboscadas fallidas, Horacio Cartes y las facciones que lo apoyan en el gobernante Partido Colorado habían querido acelerar, aprobar, y dejar atrás como hecho consumado, el tratamiento y voto por el Congreso paraguayo de una enmienda constitucional que le permitiría al presidente ser nuevamente candidato en las elecciones 2018. Ante el fracaso, el oficialista Cartes anunció oficialmente su renuncia personal a un segundo mandato. La candidatura de Santiago Peña es la reelección de Cartes por persona (apenas) interpuesta. Un economista a medida en lugar del multimillonario para quien las normas favorables, los privilegios seculares y las cartas marcadas siempre tuvieron gusto a poco en su póker más que bien servido. .

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