Le pregunto a Nicolás Cuello, profesor de Historia de las Artes Visuales, activista gordo y cuir, por qué la mayoría de las personas que aparecen en las publicidades y en las imágenes públicas son flacas. Esas imágenes son estereotipos corporales que se fueron construyendo durante un prolongado proceso en el tiempo “para orientar cómo se debe comprar y consumir, cómo hay que expresarse y, en definitiva, cómo debemos ser”, me responde.
Las representaciones hegemónicas conforman un modelo de vida que gobierna el imaginario social, y es casi omnipresente en las calles y en las pantallas. Es cierto que esos modelos se han ido conformando en el tiempo y tienen un recorrido largo, “pero no siempre fueron así, han ido mutando en la medida que el sistema social y económico priorizó cada vez más la productividad y los valores simbólicos que apuntan a perpetuar el modo de existencia actual”. Cuello se refiere a la sociedad globalizada y neoliberal, que es histórica, una cultura que se fue imponiendo, pero que no es la única posible“.
Hace mucho tiempo atrás, el cuerpo gordo o voluminoso se asociaba “con la fuerza, la potencia y la fertilidad”, aunque luego eso cambió, como consecuencia de la expansión del capitalismo y del colonialismo. Estos regímenes no son eternos, son transformables y están basados “en la explotación del cuerpo trabajador al que le exigen rendimiento, eficacia y un determinado estado físico y longevidad que garantice sus expectativas productivas”, señala el docente universitario que vive entre Buenos Aires y La Plata y dedica gran parte de su tiempo a investigar las diferencias corporales y sus efectos en la vida de las personas. Así, la ponderación corporal se asocia con la capacidad de generar constantemente valor material, cosas que se compran y se venden, incluyendo a las propias personas, que son cosificadas como mercancías.
El modo de producción actual necesita expandir las imágenes de esos cuerpos delgados y blancos para que conformen una imagen unívoca como horizonte aspiracional que “termine orientando la experiencia corporal de todos los que habitamos este mundo, nos hagan sentir que esos cuerpos son los naturales y que los demás son imperfectos y defectuosos”. Se trata de algo conveniente para el sistema político y económico: que deseemos parecernos a esa imagen insistente para no afectar al poder.
Hablo también con Cuello, activista político, constructor de talleres, traductor y editor autogestivo de fanzines en torno a la gordura, sobre el poder de la fotografía como productora y modeladora de un imaginario dominante. Me aclara que “como toda tecnología, la fotografía no tiene una carga moral por sí misma, ni un efecto de control absoluto, ni su uso y objetivo puede sólo reducirse a un fin determinado. Es un dispositivo que construye imágenes con múltiples destinos” Lo que sí se hace es instrumentalizarla “para crear márgenes de dominación, a partir de la repetición, la insistencia, la hiper visibilidad de determinadas figuras corporales, de modo de que esas figuras sean las imaginadas y deseadas por la gente”.
La fotografía tiene otras potencialidades, asegura Cuello. Y aunque no puedo evitar pensar en que la famosa empresaria Kim Kardashian se ajustó a una dieta estricta semanas atrás para entrar en el vestido que Marilyn Monroe usó para el cumpleaños de JFK, evoco el trabajo del movimiento Mujeres Que No Fueron Tapa, MQNFT, un colectivo que jaquea las figuras de las celebridades que aparecen en las portadas de las revistas masivas, rearmando nuevas imágenes. Es que con el arte y con la técnica se puede realizar un gran trabajo de deconstrucción de “las imágenes que se usan en clave imperativa desde los núcleos de poder simbólico”.
“Por insistencia y repetición, los cuerpos delgados han creado el efecto performativo de verdad sobre lo que es un cuerpo normal”. Sin embargo, quienes reciben esas escenas no son necesariamente repetidores pasivos. “Pueden subvertir, revertir, ocupar, trastornar, recortar y volver a armar otras. El poder, asegura, no controla la totalidad de sus efectos”, asegura Cuello.
Las fisuras, las grietas son inevitables y dan lugar a los cambios, algo que ha ocurrido en distintas épocas y lugares con otros estilos corporales fuera de la norma y, por lo tanto, despreciados y desdichados. La concepción de lo normal no ha sido siempre la misma, no existe -aunque se pretenda- un pensamiento único. Los cuerpos que conviven son diversos y la construcción imaginaria también puede variar.
Como dice Cuello: “Lo que un cuerpo tiene que ser para alcanzar el estatuto de normalidad, el reconocimiento y aceptación de su valor social, el deseo sexoafectivo, la condición de persona, puede ser reapropiado, intervenido, interrumpido, remixado, satíricamente comentado”. Aunque la serie mayoritaria de imágenes que aparecen en los medios son para la dominación, “las fotos pueden tener un devenir crítico a partir de un uso diferente del original y pueden despertar otras reflexiones sobre los cuerpos y sobre el proceso de institución de la normativa”.
Abrazado a diversas lecturas cuestionadoras, al activismo, la escritura, las marchas, los encuentros y las manifestaciones, el activismo gordo comparte y circula conocimientos que ponen en jaque el imperio del modelo flaco como único cuerpo posible. Como ha escrito el activista Mauro Cabral, otro referente ineludible de lo gordo, la militancia de la diversidad “arremete contra un mundo que busca la desaparición gorda, donde lo único posible parecen ser el registro vigilante de las calorías consumidas entre el desayuno y la última colación o la anotación del peso diario en una bitácora de nutricionista”.
Las imágenes performativas de una verdad se erigen y difunden de manera acelerada por medio de los comerciales, “pero su construcción como algo natural es una ficción, una pedagogía política que destaca el capacitismo de los cuerpos. Esta noción crítica la creó el movimiento de la diversidad funcional y las personas gordas la tomamos como una categoría para narrar nuestra diferencia”. La gordofobia parece funcionar como una máquina imaginativa que relata una supuesta verdad, para restringir y reprimir la existencia de corporalidades diferentes.
Ser gordo o discapacitado no son experiencias quebradas, falladas ni partidas, sino otras formas corporales de existir. La opresión enseñó que cuando se mira a una persona gorda hay que focalizar las partes, las marcas, los rollos, los defectos, su comportamiento al comer. Ella misma mira así su intimidad. “Por eso, ser gordo, disca, trans o gay no significa tener una mirada crítica. Un cuerpo determinado puede o no ser desobediente, su biología no determina su pensamiento ni su acción. Y aunque cualquiera puede producir un gesto disrruptivo del orden estructural, bajo ningún punto de vista se puede considerar que la experiencia de ser diferente otorga automáticamente un supremacismo moral”.
Según Cuello, “que alguien gordo aparezca en una revista masiva, pagada por un grupo económico poderoso, no es algo transformador. Es, a lo sumo, la ruptura de un patrón, que tal vez pueda ser beneficioso para quienes se sienten identificadas, pero lo que hay que preguntarse es: ¿altera los sistemas de patologización? ¿Interviene sobre las políticas públicas que extienden formas de dominación laboral, sexual, política, migratoria sobre las personas gordas? ¿Genera conciencia? Definitivamente, no. Es necesario instalar una agenda de dignidad, de mejores condiciones de vida para diferencias corporales precarizadas, castigadas y abandonadas por el Estado”. Tal vez esa aparición genere discusiones públicas sobre cómo podemos ser, pero eso no altera la violencia sistémica contra las personas diferentes. “De hecho, el maltrato contra los gordos aumenta segundo a segundo y es inaudito”, asegura quien compiló junto a la profesora de filosofía y abogada Laura Contrera el libro Cuerpo sin patrones. Resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne.
Entonces, si aparecer gordo es insuficiente, ¿qué faltaría? “Hay que saber qué decir con ese cuerpo desplazado de la normalidad, porque si la exposición pública es una excepción para seguir afirmando un sistema de dominio, no se está haciendo nada por transformar la vida de quienes cargamos con un estigma por nuestras diferencias corporales”. Lo que se necesita es tomar la palabra y reponer una reflexión crítica junto a las nuevas imágenes de la desmesura y los cuerpos impropios.
Las acciones de resistencia gorda y sudaca frente a los estereotipos y la descalificación de identidades que no se ajustan al estereotipo delgado trasciende la voluntad de un gesto individual. Requiere de una nueva conciencia social que condene la injuria y el estigma. Habrá que seguir construyendo esa transformación profunda de la mirada colectiva.
LH