Pura espuma Opinión

Inteligencia Boluda (IB)

19 de febrero de 2023 00:01 h

0

Por lo que puede verse, la inclinación de la Inteligencia Artificial (IA), por no decir su tendencia a estacionarse, es la de consolidar una utilidad asociada masivamente a la machine learning, que identifica patrones y “predice” básicamente gustos, es decir debilidades de consumo.

Se trata de un poder que sólo se puede administrar si se tiene poder. Un ejemplo es Netflix, que en 2017 amplió su base de consumidores yonquis de drogas malas en un 25%, utilizando esta tecnología cazabobos por la que el cliente es espectador de bodrios y el gerente de ventas de Netflix es espectador de clientes.

Cuando aparece en la pantalla de inicio de la plataforma el dedo en el ojo que le indica al cliente cuáles son las series que él preferiría, lo que está operando es el poder de fascinación del mercado por vía del refuerzo maníaco de la identidad (bueno: de la ilusión de identidad).

El resultado es atroz, porque no solo afecta de un modo fulminante a la “víctima” directa, sino también al entorno. Algo comienza a transmitirse por afuera de los canales de la machine learning, digamos un entusiasmo malsano, y ocupa las conversaciones y derrama sobre el ambiente una demanda de unanimidad. Entonces, alguien viene después de una maratón de series, con los ojos secos como piedras al sol, y dice, un poquito sacado: “¡¿No viste Peaky Blinders?! ¡¿Cómo que todavía no viste Peaky Blinders?!”, “¡¿Tampoco viste Machos Alfa?!”. Y pasa a resumir las historias que nos perdimos con lenguaje de teaser.

¿Qué otra cosa que un abuso de la machine learning fue la intervención de Cambridge Analitycs a favor de Mauricio Macri en la campaña electoral de 2015? ¿La “genialidad” de Jaime Durán Barba y de genios como él no consiste acaso, y casi se podría decir exclusivamente, en una prosternación y una gula ante el salad bar de los algoritmos? ¿Eso es un “gurú”: un manipulador de datos obtenidos por las máquinas?

La Inteligencia Artificial consiste en la acumulación de datos, o sea en la grosería de la cantidad (de la cantidad disponible, y de la ilusión de totalidad), forzada luego a una voluntad de calidad que, por lo general, aspira a la adivinación. Pero es en la adivinación donde el circo se desmorona: cuando la máquina boba de leer el mundo quiere darle caza al futuro, ese animalito invisible. Lo sufrieron en carne propia la UBA y Oxford cuando quisieron pronosticar con base en datos exhaustivos de sus áreas de ciencias exactas quién saldría campeón en Qatar (el drama de los datos es que son preexistentes a la adivinación: son un pasado), y el ganador fue el eliminadísimo Brasil.

Inteligencia Boluda (IB) debería llamarse este recurso que le rinde un triste culto a la estadística y a la lectura romántica de la estadística. O Inteligencia Media (IM). Y, si se insiste en llamarla Inteligencia Artificial (IA), que se le reconozca que no es menos artificial que la inteligencia aparentemente “natural” de los hombres, formada en ciertas escuelas de inteligencia, que no son otras que las autorizadas.

¿Qué será la inteligencia, no? ¿Dónde podríamos encontrar su prueba de vida? Por lo pronto, podemos ver sus campos de acción y, también sus campos de origen, y observar que sí existe una inteligencia natural, que es la de orden silvestre, o salvaje. Una inteligencia sin lenguaje. Los libros de Maurice Meaterlinck sobre las flores, las hormigas, las abejas y las termitas, el de Etienne Sourieau (El sentido artístico de los animales; Cactus, 2022) y el pensamiento general de John Cage, entre tantos apólogos de una percepción amplia del mundo que no tenga a los humanos en el centro, describen con encanto dónde habría de estar la inteligencia, que por principio no abunda en casa.

El problema parece ser el lenguaje, de los dispositivos humanos el más artificial, a tal punto que no hay otro que se le asemeje a la hora de producir efectos de inteligencia. Quien lo usa no hace más que administrar con diferentes niveles de confusión lo que se ha ido acumulando. Michel Foucault hundió el clavo en la madera cuando lo llamó “composición inatribuible”. Sin embargo, es en el lenguaje que sentimos propio donde nos sentimos inteligentes, aunque no haya nada más ajeno que el lenguaje “propio”. El lenguaje “propio”: la verdadera Inteligencia Artificial... fallida.

Algún día, alguna cultura hará justicia y le dará al lenguaje el lugar secundario que se merece, y entonces florecerá el reconocimiento a la inteligencia del acto y -ni hablar- a la del silencio. En ese momento, alguien nos preguntará, por simular aquí una encuesta cualquiera: “A la hora de detectar un peligro, ¿quién es más inteligente en un sentido ”natural“: Nicolás Dujovne o Cuti Romero?”, y nosotros observaremos ambos animales y contestaremos según sus antecedentes en la vida.

Lejos de ese momento, en este, la Inteligencia Boluda insiste en expandir sus servicios a través del Chat GPT, la plataforma de Inteligencia Artificial que contesta inquietudes humanas. Hay que entrar a la Web de OpenAI y comenzar las sesiones de intercambio con montañas de datos acumulados en combinación con una experiencia cero, y entregarnos a ese Tinder en el que se le da rienda suelta al intercambio de ignorancias. ¿Quién sabrá menos de lo que hablamos en el Chat GPT?: ¿La carne que pregunta o la máquina que afirma?

La aplicación, obviamente creada para que las personas tengan la cabeza de una empresa (que piensen, imaginen, hablen y “sientan” con lógica de corporación, es decir libre de la condición de sujeto) puede darnos guiones para hacer papelones en TikTok o en las historias interesantísimas que sobrepueblan IG, o armar artículos a nuestro gusto sobre la Segunda Guerra Mundial, o sobre el tipo de hamburguesas que se clava Neymar Jr. en las madrugadas posteriores a las derrotas del PSG. Y, lo mejor de lo mejor: ¡puede dudar!, o escribir “tan bien como un estudiante universitario”, funcionar como psiquiatra bot imitar el lenguaje de alguien introduciendo en la aplicación el lenguaje de ese alguien (en España, un usuario ya hizo imitar el lenguaje de Mariano Rajoy, que debe tener veinte palabras, o menos).

Por su uso del lenguaje rebajado como el combustible que se despacha en estaciones de servicio con bandera blanca, hay que alentar la difusión masiva del GPT para que el lenguaje finalmente se degrade y muera y, de ese modo, podamos pasar por fin al silencio animal y verdaderamente inteligente del que venimos.

JJB