A rose is a rose is a rose, escribía la poeta norteamericana Gertrude Stein. En todas partes se cuecen habas, aunque la legumbre no abundara en The Alice B. Toklas Cookbook, el best-seller de recetas de cocina que publicó su novia en 1954, después de la muerte de la poeta, y en deferencia a The Autobiography of Alice B. Toklas que Gertrude había publicado en 1933. El lawfare no existe, pero que lo hay, lo hay.
Si Cristina Fernández de Kirchner necesitara pruebas (no las necesita) de que el lawfare no es la excusa común que para defenderse de las investigaciones de la Justicia han encontrado los gobernantes progresistas latinoamericanos, sino de que se trata de una práctica hemisférica o global común de judicialización de la política o de instrumentalización (weaponization) del Derecho, el arresto de Donald Trump podría bastarle. El procesamiento del ex colega norteamericano por el sistema judicial del estado de Nueva York es un muy adecuado, y muy incómodo, ejemplo perfecto. Porque lawfare is lawfare is lawfare.
“EEUU se está yendo al re carajo”
“Our Country is going to Hell”. La manifestación hurrera vitoreó unánime. Donald Trump supo redondear en frases rotundas las opiniones contundentes de su discurso de victimización y denuncia. Horas y horas lo habían esperado, sin dormirse al sol, frente a Mar-a-Lago, la ostentosa residencia del ex presidente republicano en Florida, the Sun State. La locuacidad nocturna, la espectacular recuperación nocturna de la palabra pública frente a audiencias locales y teleaudiencias globales, contrastaba con el taciturno mutismo matinal. En una Nueva York todavía sin tibia primavera, Trump había pasado a la Historia esa misma mañana del 4 de abril como el primer ex inquilino de la Casa Blanca a quien imputaban como autor (presunto) de delitos del fuero penal. Lo procesaba un juez nacido en Colombia, a instancias de un fiscal muy demócrata y bastante afroamericano.
Las circunstancias procesales únicas, antes largas y tediosas que humillantes o angustiosas, vividas por Trump en la mañana del primer martes de abril 023, había desencadenado, tan pronto como se supo que al líder derechista republicano le tocaría atravesarlas, un estallido macizo de gorjeos espontáneos o coreografiados en las redes sociales y en los medios gráficos o audiovisuales y en las voces tribuneras oficialistas.
En semanas santas de pésaj y de pascua, la imagen sadomaso y non-sancta venerada y prefijada para el martes 4 era la de una Final que podía definir qué rival se quedaba con la Copa del torneo Democracias vs Autocracia. Verdugos nac&pop afilaban sus hachas y guillotinas para el gran día de la divisoria de las aguas auroral, del descabezamiento de monarcas como los reyes Carlos I o Luis XVI. Metales y cortes simbólicos, porque estos demócratas son militantes contra la pena capital.
Consumado el 4 de abril, si ese día había sido, como hubo quien dijo, una caída de la Bastilla, también coincidían los protagonistas de 2023 con los del 14 de julio de 1789 en su percepción sin clímax ni paroxismo que brotaran de los hechos de la jornada, y sin exaltada expectativa que colocaran en sus consecuencias. La fórmula pronunciada por Trump gana potencia por su elegida contradicción. El ex presidente republicano se muestra religioso (señala hacia el Infierno, sede ultraterrena del Mal) y, en simultáneo, profano (blasfemo, usa la teología para su ventaja terrenal). ¡Felices Pascuas!
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