Madrid y la derrota de la izquierda

Fernando Caballero Mendizabal

Arquitecto, urbanista, y profesor asociado en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Técnica de Darmstadt y editor de The Urban Affairs —

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Desde mediados de los años 90, bajo los gobiernos del PP, se ha desarrollado en la Comunidad de Madrid uno de los mayores crecimientos urbanísticos de Europa, basado en un modelo de ciudad excesivamente individualista. Este modelo, unido a las políticas sanitarias, fiscales y educativas, genera unas lógicas de comportamiento liberal-conservadoras en muchos habitantes de estos nuevos ensanches. Aunque tengamos un gobierno de izquierdas en el Estado, las pasadas elecciones supusieron la enésima derrota sin paliativos de la izquierda en Madrid y el auge de Vox en los municipios de la periferia.

Es obvio que el medio físico y geográfico (la mayor área metropolitana del sur de Europa), condiciona claramente nuestro día a día. Condiciona, sí, pero no determina los comportamientos ni las ideologías. Efectivamente, se puede afirmar que tener un chalet, un ático o una piscina no determina que seamos de derechas (a la vista está en Galapagar), del mismo modo que vivir en un barrio obrero no nos convierte en militantes de izquierda, ni vivir en el entorno rural o ser propietarios en vez de inquilinos nos vuelve automáticamente conservadores. Lo que sí provoca la geografía son tendencias, corrientes que impulsan nuestros comportamientos en una dirección u otra. Como decía Fernand Braudel, en la historia, como en los océanos, hay corrientes de fondo que condicionan el planeta y el comportamiento de la superficie, donde además hay oleaje, tormentas o calma (la coyuntura del momento).

No debe confundirse la coyuntura (las luchas cainitas de la izquierda y su desconexión con los ciudadanos) que por supuesto influyen en los resultados electorales, con la tendencia de fondo, a saber: que muchos madrileños están fuertemente condicionados en su forma de vida por un modelo de ciudad de media y baja densidad. Y es que los ideales son al menos tan importantes a la hora de configurar nuestra forma de vivir, como nuestras preocupaciones y nuestros intereses: el hecho de comprar día a día la comida en la tienda de la esquina o en un supermercado al que hay que ir en coche, las horas al año que pasamos en atascos, si los niños juegan en el de casa o en el parque del barrio, si podemos pagar la hipoteca o el IBI, si podemos asumir los impuestos de un piso en herencia o si necesitamos agua barata para regar el jardín o llenar la piscina. El hecho de que alguien como el expresidente uruguayo Mujica se hiciera famoso en todo el mundo por vivir consecuentemente con sus ideas es porque la mayoría de las personas en caso de contradicción lo que tendemos a adaptar es nuestra forma de pensar.

La serie histórica es prácticamente continua desde mediados de los 90 noventa y sólo se interrumpe en dos ocasiones: el Tamayazo (durante la Guerra de Iraq) y las elecciones de 2015 (en pleno descrédito del PP por la crisis y la corrupción). En ambos casos las elecciones no las ganó la izquierda, las perdió una derecha desmovilizada. De hecho, frente a los perfiles cada vez más grises y desconocidos de los candidatos de la derecha, desde hace años a la izquierda no le queda otra que tirar de personalismos como las candidaturas de Gabilondo, Errejón o Carmena. 2015 se trató en definitiva de un accidente similar al de Patxi López en Euskadi, al de Monago en Extremadura o al de Touriño en Galicia, tras el cual, las aguas han vuelto a su curso normal.

Junto al “oasis fiscal” son dos los ya clásicos pilares del modelo social madrileño que la izquierda combate desde hace décadas sin apenas éxito. Por un lado, la apuesta por la educación concertada y la libre elección de centro, lo que concentra a los niños de origen extranjero y de entornos más vulnerables en los colegios de titularidad pública. Por otro, la introducción de criterios de rentabilidad económica en los servicios de sanidad, que merman la calidad de la atención, aumentan las listas de espera y provocan que quienes pueden permitírselo acudan a la sanidad privada. Pero estas medidas, abstractas al fin y al cabo, quedarían cojas sin una traducción física en el lugar donde vivimos. Un modelo de ciudad y territorio que según el sociólogo (y ahora ministro) Manuel Castells, tiende también a segregar por cuestiones de raza y posición económica a la sociedad y que ha pasado desapercibido al radar de la crítica durante mucho tiempo. Se basa en:

  • El fomento del coche privado. Completamente necesario en los ensanches de la periferia en los que abundan las enormes y solitarias avenidas de muchos carriles comunicados por una enorme red de autopistas.
  • La concentración de las tiendas de esos ensanches en los centros comerciales, que fagocitan al escaso comercio de proximidad, así como el planeamiento de manzanas enteras sin un solo local comercial.
  • La apuesta por un modelo de vivienda en propiedad, tanto protegida como libre.

Este modelo llegó a su máximo nivel de desarrollo con la limitación de tres alturas más ático que aprobó Esperanza Aguirre en 2007.

Sin entrar a valorar su conveniencia (es lo que la mayoría social quería), estas medidas han diluido en buena medida las relaciones comunitarias en los municipios, al atomizar a la sociedad con chalets y bloques de media y baja densidad con piscinas, jardines y pistas de pádel privados.

Es una opinión bastante compartida en la academia y entre los profesionales que la baja densidad urbana y la dependencia del automóvil en estos nuevos ensanches generan una sociedad individualista. Las elecciones se ganan en el centro y si bien el factor renta es el determinante en la orientación del voto de los barrios y municipios de clase trabajadora y de clase alta (independientemente de la densidad de los mismos), conforme nos acercamos a las clases medias, el modelo de ciudad juega un papel cada vez más protagonista.

Se trata por tanto de un fenómeno que ocurre en los ensanches construidos en los últimos 30 años. Ensanches de clase media, donde el planeamiento urbano, el régimen de propiedad y el factor densidad tienen mucho que ver en el comportamiento electoral. Hablamos de muchos cientos de miles de personas que se reparten por toda la región, tanto en el norte: Tres Cantos, San Sebastián de los Reyes, o los PAUs de Alcobendas, San Chinarro, Montecarmelo o Las Tablas, como en los ensanches del corredor del Henares y el sur: en Alcorcón, Parla, Arroyo Culebro, Loranca, Arroyomolinos, Valdemoro o incluso Rivas y el ensanche de Vallecas, normalmente junto a zonas tradicionalmente de clase trabajadora pero donde los votos de derecha, cuando pierde, rara vez bajan del 40% y subiendo en muchos casos, elección tras elección.

Hasta bien entrada la crisis, la planificación de las ciudades, las políticas de vivienda y la movilidad se trataron como un tema secundario, obtuso y ajeno al debate público, quedando en muchos casos fuera de la “luz y los taquígrafos”, relegadas y regaladas a un ámbito tecnocrático. Pero es importante entender el peso de las políticas relacionadas con el urbanismo, su magnitud apabulla en lo referente al gasto de las administraciones públicas. Sin ir más lejos, el Ayuntamiento de Madrid: En el cómputo total entre concejalías, distritos y otros entes públicos del plan de inversiones de 2018 a 2021, tres de las cuatro principales partidas corresponden a la movilidad, el desarrollo urbano y la vivienda, en total más de 2.000 millones de euros. Las siguientes diez partidas (economía, cultura, salud, medio ambiente, participación ciudadana, etc) suman en total 617,8 millones.

Solo con la crisis se comenzó a centrar el foco de la crítica en los excesos del ladrillo, en la política de vivienda, los precios del alquiler y ya muy recientemente en la movilidad, con el caso de Madrid Central, una anécdota para un área metropolitana de 6,5 millones de habitantes.

Pero la izquierda ha dedicado mucho más tiempo y energías en fomentar batallas culturales como las políticas de género y diversidad, que si bien solo tienen un peso marginal en los presupuestos de las administraciones (894 mil euros, a dividir en cuatro años, aprobados por el Ayuntamiento de Ahora Madrid) sí que les han supuesto un enorme rédito social y mediático. Hasta el punto de haber eclipsado buena parte de los desafíos a los que se enfrentaba la sociedad (y el urbanismo es uno de ellos). El resultado de esta dejación de funciones en otros campos, es que sus rivales se han asentado allá donde las formas de vida que propugna la izquierda son inexistentes, y paradójicamente esto ha servido para que hoy sea desde estos lugares del área metropolitana desde donde más se apoye el feroz contraataque cultural que lleva a cabo Vox.

Y mientras tanto, esos limpios, tranquilos y seguros barrios de propietarios, que ha reformado, planificado y construido la derecha en las periferias, responden mejor a los intereses y aspiraciones de sus ciudadanos. Barrios en los que la estética de vivir en un lugar digno y haber accedido a la propiedad a través del crédito juegan un papel más relevante que la batalla social de turno, ya sea la Operación Chamartín o la educación ultrarreligiosa de algún colegio concertado.

Existen buenos ejemplos, como en Viena, donde los ayuntamientos de izquierdas llevan décadas siendo laboratorios en políticas públicas de urbanismo y vivienda. Ciudades que eligieron caminos muy distintos a los de Madrid y donde se han implementado unos modelos de planeamiento, unas tipologías de vivienda y un régimen de propiedad pública del suelo que, como tales, han modelado los comportamientos de sus sociedades, convirtiéndolos en sus feudos electorales. En Madrid, ese tren ha pasado y desde las grandes reformas urbanísticas de los años 80, que prácticamente acabaron con el chabolismo, la izquierda no tiene un modelo de ciudad alternativo al pseudo laisser faire urbanístico que aplica la administración de derechas.

Desde finales de los 90, las administraciones han validado en buena medida las decisiones sobre las tipologías de viviendas y la forma de los barrios que tomaban los departamentos de venta de las promotoras inmobiliarias. El resultado de este particular laboratorio urbanístico y fiscal es la ciudad “exclusiva” del “para ti y los tuyos” de tendencia liberal-conservadora que la derecha nos ha planificado y que los votantes hemos premiado repetidamente. Se ha construido una España de las piscinas para la clase media, que hoy, vemos aparecer, con las mismas características, en las áreas metropolitanas de otras capitales (Zaragoza, Valencia, Sevilla, Málaga) con resultados electorales equivalentes.

Para la derecha, este modelo de ciudad ha sido un éxito rotundo, una empresa de ingeniería social que, en palabras de Iñigo Errejón, ha asentado ya una auténtica “antropología neoliberal”. Del mismo modo que existe una diferencia psicológica entre comprarse un Peugeot o un Mercedes, para muchos ciudadanos el acceso apalancado a una propiedad evidenció físicamente un cambio de estatus social, fruto del esfuerzo personal de quien se ve “hecho a sí mismo”. Es más, en la periferia de Madrid, incluso en los momentos más duros de la Gran Recesión, nunca se han dado escenas de disturbios y violencia similares a las de otras periferias europeas como en París o Londres.

Nuestro modelo, importado de Norteamérica, es un rompeolas contra las revueltas. Un seguro a todo riesgo para el gobernante, que atomiza la desestructuración social y la marginalidad. La pobreza se invisibiliza, se vuelve individual, se vive de puertas para adentro y no se ven muchos pequeños comercios cerrados porque no hay locales comerciales en los bajos de los edificios, sino franquicias en los centros comerciales.

Como decía al principio, se podría afirmar que el vivir en “ciudades jardín” de chalets no tiene por qué influir en la ideología de sus habitantes. De hecho en ciudades y regiones históricamente muy progresistas de otros países como en Estados Unidos, Canadá o incluso aquí en Europa, en Reino Unido, Holanda o Alemania, abunda este modelo de ciudad jardín. Y es que esto es precisamente lo que no ocurre en España, aquí la tipología de chalet con jardín privado y piscina sigue siendo escasa y de tardía implantación.

Fueron empresas promotoras de origen norteamericano como Levitt las que a principios de los años 70 comienzan a promover esta forma de ciudad para las clases profesionales y acomodadas madrileñas, que se trasladaban a las afueras de la capital. Urbanizaciones como Monteclaro, que importaban de América un modelo de vivienda hasta entonces casi únicamente reservado a las exclusivas mansiones de la clase dirigente. Rápidamente se convertiría en un símbolo de estatus social y en los años siguientes se extendería principalmente en torno a la A6. A partir de los 90 se popularizó el modelo y se comenzó a replicar en masa por el resto de la región.

Así es como en lugares alejados de los sectores inmobiliarios premium (y por tanto difíciles de vender rápidamente y a buen precio en caso de necesidad), donde según datos del INE abundan los asalariados con una renta media por hogar que rara vez supera los 40.000 euros y con un modelo de vida extremadamente individualista, el voto de protesta no se ha canalizado precisamente a través de Podemos, sino primero a Ciudadanos y ahora a Vox.

No pretendo valorar en este artículo las consecuencias del modelo. Las hay positivas (paz social, autorrealización, mayor cercanía a parques, bulevares y jardines, sensación de seguridad y bienestar...) y negativas (segregación social entre barrios, aumento del precio de la vivienda, dependencia del coche privado, insostenibilidad medioambiental, excesivo consumo de agua...) pero sí llamar nuevamente la atención sobre cómo un modelo concreto de urbanismo y la ausencia de contrapesos eficaces ha sido transformado en una herramienta política de extraordinaria eficacia.

De hecho, en Estados Unidos, desde los años treinta y cuarenta, este sistema se generalizó (junto al acceso de las masas al automóvil) como base del “sueño americano” individualista frente al miedo a la expansión comunista en una época de depresión económica. Fueron de hecho Levitt y otras promotoras quienes llevaron las técnicas fordistas a la construcción estandarizada de los chalets y de la mano de la Federal Housing Administration pusieron en marcha un enorme proceso de urbanización que, como detallan en sus propios manuales, tenía como objetivo segregar social y económicamente a la población: “Para que haya estabilidad en los vecindarios, es necesario que las propiedades sean ocupadas por las mismas clases sociales y raciales”.

Se trataba pues, de un exitoso narcótico social, potenciador del consumismo y generador de tranquilidad y prosperidad que erosionó significativamente el poder de los sindicatos obreros, fomentó la atomización y segregación social y transformó la historia de ese país.

En las últimas tres décadas la Comunidad de Madrid ha experimentado uno de los mayores crecimientos urbanos de Europa. Por toda la región se han construido grandes ensanches (con las formas y tipologías antes descritas), en algunos casos mayores que varias capitales de provincia y con poca vivienda de alquiler. Ensanches comunicados por nuevas autopistas, además de una enorme proliferación de grandes centros comerciales y de ocio. Todas estas medidas (que complementan a unas políticas fiscales, sanitarias y educativas pensadas para fomentar el sector privado) tienen una orientación profundamente individualista. Ignorar que tamaña empresa de modificación de la geografía urbana influye en el comportamiento social y político en la Comunidad supone una enorme ingenuidad de la que se aprovechan sus gobernantes.