Opinión

Antes de Milei, Adelina: “la negra de la UCeDé”

27 de noviembre de 2022 00:02 h

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“Las reuniones de liberales se hacían en un ascensor y sobraba espacio”. Javier Milei suele comparar el éxito de su predicamento paleolibertario -17% en CABA, tercer lugar en las encuestas para las presidenciales y un impacto no despreciable en la agenda pública- con un pasado en el cual el liberalismo argentino se reducía a pequeños grupos elitistas, que araban en el desierto de este “país de zurdos”. De hecho, hasta que Milei saltó a la política, los libertarios decían que la única salida era Ezeiza.

En esta imagen hay algo de verdad, pero mucho de mitología. Lo cierto es que hacia mediados de los años 80, la Unión del Centro Democrático (UCeDé) se había transformado en una fuerza liberal-conservadora que llenaba varios ascensores (y estadios). En las elecciones de 1989, el capitán-ingeniero Álvaro Alsogaray, en un contexto de fuerte polarización entre Carlos Menem y Eduardo Angeloz, conseguía, con la Alianza de Centro que incluía a varios partidos provinciales, el 7,17% de los votos -y 10% en para diputados-. En junio de 1959, el economista Ludwig von Mises dictó seis conferencias en la Universidad de Buenos Aires; ese mes Alsogaray asumía como ministro de Economía de Frondizi. Y continuaría su carrera política bajo diferentes sellos.

La UCeDé, fundada en 1982 y adherente al modelo de la “Economía social de mercado” (o “liberalismo moderno”), con influencias austriacas y ordoliberales, buscó adaptarse al nuevo contexto democrático. En ese marco, el partido captó parte de los votos del espacio liberal-conservador tradicional. Hacia fines de la década del 80, comenzó a destacar la figura de Adelina Dalesio de Viola. Adelina logró cierto éxito en su proyecto de encarnar un tatcherismo de base más popular /clasemediera en el cual los proletarios se transformarían en propietarios. En una de sus frases más logradas, por la autoironía que contenía sobre su propio partido, se presentó como “La negra de la UCeDé”, y la ocurrencia fue tapa de la revista Gente. El epígrafe de esa nota suena muy actual: “Es una de las mujeres más populares de la Argentina. Gana en las encuestas. Va a las villas. Dice que no cree en los políticos”.

Adelina Dalesio tenía carisma y se movía con habilidad en los medios. Era también, usando terminología actual, “políticamente incorrecta”. Uno de sus momentos más eficaces fue en un debate con la diputada trotskista por la provincia de Buenos Aires Silvia Díaz en el programa de Susana Giménez. El bloque soviético se desintegraba y Díaz dijo que los obreros de esos países no querían capitalismo sino socialismo con democracia, que era entonces la consigna electoral de su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), que gozaba de una gran capacidad de movilización. La referente de la UCeDé respondió exaltada, ante el asombro de Susana : “Socialismo con democracia, las pelotas”, y agregó que la gente quería capitalismo y punto. La referente de la UCeDé podía defender, al mismo tiempo, la educación pública como espacio de mezcla de diversos clases sociales y presumir de ser una mujer corriente. Y presumir que sus hijos iban a una escuela del Estado.

Con el viento de la historia

Sin duda, Adelina sentía que el viento de la historia le soplaba en las velas; el bloque socialista se caía a pedazos. Encarnaba una derecha más bien optimista, que se proyectaba en el futuro combatiendo las economías dirigistas. Desde algunos años antes, la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), surgida de una confluencia de derechas que terminaría en la UCeDé, avanzaba en el movimiento estudiantil y terminaría ganando varios centros de estudiantes y obteniendo la secretaría general de la Federación Universitaria de Buenos Aires en 1987. Todo eso era más que un ascensor. Pero tenía ciertamente sus límites. La UCeDé terminó diluida en el menemismo, y sus negociados, con esos actos tan Argentina años 90 en los que los peronistas cantaban “combatiendo al capital” delante de sus funcionarios ucedeístas. María Julia con su tapado de piel terminaría siendo la síntesis estética de la época. 

Si antes el proyecto “liberal” se asociaba con vías autoritarias o elitistas, ahora el peronismo se ofrecía para viabilizarlo desde una fuerza de matriz popular. Más tarde, parte de los restos de la UCeDé -sobre todo de los que no entraron al menemismo- serían recuperados por el Pro; otros siguieron su carrera en el peronismo.

La derecha de Milei no es esa derecha -aunque se puede solapar en parte con ella-. Para entender las diferencias se puede leer el libro de la liberal-conservadora Anne Applebaum, El ocaso de la democracia. Allí la escritora estadounidense se queja amargamente, y a veces de forma algo ridícula, de que casi todos sus amigos presentes en su fiesta de año nuevo de 2000 se pasaron a la derecha alternativa trumpista, brexista, pro-Orbán… y de que el viejo liberal-conservadurismo de Reagan y Thatcher fue exterminado por una derecha xenófoba, anticosmopolita, replegada sobre sí misma, que no cree en la democracia y ni en el futuro. Claro que hay ahí una idealización pero también núcleos de verdad.

Las derechas a las que ataca Applebaum son las redes internacionales a las que ingresó Milei, que en su paso de la economía a la política ha incorporado, a veces de manera bastante superficial, una serie de tópicos de las derechas alternativas -como el negacionismo climático y el marxismo cultural-. 

Si la derecha de Adelina pensaba que estaba ganando -al comunismo de verdad, no al inventado de ahora-, las derechas actuales sienten que es la izquierda la que les viene ganando la “batalla cultural”. En gran medida su radicalización creciente surge de esa sensación de derrota -que combina elementos reales e imaginados-. Es cierto que diversas instituciones se han vuelto algo woke -término de moda entre las extremas derechas para descalificar al progresismo-. Incluso la CIA, el ejército estadounidense y grandes empresas son hoy -con más o menos fe- antirracistas, feministas y gay friendly, lo que enfurece a los trumpistas. Pero de allí las nuevas derechas “alternativas” saltan a teorías complotistas a la carta. 

Si la derecha liberal-conservadora de los 90 empalmaba con el clima global post-caída del Muro y de cierto “fin de la historia”, Milei decidió formar parte del club de unas derechas políticamente “iliberales” y crecientemente retroutópicas. En el caso argentino estas retroutopías remiten a la “Argentina potencia” del siglo XIX, imagen muy trillada y en el caso de Milei paradójica, porque como le recordó Camila Perochena, esos liberales fueron los constructores, no los destructores, del Estado. También Milei busca aprovechar, y estimular, cierta nostalgia de los años 90. De hecho, además de sumar espacios de derecha provinciales, como Bussi en Tucumán, o figuras sueltas en busca de un salvavidas político, Milei viene apelando a lo reprimido de 2001. En ese momento crítico, la dolarización no carecía de popularidad y López Murphy conseguía buenos resultados en las presidenciales, pero esas tendencias fueron neutralizadas por el antineoliberalismo, que finalmente se terminó imponiendo. En su rechazo a la casta resuena, por derecha, algo de aquel ya lejano Que se vayan todos.

A diferencia de la derecha liberal-conservadora más tradicional, para Milei la Argentina se jodió no con la llegada del peronismo sino de la democracia de masas. Por eso, cuando fue interrogado en televisión sobre si creía o no en la democracia, respondió que esta tiene muchos problemas, como lo habría demostrado… el teorema de la imposibilidad de Arrow. Quien no conoce ese teorema, estaría imposibilitado para discutir sobre democracia.

Como sostiene Sergio Morresi, Alsogaray era un liberal convencido de la democracia siempre y cuando hubiera herramientas para “defenderla” del peronismo y los sindicatos (y obviamente también del comunismo si era el caso). Y como sabemos, bajo la lógica liberal-conservadora de Guerra Fría esa “defensa” podía llevar a apoyar golpes de Estado. El propio Alsogaray habló, en términos hayekianos, de “democracia limitada” por mecanismos contramayoritarios. Pero Milei va más allá, y resuenan en su discurso las posiciones hostiles a la democracia de los neorreaccionarios estadounidenses, como Curtis Yarvin, ahora de moda entre algunos republicanos de derecha, que sostienen que la democracia es un sistema subóptimo. Yarbin propone directamente un modelo tecnoautoritario con un CEO/monarca a la cabeza, en el que la libertad personal esté separada de la libertad política.

Desde esta derecha, en eso tiene razón, Milei ha expandido el libertarismo a sectores otrora ajenos, desde capas populares informales hasta jóvenes trabajadores de plataformas, y lo ha revestido de una estética rockera /transgresora a una escala desconocida en el liberalismo-conservador argentino (con las potencialidades y límites que esto conlleva).

Pero al final hay algo curioso: si la UCeDé fue engullida y masticada por el peronismo menemista, cuando Milei debe construir su panteón con sus héroes pone ahí a Menem como el mejor presidente de la historia (Alsogaray era más moderado: decía que Menem era un liberal incompleto). Quizás eso exprese, al fin, lo límites ideológicos/simbólicos/imaginativos del libertarismo de derecha made in Argentina.

PS