Década de 1970, Estados Unidos. El economista Arthur Laffer, que años más tarde se convertiría en asesor económico del presidente Ronald Reagan, formula una teoría popularizada con una curva que lleva su nombre. Parte de un razonamiento ramplón: si no se imponen impuestos (o si la alícuota de los tributos es cero) no se obtiene ningún ingreso público, y si los impuestos absorben todos los ingresos (si la alícuota es del 100%), no se produce recaudación. La implicancia de su postulado es que los aumentos de impuestos, más allá de un punto o nivel óptimo, son contraproducentes para los ingresos fiscales. Laffer intentaba demostrar que aumentando las alícuotas impositivas el total de los recursos públicos se reduciría.
En esos años, el presidente republicano Gerald Ford buscaba aumentar los ingresos incrementando los impuestos. Laffer se reunía con asesores del presidente y usaba su curva para convencerlos de lo contrario. No lo logró en ese momento, pero sí cuando Reagan fue presidente: la reducción impositiva aplicada en la década de 1980 fue producto del invento de Laffer. Antes de Reagan, la alícuota marginal máxima del impuesto a la renta para las personas físicas era del 70%. En su gobierno se redujo a 28%. También achicó la alícuota del impuesto a la renta corporativa. Pasó del 46% al 34%.
Esas ideas se inscriben en la llamada economía de la oferta (en inglés “supply side economics”), teoría ortodoxa que propone el aumento de la producción alentando el ahorro y la inversión a través de la reducción de impuestos. Según esta corriente, la disminución conduciría directamente a un sendero de crecimiento. La tesis posee una intención oculta: defender, proteger y estimular los beneficios del sector más concentrado del ingreso y la riqueza.
Los enrolados en esa corriente de opinión suelen decir que los impuestos progresivos (por ejemplo, a la renta) tienen un efecto negativo sobre el ahorro y la inversión, ya que la desalientan e impiden que esos recursos se vuelquen a la producción. Aquí conviene destacar que el ahorro es importante en tanto se traduzca en inversión productiva, sirva para incrementar la generación de bienes y servicios, crear trabajo decente y, mediante ese y otros mecanismos, permita la distribución en forma justa. Pero ya desde la década de 1930, agitados tiempos en que John Maynard Keynes escribió su Teoría General, es un hecho científicamente demostrado que el ahorro no necesariamente se traduce en inversión para ensanchar la actividad económica, sino que se suele manifestar en una mayor riqueza individual de los más acaudalados.
La reducción de impuestos progresivos: ganancia para unos pocos
En Estados Unidos, con la reforma impulsada por Laffer, las estadísticas respecto a quiénes se beneficiaron son concluyentes: “la renta anual media antes de impuestos del 20% superior en la distribución de la renta nacional aumentó en moneda constante de 73.700 dólares en 1981 a 92.000 dólares en 1990”. Las decisiones gubernamentales auspiciadas por Laffer incrementaron en casi el 25% los ingresos de los altos estratos de la población estadounidense.
Otros autores, en estudios más recientes, demostraron que las reducciones de los impuestos a los altos estratos no promueven la inversión o el crecimiento económico. Los investigadores David Hope y Julian Limberg concluyeron, después de analizar lo sucedido entre 1965 y 2015 en dieciocho países de la OCDE, que reducir los impuestos a los ricos aumentaba la participación de los ingresos más altos en el ingreso nacional, impactando negativamente sobre los niveles de desigualdad, sin efecto alguno en el resultado económico (a contramano de lo que sostiene la visión ortodoxa).
Argentina: reducción de impuestos progresivos y caída de la producción
Las ideas ofertistas permearon más recientemente en Argentina durante la presidencia de Mauricio Macri. Ya en su primera reforma fiscal, en 2016, aquel gobierno sostenía que las distorsiones del sistema tributario asfixiaban el crecimiento económico.
Las reformas tributarias macristas, entre 2016 y 2018, redujeron los derechos de exportación a la soja (y los eliminaron para otros productos agropecuarios), bajaron la tasa del impuesto a las ganancias corporativas, derogaron el impuesto a la ganancia mínima presunta y llevaron al borde de la extinción al impuesto a los bienes personales (principal impuesto a la riqueza). Todo ello generó una pérdida para el fisco de un 1,5% del PBI, que fueron a parar a los bolsillos de los sectores más acaudalados. Mientras eso sucedía, el PBI argentino entre 2015 y 2019 se achicó en un 4%, a un ritmo de caída promedio de 1% anual.
En tiempos de globalización, mundo off-shore y elevados niveles de financiarización de la economía, los activos de los argentinos no se manifiestan principalmente en actividades productivas. Según la información disponible de la Administración Federal de Ingresos Públicos, para el año 2020 los bienes de los argentinos en el país y en el exterior se concentraban en un 66% en inmuebles, automotores, yates, naves, bienes muebles, dinero en efectivo y depósitos bancarios, un 29% en títulos y acciones y sólo un 5% en participaciones en el capital de empresas.
Es claro que los impuestos no son neutros. Afectan intereses, inciden sobre la vida material de las personas, merman los ingresos, disminuyen el patrimonio y limitan el consumo. Entonces, los impuestos de carácter progresivo -que gravan la renta y el patrimonio- contribuyen a erosionar las bases sobre las que se asienta una distribución del ingreso crecientemente polarizada, además de buscar una mayor progresividad fiscal y justicia social. Reducir de esta forma la brecha de ingresos contribuye a mitigar un problema que aqueja especialmente a nuestras sociedades latinoamericanas: la enorme capacidad de un pequeño sector concentrador de riquezas de incidir de forma determinante en las políticas que guían el sendero del desarrollo y que profundizan las desigualdades.
Considerar que un mayor peso de impuestos directos y progresivos es apropiado para la redistribución del ingreso pero perjudicial para el crecimiento económico es un mito. Como quedó demostrado, el problema es inverso: un rol redistributivo débil de los sistemas tributarios puede representar un obstáculo para el crecimiento. Los “satisfechos” intentan, con mitos y razonamientos básicos, hacerle creer al conjunto de la sociedad que si el Estado les cobra menos impuestos progresivos a ellos la producción y empleo van a crecer. Pero nada proponen para morigerar los impuestos regresivos e indirectos que, sin duda alguna, son los que afectan las posibilidades de consumo (es decir, de acceder a bienes y servicios básicos) y empeoran la distribución del ingreso del 40% de la población más pobre.
La serie publicada por elDiarioAR está basada en el manual “Mitos Impuestos: una guía para disputar ideas sobre lo fiscal”, una iniciativa del Espacio de Trabajo Fiscal para la Equidad, con el apoyo de ACIJ y FES Argentina y la edición de Revista Anfibia. Los textos expresan exclusivamente la opinión de las personas autoras sin representar necesariamente las perspectivas de las personas y organizaciones que integran el Espacio.