Estuve pensando en Moisés y en la rabia que sintió al bajar del monte y encontrar a los israelitas adorando un becerro de oro. A la ecofeminista que hay en mí siempre le incomodó esa historia: ¿qué clase de Dios siente celos de los animales? ¿Qué clase de Dios quiere acaparar para sí todo lo sagrado que hay en la Tierra?
Pero hay una interpretación menos literal de la historia. Es una historia de falsos ídolos, de la tendencia humana a adorar lo profano y brillante, a fijarnos en lo pequeño y material en lugar de en lo grande y trascendente.
En este histórico y revolucionario Séder en la Calle [comida ritual de la Pascua hebrea], lo que esta noche quiero decirles es que una vez más son demasiados los que adoran a un falso ídolo que los tiene embelesados, embriagados y envilecidos. Ese falso ídolo se llama sionismo.
Es un falso ídolo que usa lo más profundo de nuestros relatos bíblicos sobre justicia y emancipación de la esclavitud —la propia historia de la Pascua—, para transformarlos en brutales armas de robo colonial de tierras, en hojas de ruta para el genocidio y la limpieza étnica.
Es un falso ídolo que tomó la trascendental idea de la tierra prometida —una metáfora de la liberación humana que a través de múltiples religiones llegó a todos los rincones del planeta—, y se atrevió a convertirla en el contrato de compraventa de un etnoestado militarista.
La interpretación que el sionismo político hace de la liberación es en sí misma profana. Desde un primer momento exigió con la Nakba la expulsión de los palestinos de sus hogares y tierras ancestrales. Desde un primer momento, estuvo en conflicto con el sueño de la liberación.
Estamos en Séder y vale la pena recordar que también hay que incluir el sueño de liberación y de autodeterminación del pueblo egipcio.
El falso ídolo del sionismo entiende que para la seguridad de Israel hacen falta una dictadura en Egipto y estados vasallos. Desde un primer momento fabricó un desagradable tipo de libertad en el que los niños palestinos no son vistos como seres humanos, sino como amenaza demográfica. De la misma manera que en el Libro del Éxodo el faraón temía por la creciente población de israelitas y ordenaba por ese motivo dar muerte a sus hijos.
El sionismo es un falso ídolo que traicionó todos los valores del judaísmo, incluido el que concedemos al cuestionamiento, una práctica que forma parte del Séder con las cuatro preguntas que el niño más pequeño debe formular
El sionismo nos trajo hasta este momento de catástrofe y es hora de que lo digamos claramente: este es el lugar al que nos viene llevando desde siempre.
Es un falso ídolo que llevó a demasiados de los nuestros por un camino profundamente inmoral y que ahora les hace justificar la vulneración de mandamientos fundamentales: no matarás; no robarás; no codiciarás.
Es un falso ídolo que equipara la libertad judía con bombas de racimo que matan y mutilan a niños palestinos.
El sionismo es un falso ídolo que traicionó todos los valores del judaísmo, incluido el que concedemos al cuestionamiento, una práctica que forma parte del Séder con las cuatro preguntas que el niño más pequeño debe formular.
El sionismo es un falso ídolo que traicionó el amor que como pueblo profesamos por la palabra escrita y por la educación, justificando el bombardeo de todas las universidades de Gaza; la destrucción de innumerables colegios, imprentas y archivos; el asesinato de cientos de académicos, periodistas y poetas. La muerte de los medios de educación, lo que los palestinos llaman escolasticidio.
Mientras tanto, en esta ciudad de Nueva York, las universidades llaman a la policía y se atrincheran contra la grave amenaza que representan sus propios estudiantes por atreverse a hacer preguntas básicas, como esta: ¿cómo pueden afirmar que creen en algo, y menos en nosotros, mientras permiten, invierten y colaboran con este genocidio?
Durante demasiado tiempo se permitió que el falso ídolo del sionismo crezca sin control. Así que esta noche decimos: esto se acaba aquí.
Nuestro judaísmo no cabe dentro de un etnoestado porque nuestro judaísmo es internacionalista por naturaleza.
Nuestro judaísmo no puede ser protegido por el ejército desenfrenado de ese Estado, porque lo único que hace ese ejército es sembrar el dolor y cosechar el odio, incluso contra nosotros como judíos.
Nuestro judaísmo no se siente amenazado por las voces que, en solidaridad con Palestina, alzan gentes de todas las razas, etnias, generaciones, identidades de género y capacidades físicas. Nuestro judaísmo forma parte de esas voces y sabe que en ese coro residen nuestra seguridad y nuestra liberación colectiva.
Nuestro judaísmo es el judaísmo del Séder de Pascua: la ceremonia de compartir comida y vino en un encuentro con seres queridos y extraños por igual. Un ritual intrínsecamente portátil, lo suficientemente ligero como para llevarlo a la espalda, sin otra necesidad que la de estar con los demás. Un ritual sin muros, sin templo y sin rabino en el que todos cumplen un papel, también y especialmente el niño más pequeño.
El Séder es una invención característica de la diáspora, hecha para el duelo colectivo y la contemplación, para el cuestionamiento y el recuerdo, para revitalizar el espíritu revolucionario.
Así que miren a su alrededor. Este de aquí es nuestro judaísmo. Cueste lo que cueste, rezamos en el altar de la solidaridad y de la ayuda mutua mientras suben las aguas, arden los bosques y nada es seguro.
Ni necesitamos ni queremos el falso ídolo del sionismo. Queremos liberarnos de un proyecto que comete genocidio en nuestro nombre. Liberarnos de una ideología sin más plan de paz que cerrar tratos con las teocracias asesinas de los petroestados vecinos mientras vende al mundo tecnologías para cometer asesinatos con robots.
Nuestra intención es liberar al judaísmo de un etnoestado que quiere a los judíos en un estado permanente de miedo, que quiere que nuestros hijos sientan miedo y hacernos creer que el mundo está en contra de nosotros para que así corramos a refugiarnos en su fortaleza bajo su cúpula de hierro. O para que sigan fluyendo las armas y las donaciones, al menos.
Ese es el falso ídolo. Y no es solo Netanyahu. Es el mundo que él creó y que a su vez lo creó a él. Es el sionismo.
Naomi Klein es columnista y colaboradora de The Guardian US. Es profesora de justicia climática y codirectora del Centro para la Justicia Climática de la University of British Columbia. Su último libro, Doppelganger. Un viaje al mundo del espejo, se publicó en septiembre.
Esta es una transcripción de un discurso pronunciado en el Séder de emergencia celebrado la semana pasada en las calles de Nueva York.
Traducción de Francisco de Zárate