Con su sesgo populista y sus vestiduras democráticas, con esa nominación que lo distingue -lo liberal levemente modificado por libertario- el gobierno de Javier Milei no parece ser muy distinto de otros que rigieron el destino de la Argentina contemporánea en momentos claves, desde la última dictadura cívico-militar hasta este presente de achicamientos, ajustes, padecimientos.
Más allá de sus encarnaciones singulares, podríamos identificar las particularidades de cada ciclo con los binomios Videla-Martínez de Hoz, Menem-Roque Fernández, Macri-Prat-Gay, Milei-Caputo. Se trata de una línea cronológica, en alternancia con los ciclos más distributivos de don Raúl, Néstor y Cristina.
Parejas ejecutivas las cuatro primeras, que podrían engordarse con otros apellidos que metieron sus ideas promercado en la olla antipopular en la que se cocinaron y ejecutaron las recetas antiestatistas. ¿De la Rúa? Fue quien legitimó la quita del 13 por ciento a los jubilados, el recorte de los sueldos a los estatales y el corralito como respuesta a la fuga de capitales. ¿Qué decir del ajuste de quien se decía un aburrido? Sus medidas fueron beneficiosas para los mercados financieros y para los argentinos más ricos. Está claro para quienes gobernó.
“No vamos a dejar la grasa militante, vamos a contratar gente idónea y eliminar ñoquis”, aseguraba en enero de 2016, el entonces ministro del gobierno amarillo, Prat Gay, justificando despidos en el estado. Un año y algo más después, el entonces titular del Ejecutivo, don Mauricio M., reemplazaba la idea pratgayista de grasa militante por la de aguantadero. Alí Babá y los cuarenta, con domicilio en el país y en el exterior, se adueñaban del monstruo (el estigmatizado estado que tantos favores les hizo) para ampliar los recursos de los privados. ¿Quién es el monstruo, entonces? ¿Quién le pone el cascabel al gato?
El gobierno y sus aliados dicen estar en contra del aborrecido aparato, que se debe prescindir, dejar que la oferta y la demanda actúen libremente. Pero, qué contradictorio, ¿no es intervencionista entonces mandar un conjunto de leyes al congreso para arrasar con los derechos de les ciudadanes? ¿No es intervencionista acaso que los mayores costos de la libertad que avanza los costeen con bolsillos vacíos asalariades, despedides, mujeres, adolescentes y niñes? ¿Qué clase de libertad es la de un mercado feroz que impone su poder autoritario con las leyes de los más fuertes, las de la selva financiera, donde el Hombre es el lobo del hombre, de la mujer, de les chiques, de las disidencias genéricas, corporales y de tantes más?
El enojo y la tristeza, la miseria y la lucha están en la calle. También el amor, una esperanza en el territorio público donde el encuentro y el abrazo son herramientas colectivas para frenar el arrasamiento
En el súper, en el chino, en el día (y en la noche), en el almacén de barrio y en los mayoristas, los concentrados ponen, sacan, aumentan, a troche y moche, siempre a su antojo, sin ninguna empatía por sus congéneres, mientras crecen exponencialmente los patriotas que carecen de vivienda, de trabajo, de futuro. Los concentrados están amparados por la libertad de un gobierno que aparenta ser prescindente, pero defiende a los que más recursos tienen y opera sin anestesia para engordar sin límite su capital.
Les gordes y les activistas militamos con convicción por ética y por ideas (no por dinero). Quienes padecen, se arremangan, están en el borde o se cayeron, asisten a un despojo inédito. El enojo y la tristeza, la miseria y la lucha están en la calle. También el amor, una esperanza en el territorio público donde el encuentro y el abrazo son herramientas colectivas para frenar el arrasamiento.
Los personajes que mandan, esos empleados graciosos que llaman la atención por sus pelos al viento, sus grititos y discursos anacrónicos, están poniendo al país en estado de burla e indefensión.
¡No se banca más No se banca más! La grasa de las capitales no se banca más! cantaba Charly con urgencia durante la dictadura. Hoy, ese estribillo vuelve a las mentes y a los corazones de muches. El interrogante de este presente brutal es: ¿cuál es el límite que soportarán los cuerpos? El verano está caliente con ruidazos, marchas, ferias, encuentros y manifestaciones como recursos resistentes. También las redes virtuales arden frente a la contundencia del decretazo y la ley ómnibus que ponen a cientos de colectivos en estado de alerta.
¿Paranoia, soledad, autodestrucción? ¿Voracidad, una nueva Banelco, un porcentaje? ¿O Nos salvamos entre (casi) todos? ¿Y qué es lo que hay que hacer para evitar enloquecer? se preguntaba el cantautor del bigote bicolor.
Era 1979 cuando Charly cuestionaba la banalidad en la que vivía una parte del país, eran tiempos de la plata dulce y de los desaparecidos, mientras las empresas a las que les interesa(ba) el país (Tiempo Nuevo, con Bernardo Neustadt y Mariano Grondona) “se quedaban con todo el dinero”, en palabras del músico.
Furia, rabia, resentimiento, aunados de manera genial en la letra de la canción de Serú Girán: No transes más con la cantina, con la cantora, con la televisión gastadora, con esas chicas bien decoradas, con esas viejas todas quemadas. Era música compleja, futurista, en un tiempo dramático en el que, sin embargo, había futuro. ¿Quién escribirá el nuevo cancionero? ¿Cuál será el repertorio de este tiempo en el que nadie debe quedar afuera, sea pobre, gordo, actor, docente, cineasta, cantante, cronista o marrón?
LH