Se suele decir que no es bueno que los padres discutan frente a los hijos, porque podría ser algo triste o doloroso para ellos, pero también es a veces la única forma en que estos pueden enterarse de que sus padres son algo más que sus padres, por ejemplo, un hombre y una mujer.
Hay parejas que están tan destruidas o absorbidas en los roles parentales, que solo pueden transmitir a sus hijos algo de la conyugalidad a través de pelearse frente a los hijos. Creo que es un problema idealizar demasiado la pareja parental ante los hijos; ver padres felices puede ser también un acto renegatorio y, en cierta medida, la felicidad es un poco asexuada también.
La cuestión no es tanto que los padres no peleen, sino cómo lo hacen. Se puede discutir sin asumir una actitud destructiva. Recuerdo que hace unos años una colega se jactaba de que su hijo no se pasaba de noche a la cama que ella compartía con su marido. “Quizá no haya nada interesante para ver”, pensé con fastidio por el modo en que ella idealizaba su parentalidad. Cuando un tiempo después me enteré de su separación, me sentí un poco culpable; pero después se me pasó. La idea de padres felices y de acuerdo en todo me parece mucho más problemática que mi torpeza hostil.
Los padres vivimos preocupados porque una separación no dañe a nuestros hijos. Así desconocemos que el deseo de que los padres se separen es uno de los más comunes de la infancia. ¿Qué otra cosa es el complejo de Edipo sino el deseo de que los padres se separen?
Parricidio o incesto son dos formas de nombrar la separación de los padres: se mata a uno o se tiene sexo con la otra. Es sobre el trasfondo de la separación de los padres que se puede desear una u otra cosa. Asimismo, el deseo que los padres se separen –a través de su matriz edípica (como parricidio o incesto)– vela que el nacimiento mismo de un hijo implica una separación en la pareja conyugal –para devenir pareja parental.
Cuando un niño dice que no quiere que se separen los padres, es porque lo desea. Por lo general, si el niño ya logró desasirse de los deseos edípicos, será indiferente.
Con toda la razón los padres temen que una separación dañe a los niños, pero equivocan el motivo: con ese temor es que perciben el deseo inconsciente de sus hijos y no quisieran que se realice. También así evitan hacerlos sentir culpables, aunque eso no dura mucho tiempo.
Y cuando los padres absorben la culpa de los hijos, transformándola en propia y se la agregan a su temor de dañarlos, al punto de quedarse juntos por el bien de los niños… eso no les hace ningún favor.
Por último, en algún momento es preciso decidir no tener más hijos, pero ¿cuándo y cómo? Uno puede decidir no tener más hijos, pero esta es una decisión abstracta si se interpreta como no tener otros hijos. Esto es solo una idea sin ninguna realidad.
Las personas nos la pasamos diciendo cosas que no tienen ninguna realidad. La decisión de no tener más hijos se vuelve concreta cuando los hijos que uno tiene cumplen años y crecen; es decir, cuando uno deja de tener los hijos que ya tiene.
Los hijos que ya no voy a tener, son los que tengo, los que tuve. Y es muy triste, por eso cada cumple es una gran alegría, pero también una enorme tristeza. Porque decido ya no tener más hijos cuando me doy cuenta de que nada va a reemplazar a los hijos que tuve, aunque me engañe con una mascota o me dedique más al trabajo (quizás adopte tesistas) para ahogar ese dolor. Las decisiones concretas son dolorosas.
Las personas se la pasan tomando decisiones abstractas, sin realidad. Una decisión concreta, como la de no tener más hijos, no tiene nada que ver con ligarse las trompas o una vasectomía.
Un padre y/o una madre pueden tener como hijos a sus hijos durante toda la vida y así haber dicho que no iban a tener más hijos, pero ser el principal obstáculo para el crecimiento de sus hijos.
Cuando los hijos crecen, los duelamos. Es hermoso que crezcan, pero es muy triste también. No es fácil decidir no tener más hijos. Una decisión concreta es la que impone un duelo.
Quienes no hacen duelos, no toman decisiones. Dicen que hacen cosas, pero viven en lo abstracto de la vida.
LL