La primera Marcha del Orgullo en la que participé fue la del año 1993. En ese momento, todavía tenía el nombre de Marcha Gay Lésbica. Como se estilaba en esa época, las manifestaciones en general se daban en el horario del vivo de los noticieros, a modo de garantizar su visibilización. De hecho, fue así como me enteré: estábamos en casa con Claudia Pía Baudracco y Alejandra Romero cuando vimos por la televisión que los gays y las lesbianas se estaban manifestando en frente de la Catedral. Vivíamos cerca del Botánico, así que nos tomamos un taxi y nos fuimos para allá. Fue esa tarde noche cuando conocimos, entre otros, a los activistas históricos Carlos Jáuregui, Marcelo Ferreyra y César Cigliutti, quienes luego de esa marcha nos invitaron a ser parte de un movimiento que, con el tiempo, se convertiría en la la Comisión Organizadora de la Marcha del Orgullo (COMO). A partir de ese momento, esa fue mi escuela de activismo, en donde pude aprender lo que eran el debate y el consenso. Sobre todo, respetábamos la voz de la minoría: no se votaba por mayoría democrática, sino que se respetaban todas y cada una de las voces.
Aquellas primeras marchas eran meramente de protesta y no pasaban de las 150 o 200 personas. La mayoría eran gays y lesbianas que marchaban encapuchadxs o con máscaras, por el riesgo de perder sus estudios, sus trabajos, sus familias, hasta sus hijxs, en el caso de las mujeres. Por otro lado estábamos nosotras, que no teníamos nada que perder: ya estábamos penalizadas por ser travestis. En ese sentido, nuestras demandas eran bien distintas; mientras que gays y lesbianas pedían por su derecho a casarse, a adoptar, a aparecer en la herencia de un ser amado o a compartir la obra social de su trabajo, nosotras pedíamos simplemente poder caminar libres por la calle sin ser arrastradas por nuestra identidad. Las necesidades eran otras, la emergencia era otra. Recién en el año 1996, en el primer encuentro de Rosario, se creó el movimiento LGTB, que nos unió en comunidad bajo una misma lucha.
En el año 1995, al ser parte activa de la organización, desde la comunidad trans propusimos cerrar la manifestación con show, y así dar un salto de la protesta a la celebración. Al finalizar la marcha, nos ubicamos en el monumento que está frente al Congreso y, como todavía no tenía rejas en su escalinata, la usamos de escenario. Daiana, Wendy, Peter, Bedoya, Romina y yo nos encargamos de preparar el espectáculo. Yo hice un playback representando a Eva Perón. Fue un escándalo: el peronismo no estaba muy bien visto, y mucho menos que una travesti hiciera de Eva.
En el año 2001, antes de exiliarme, lo último que hice fue co-organizar y participar de la marcha. A la semana, me fui. Cuando volví a la Argentina en el 2008, logré cerrar un ciclo: después de haber pasado por un exilio y un asilo político, regresé unos días antes de la marcha para volver a ser parte, nuevamente, del show.
Desde que vivo en Alemania, todos los años regreso para la Marcha del Orgullo. Este año, en particular, se celebró la número 32. Para esta ocasión, la COMO hizo un homenaje a quienes fuimos lxs primerxs integrantes. Nos invitaron, junto a muchxs compañerxs de la comunidad que hacía mucho tiempo no veía, a ser parte del Consejo Asesor Histórico. Fue muy emocionante reencontrarme con ellxs para leer un discurso sobre el escenario, como en aquellos tiempos.
La motivación para crear el Consejo Asesor Histórico fue mostrar de dónde venimos, cuántas luchas hemos ganado, en dónde estamos y a dónde no queremos ir. Se buscó poner en tema a toda la población joven con respecto a nuestra historia: antes marchábamos con máscaras y encapuchadxs, hoy en día, lo podemos hacer libres y sin persecución. Yo soy de una época en la cual nos organizábamos en un calabozo, eso es algo que la juventud ni siquiera se imagina. Nuestra herencia es un piso de derechos para que lxs jóvenes puedan elegir, pero elegir correctamente: ni un ajuste más, ni un derecho menos.
MBC/SN/DTC