En la novela policial Los albañiles (1964), del mexicano Vicente Leñero, el ingeniero y los obreros de un edificio en construcción sobre la chilanga calle Cuauhtémoc son interrogados por la muerte de don Jesús, el velador de la obra. Todos habrían tenido motivos para matarlo. Si algo les sobra, a estos albañiles, es motivación. Uno se anota en un concurso de canto en la radio y ahí va con una canción que dice que él no es una monedita de oro. Jacinto pierde con este tema depreciado; sus compañeros se burlan. Aún más allá de la frontera norte de México, y en un sentido a la vez menos figurado pero infinitamente más amplio, el oro perdía, por aquellos años, valor para ganar seguro los concursos como modelo de prestigio y seguridad como piedra angular de la construcción de todo sistema monetario digno de ese nombre. El libro sí fue premiado: en el concurso Biblioteca Breve de la editorial barcelonesa Seix-Barral, uno de los mejores cimientos del boom latinoamericano sesentista. Menos de una década después, el subcontinente rompía su aislamiento, sus literaturas dejaban de ser vistas como de imitadores y se convertían en mágicos modelos universales a imitar, y el presidente de EEUU, el republicano Richard Nixon, había abandonado el patrón oro para el dólar y había cambiado su alianza de reconocimiento político y diplomático con los chinos nacionalistas de Taiwán para forjar una nueva con la República Popular China cuyo Partido Comunista, gobernante entonces y ahora, celebró el miércoles su centenario con pompa, circunstancia y las mayores reservas bancarias del globo en dólares billete emitidos ya sin respaldo de aquel oro que cantaban las canciones que perdieron los concursos.
Aunque Occidente impugne el ‘cuento chino’, el relato que el Partido Comunista chino hace de su historia narra una historia tan asombrosa como verdadera: la agrupación clandestina que Mao y dos decenas de hombres fundaron en Shanghái en 1922 llegó a ser el partido político más poderoso del mundo y a dirigir la economía que más crece en el estado más poblado de la tierra. Como cualquier aniversario importante en cualquier país del mundo, los cien años del Partido Comunista chino se celebraron con restallar de banderas made in China. Solistas de fama de voz vibrante, grupos corales polifónicos pero unísonos cantaron el mismo himno entonado con la convicción de que todas las palabras significan siempre lo mismo. Gloria al Partido sin el cual nada de la bonanza única de la Nueva China habría existido jamás. Sin horror ni al vacío ni al infinito, proliferaron pululantes memorabilia y ephimera made in China, barroca como el milenario Imperio Antiguo de los emperadores y emperatrices que precedieron en el gobierno al centenario Partido Moderno que todavía no conoció lideresas ni cuenta con muchas mujeres entre sus cuadros decisivos. Libros, folletos y bibelots de Marx, Engels, Lenin, Mao, vajillas de porcelana roja, fuentes, platos, vasos, jarras, jarros. El signo de la prehistórica era paleolítica, el martillo, unido con la hoz, signo de la ya agrícola prehistoria paleolítica, proliferan en esta celebración de la modernidad ultratecnológica. Pósteres retro de obreros y campesinos, cromos de guardias jóvenes, visitas de troupes escolares endomingadas en día de semana en tour por monumentos heroicos y altares patrimoniales, ratificando y augurando un turismo rojo post-pandémico local y regional de miles de millones de dólares. Clips, video clips, films, videos, folletos, tik-toks. Los líderes renovando sus desposorios con el Comunismo en chino mandarín con fonética modélica de Academia Confucio en ceremonias coreografiadas, filmadas en vivo y en directo, en primeros planos de la intimidad lujosa y en grandes angulares satelitales.
Rojo es el color y kitsch es la estética de los partidos que duran, sean de izquierda o de derecha. Sólo el Partido Colorado paraguayo ha estado más años en el poder que el Partido Comunista chino. Aunque el Paraguay sea el país más grande del mundo entre los que reconocen a China Nacionalista (Taiwán) en lugar de a China Popular: Asunción tiene embajada en Taipei pero no en Beijing. Como le informa a elDiarioAR la estudiosa Carla Benisz, investigadora del CONICET, la canción “No Soy Monedita de Oro” con la que el albañil mexicano perdía su concurso radial es una cachaca paraguaya.
La salvación por la palabra
El adjetivo que con más orgullo pronunció el presidente chino Xi Jinping en su discurso fue “moderno”. China es un país moderno, gobernado por un socialismo moderno, dirigido por el partido más moderno de la tierra, líder de la modernización más efectiva del último siglo. Pasen y vean, miren y comparen, admiren pero respeten. También la modernidad mejora al añejarse un siglo, era su moraleja, subrayada en rojo y en el oro de los dólares. Con poco más de un año en un gobierno de super mayorías recabadas sin necesidad de raspar el fondo de las urnas, el presidente salvadoreño Nayib Bukele es un líder hipster, joven, ultraconectado en las redes sociales permanentes, que hace de la modernidad su bandera, su prueba y su garantía de legitimidad para unas fuerzas políticas (las que él y sus parientes fundaron) que en los hechos se comportan como un partido único aunque menos lejos de la paridad de género.
El Salvador es un país lejos del oro, y lejos de la propia moneda, porque, como la de Ecuador, la suya es una economía dolarizada. Es un país que tiene por detrás guerras civiles y violencia criminal, o no tan atrás, porque la pobreza acumulada y la recesión económica de una pandemia que sigue por delante hacen y harán sentir su peso. En la ciudad balnearia salvadoreña de El Zonte, sobre el océano Pacífico norte desde el que Centroamérica mira a Asia, junto al dólar convivían los bitcoins como moneda local de curso legal aceptado como experiencia pionera. La modernidad del pueblo, ayudada por la gracia suficiente de un donante oculto, anónimo pero eficaz, había quedado garantida, a los ojos del joven presidente con gorra de beísbol con visera en la nuca, por esta superación del dólar, la moneda que superó al oro, por una moneda todavía menos real y menos respaldada, el bitcoin. Bukele citó a El Zonte como inspiración de su “Ley Bitcoin” por la que esta criptomoneda convivirá junto al dólar como moneda de curso legal en todo El Salvador a partir del 7 de septiembre.
Hay que decir que en esto Nayib Bukele está siendo más moderno que Xi Jinping. Porque China especuló contra el bitcoin -o le quitó su apoyo o su confianza-, e hizo caer drástica y acaso decisivamente el valor de la criptomoneda. ¿Será más postmoderno Bukele, como decían que fue aquel realismo mágico de la literatura latinoamericana sesentista? El teosófico general Maximiliano Hernández, que gobernó autocrático El Salvador durante trece años desde 1931 decía que matar a un hombre era menos grave que matar a una hormiga, porque el hombre reencarna y la hormiga no, y encomendaba la cura de las enfermedades infantiles a “los médicos invisibles”, que tanto podían curar, como muchas veces no, a los niños. China comunista cree en la mano invisible de mercado, pero no en la gracia salvífica eficaz del bitcoin. La modernidad con la que sueña Bukele ser el mesías de El Salvador es la de California Dreamin’, como la del episodio final de la serie Mad Men, de publicistas en manos de gurúes hippies. El Zonte es un pueblo surfero. A riesgo de spoiler, hay que decir que al final de la novela Los albañiles el asesinado don Jesús vive algo así como una resurrección. Su autor, Vicente Leñero, no era realista mágico ni mucho menos posmoderno: era católico. Lo cual, en el México del PRI, tenía sus riegos.