Se ha hablado de la irracionalidad de los autopercibidos como libertarios. Tanto del voto que los elige como del propio candidato. Los aspectos racionales no son menos graves. A la negación –y condena– del Juicio a las Juntas promovido por el presidente Raúl Alfonsín, se agrega una frase, repetida con insistencia por Javier Milei, donde se mencionan “cien años de decadencia”. Es decir que, a diferencia del antiperonismo clásico –o su revisionismo anti kirchnerista–, no ubica el origen del mal ni en el 43 ni el 73 ni en 2003, sino exactamente un siglo atrás.
Si se piensa ese lapso como una aproximación, con intenciones más poéticas que de exactitud, el comienzo del fin, para el candidato, podría situarse en la sanción de la Ley Sáenz Peña, en 1912, y la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, de 1916 a 1922. Con mayor precisión, hace exactamente 100 años, el 22 de noviembre de 1923, se sancionó la Ley 11.289 sobre jubilaciones, con la oposición de las centrales empresarias –siempre tan parecidas a sí mismas– que se organizaron a través de una comisión para lograr la derogación. No podría haber ejemplos mejores, eventualmente, de cómo Milei concibe la historia y la sociedad argentinas. Qué es lo que para él debe tacharse y adónde deberíamos retrotraernos para encontrarnos nuevamente con la prosperidad perdida. El primer gobierno de Yrigoyen y la Ley Jubilatoria contienen en su seno las semillas del Mal.
La irracionalidad de un paranoico de café puede llegar a ser incluso graciosa. Milei parece nacido para convertirse en meme
Milei se corresponde de manera estricta con una patología aun poco estudiada por los especialistas, pero bien conocida en Buenos Aires: el paranoico de café. El temblor que le recorre la zona periférica de los ojos y el brillo del sudor que aparece en su lado derecho cuando alguien intenta discutir con él lo delatan. Ese es el momento en que empieza a citar mal sus escasas y superficiales lecturas de libros tan antiguos como desprestigiados. Quienes dicen que esos libros no tienen vigencia, que la práctica jamás los corroboró, son los de siempre. Son quienes niegan la verdad evidente (la suya). Los enemigos que lo cercan. Que le tosen. Él quiere un mundo sin enemigos. Y si fueran demasiados allí estará la libertad para que los “argentinos de bien” –los que están de acuerdo con él– utilicen sus armas de fuego recién compradas.
Tanto Milei, en su muy racional elección del período que marca “la decadencia argentina”, ni más ni menos que el de la vigencia del voto secreto y obligatorio y la Ley Jubilatoria, como Victoria Villarruel en la reivindicación de algo que la ley sancionó como delito, niegan lo mismo: la democracia. Milei, de todas maneras, es alguien mucho menos articulado, astuto y, sí, maligno que su candidata a vice –que ya realizó un acto a solas, con logo propio y vivada por señoras del barrio de Recoleta–.
No debería extrañar que el verdadero pacto secreto entre Mauricio Macri y La Libertad Avanza, fuera con ella y no con él. Ellos no defenderían a Milei de las acusaciones de insanía. Por el contrario, en el hipotético caso de un triunfo, las propiciarían. Las fuerzas legislativas del PRO que quedaran en la égida macriana, junto con las de LLA, comandadas por Villarruel –que sería presidente del Senado– serían quienes más temprano que tarde pedirían el juicio político de Milei por incapacidad, resultando en la paráfrasis siniestra de un viejo hit: Villarruel al gobierno, Macri al poder.
La irracionalidad de un paranoico de café puede llegar a ser incluso graciosa. Milei parece nacido para convertirse en meme. No es que no sea peligroso. Lo es y en demasía. Pero el peligro mayor es la racionalidad de sus socios aparentes.
DF