No sólo en el consultorio, sino en el relato cotidiano de varones, escucho que hablan –cada vez más– de su interés por los tríos.
En el libro Adiós al matrimonio escribí un apartado de un capítulo sobre este tema, con dos hipótesis: una relacionada con la reactualización de una fantasía edípica (erotización de la amenaza de pérdida del objeto amado y rivalidad con otro), otra vinculada con la pasividad, porque el trío propiamente dicho para un varón no es con dos mujeres, sino con otro varón.
El punto es que lo que escucho como más corriente hoy es la situación de varones que, con una mujer, le piden a esta que les cuente qué hacían con otro (o qué harían), o le piden que se imaginen con otro y variaciones.
No tengo muy en claro cuál es el motor pulsional en este tipo de interés. Pensé en este tiempo que la representación de otro varón en la escena descarga al que está ahí –de cuerpo presente– de la competencia con otro varón y, al mismo tiempo, evita la intromisión del goce femenino.
Como defensa habitual respecto de este último punto, hasta hace un tiempo los varones tenían síntomas más estandarizados: impotencia y eyaculación precoz. No es que este tipo de síntomas haya desaparecido. Al contrario, su presencia es cada vez más frecuente. Pero lo que a mí me importa subrayar es que no cualquier varón resulta impotente (o precoz). Éste es un tema sobre el que ya escribí en otra ocasión para este mismo medio, así que no volveré sobre el asunto.
Lo que hoy quiero subrayar es que el planteo del trío quizá pueda ser un modo de evitar esos síntomas, a través de un rodeo muy particular. Quiero decir, entonces, que no se trata en estos casos (por supuesto, no en todos) de una verdadera liberación sexual, sino de otro modo de resolución de un típico conflicto masculino.
En principio, digamos algo obvio: esta es una condición erótica, que –de acuerdo con lo anterior, hagamos la correlación– suele estar presente en varones que atravesaron momentos de impotencia. Dicho de otro modo, pareciera que este artificio es un modo de recuperarla, la potencia, como si dejándole el lugar a otro pudieran perder la exigencia viril, aunque con un costo: quedar ofrecidos a un goce masturbatorio en la mujer. Se trata de varones que hacen bien las veces de consuelo –es decir, varones para los que estar con una mujer es equivalente a “hacerla gozar”, para un goce del que no son partícipes más que como espectadores–.
Se trata de varones que lograron evitar la angustia del encuentro sexual a través de que éste quede convertido en un “autoerotismo de a dos”. En efecto, este es un modo del goce que hoy está bastante bien difundido, ya que no hay más que entrar a las redes sociales y escuchar consejos de sexología acerca de cómo hacer gozar al otro, cada uno con su goce, de acuerdo con una correcta ilustración del principio neoliberal.
A propósito del tema de los tríos, mi colega Carlos Quiroga me hizo notar que más allá de la ya consagrada fantasía de la escena primaria –cuyo contenido es el coito entre los padres–, presente en toda época, la ménage à trois ha sido desde el origen una variante de la familia, ya que el sintagma se traduce literalmente como “hogar de tres”. Mi colega coincide en que hay una tendencia en progreso de la variante “trío de una mujer entre dos hombres”, sin que eso pueda ser traducido como una verdadera terceridad. Lo que él ha observado es que en un estudio comparativo entre la ménage à trois y este tipo de trío de dos varones y una mujer la diferencia estriba en que no es lo mismo que un varón esté como distribuidor del goce (entre dos mujeres) a que sea la mujer la que esté como objeto (entre dos varones).
En el primer caso, el varón no puede abandonar la posición activa adjudicándose la insignia de “poder con todas”. Es una caricatura del mono-macho. Mientras que si bien, en la segunda versión, la mujer aparece como degradada hasta el punto máximo al ser tomada por todos –la venganza de los hijos asesinos–, su reverso es que no deja de ser una mediación de la “pasión homosexual” rechazada entre varones.
Paradójicamente, esta época de supuesta liberación sexual, atenta al goce femenino, no hizo más que poner a distancia su irrupción, dándole un lugar privilegiado –en la sexualidad masculina– a lo que Quiroga llama “narcisismo primario homosexual”. En este punto, quiero aclarar que estas consideraciones no pretenden sancionar ni corregir ningún uso sexual del cuerpo, pero sí intentan plantear un principio de entendimiento cuando estas situaciones van de la mano de un tipo de sufrimiento. Después de todo, así es que llegan a la consulta. No son pocas las parejas que, en estos últimos años, a partir de plantear la apertura de la relación o un intento de vida poliamorosa, terminaron pasándola peor. Asimismo, variantes de los tríos, efectivos o imaginarios, son la situación del varón que padece celos retrospectivos (es decir, que no puede dejar de preguntarle a su pareja qué hacía con su ex) y la de quien, en pareja y con un hijo, se siente desplazado por el bebé. Estas son variantes contemporáneas para una época en que los varones ya no luchan por el amor de una mujer.
Para concluir, quiero recordar una escena de una vieja película de Buster Keaton, en la que, hacia el final, el protagonista ve en una pantalla de cine cómo un actor besa a una mujer y él hace lo mismo con la mujer que tiene al lado. Creo que, en la película Desde el jardín, el personaje de Peter Sellers hace lo mismo y me pregunto si no hay en el narcisismo primario un tipo de apoyo en el “otro hombre” –por eso homosexual, sin que vaya de la mano de una práctica efectiva. Más que de una identificación imaginaria, se trata de una mimesis básica, como si el homoerotismo que está implícito en el encuentro de todo varón con una mujer aquí no pudiera más que proyectarse. Quizá precedentes de este mecanismo visual hayan sido los espejos en los hoteles y, más recientemente, la captura del erotismo de algunos varones en el recurso a la pornografía. Me refiero a esos varones que después de estar con una mujer tienen que igualmente masturbarse. Tal vez ya no sean tiempos en que un varón se reconocía como tal a partir del encuentro con el goce femenino. “Volverse hombre” quizá sea una propuesta pasada de moda.
LL