Los efectos de la peor sequía que atravesó Argentina en 60 años están calando profundo en la frágil macroeconomía del país. Se calcula que las pérdidas implicadas en la actividad económica rondarían el 3% del PIB argentino estimado para 2023. Estos cálculos tienen en cuenta las pérdidas en exportaciones, en recaudación impositiva y en otras actividades que serán menos demandadas: fletes, mano de obra, servicios financieros, etc. Únicamente para las exportaciones, estudios privados estiman caídas de entre USD 15.000 y 20.000 millones en el saldo exportable, contando todos los complejos agroindustriales afectados por la sequía.
Es importante entender que el complejo oleaginoso-cerealero representó en el 2022 más de USD 44.000 millones de exportaciones, casi un 50% del total exportado por el país. Ante esta fuerte concentración de las exportaciones en muy pocos productos, cuya producción responde en gran medida a las eventualidades climáticas -cada año más impredecibles-, resulta pertinente el desarrollo de otros complejos que tengan potencial para ocupar un rol de importancia en el frente exportador argentino.
Hidrocarburos
Desde 2015, el sector de hidrocarburos vivió un crecimiento sostenido en términos de producción, inversiones y exportaciones. La actividad revirtió una tendencia a la baja que había durado más de una década y actualmente está firmemente encaminado en un sendero expansivo, por varios motivos. El fenómeno de Vaca Muerta, cuenca explotada principalmente e impulsada originalmente por YPF, cambió completamente las perspectivas del sector. El avance de tecnologías de extracción relacionadas con el gas y petróleo no convencionales permitieron ampliar de manera grosera los horizontes de producción, especialmente en la provincia de Neuquén. Para darse una idea de la rapidez e intensidad de estos cambios, Neuquén pasó de ser en 2015 la tercera provincia productora de petróleo -con un 20% de todo lo producido- a ser la primera en 2022, aportado casi un 50% de toda la extracción nacional. A su vez, el petróleo no convencional pasó de representar un 4% del total extraído en 2015 a un 41% en 2022, multiplicando por diez su peso en la producción argentina de crudo.
Pero se podría argumentar que, en este contexto de expansión, el hecho que más impacta en la economía argentina es el crecimiento de la producción nacional de gas. Los productos derivados del gas extraído calientan los hogares en invierno, abastecen a diversas industrias petroquímicas, generan electricidad y no tienen un impacto ambiental tan pronunciado cómo otras fuentes de energía -lease carbón-. Por estás razones muchos consideran al gas natural como la fuente de energía que más relevancia tendrá en las próximas décadas, como fuente de transición entre los viejos modos contaminantes y las energías renovables limpias.
En Argentina particularmente, más del 53% de toda la energía primaria producida proviene de gas natural de pozo. El aumento de producción tiene un impacto directo en la matriz energética y, por lo tanto, en el total de la economía.
Sin embargo existen fuertes limitaciones a esta explosión productiva, principalmente relacionada a problemas de infraestructura de transporte de gas. Las venas y arterias que transportan lo extraído desde su origen hasta los puertos, industrias y centrales térmicas que los reciben son los famosos gasoductos, que hoy se encuentran exigidos como nunca. Con cada nuevo proyecto anunciado de extracción de gas y petróleo, más acotada se hace la línea entre lo que se quiere transportar y lo que se puede.
En este contexto entra en escena el Gasoducto Presidente Nestor Kirchner (GPNK), la obra de infraestructura más importante para el sector y posiblemente la que más impacto tenga en la matriz productiva de Argentina de todas las realizadas en los últimos años. Este gasoducto conectará las localidades de Tratayén -en el corazón de Vaca Muerta- con la ciudad bonaerense de Salliqueló, logrando aumentar en sustancialmente la capacidad de transporte de gas desde el núcleo nacional de extracción y rompiendo cuellos de botellas existentes en el sistema.
Con la primera etapa del gasoducto finalizado -se prevé que para mediados de junio-, la producción nacional de gas podrá seguir su rumbo de expansión traccionado desde Vaca Muerta. Esto significará una reducción de las importaciones de gas que Argentina realiza para cubrir su demanda energética -el gas que producimos todavía no alcanza para autoabastecernos- y un aumento de las exportaciones a otros países. Por el lado de la industria petrolera, si bien se espera un descenso de los precios internacionales de la energía, se espera que el sector continúe aumentando su producción y por tanto sus cantidades exportadas, logrando sostener el valor exportado para 2023.
Estas estimaciones implicarían una fuerte ayuda en el cortísimo plazo para el sector externo. Ante la escasez de divisas generada por la mencionada sequía, el sector es de los que presentaría una mayor mejora en su saldo comercial. En el año 2022 exportó US$ 8.426 millones, y para 2023 se espera que dicho valor se sostenga aproximadamente. Las perspectivas son positivas, pero a eso hay que adicionar el ahorro de divisas por la reducción de las importaciones.
Si analizamos las importaciones argentinas, podemos ver que en el 2022 casi el 16% de ellas -más de US$ 12.000 millones- correspondieron a combustibles. Por las necesidades de la industria tras la recuperación de la crisis pandémica y el aumento de los precios de la energía por la guerra rusa-ucraniana, este dato fue particularmente elevado.
Para este 2023 se espera que una conjunción de factores -la mencionada finalización del gasoducto, la baja de los precios internacionales y mejoras esperadas en generación energética de otras fuentes- generen una reducción importante de las importaciones del sector energético. Se espera que las compras al extranjero bajen en 2023 a valores entre los US$ 8.000 y 9.000 millones, aproximadamente un 30% menos que en 2022.
De esta manera, el aumento de las exportaciones -en cantidades pero no en valores- y la reducción de las importaciones traerán un alivio conjunto que ronde los US$ 4.000 millones en este 2023, pudiendo alcanzar el equilibrio de la balanza comercial energética. Claro que no alcanza, pero ayuda -y mucho- a compensar parte del efecto negativo sobre la balanza comercial que traerá aparejada la sequía.
Creemos, sin embargo, que este posible equilibrio de la balanza comercial energética tendería a convertirse en una situación superavitaria. Las mejoras en infraestructura, el boom de inversiones en Vaca Muerta y la profundización de un ciclo de creciente producción hidrocarburífera permiten suponer que en un futuro de corto plazo el sector de gas & oil realizará aportes aún más significativos al balance externo.
Aún mayor ilusión genera el mediano-largo plazo del sector hidrocarburífero. El recientemente lanzado Plan Productivo Argentina 2030 estima que para 2030 las exportaciones del sector -de la mano del desarrollo de Vaca Muerta- alcanzarán los US$ 32.000 millones, aproximadamente; mientras que Fundar enfatiza en el potencial del sector de GNL, el cual podría desarrollar exportaciones por USD$ 27.000 millones anuales para 2050 en caso de desarrollarse un marco regulatorio adecuado para promover su crecimiento.
En conclusión, los hidrocarburos cumplirán un rol estratégico en un presente acechado por la escasez de divisas generada por la sequía. Pero las perspectivas positivas de su desarrollo permiten imaginar que tiene la potencialidad para ayudar a paliar los problemas estructurales que la nación presenta en su frente externo.
*Economistas. Integrantes de Misión Productiva
CC