Conocí a Valeria Erlijman una noche en La Plata, durante una edición del Encuentro Plurinacional de Mujeres, Trans, Travestis. Acompañamos a nuestras hijas, estudiantes de colegios públicos secundarios, a aquel evento multitudinario y democrático durante los tiempos de Macri. Paramos durante tres días en una antigua escuela y las bolsas de dormir, las guitarreadas, los pañuelos verdes girando en el aire, las asambleas emponchadas discutiendo el uso del lenguaje inclusivo y el activismo gordo le dieron calor a aquel octubre frío.
Nos volvimos a cruzar un par de veces en un encuentro pos-pandémico con actuación, artes visuales y vino que organizó en la vereda de su casa y un verano, acompañadas de nuestras familias, en las playas de Costa del Este. Hace muy pocas semanas, Erlijman, que es médica psiquiatra y psicoanalista, presentó un libro con fotografías suyas. Se llama Complicidades, juegos y placeres y la gente lo pudo ver durante la fiesta que se organizó en Hasta Trilce.
El libro contiene imágenes que la autora tomó y atesoró a lo largo de una vida para salvarlas del olvido. Sus herramientas fueron una Kodak Brownie Fiesta 3, que fue su primera cámara, y una Pentax K1000, y las Nikon D40, D3200 y D7200.
Allí están su marido, Víctor Raúl Vera, preparando el asado en la terraza, jugando o durmiendo con las hijas, Malena y Catalina, las niñas en la bañadera o los pies arrugados de una de ellas al salir del agua, una mano joven y otra vieja muy agarradas, la recogida con balde de la uva de la parra, las sonrisas cómplices de las hermanas con sus pulóveres a rayas, la escalera y el fratacho, las lamparitas de colores que alumbran la noche, el pastito y el agua junto a los zapatitos en espera de los reyes magos.
Es la plasmación del afecto de esos cuerpos, la corriente de cariño al aire libre y en el refugio del hogar, en dos dimensiones, que parecen invitar al espectador a participar. Erlijman creó este libro durante la enfermedad de Raúl y lo presentó casi en simultáneo con la partida definitiva de su hombre.
En el prólogo, Paula Doberti, fotógrafa y curadora del libro junto a Débora Kirnos, cuenta que la selección de los centenares de fotos de donde se partió fue compleja “por la necesidad de dar trascendencia a aquello que para Erlijman es innegociable: su modo particular de resguardar lo instantáneo, lo irrepetible, lo efímero y a la vez lo cotidiano, lo habitual, lo usual”.
El libro no es un álbum cronológico. Doberti señala que “tiene una narrativa movediza, que nos invita a leerlo en distintas direcciones, nos proporciona la oportunidad de volver hacia atrás para recordar situaciones, para comparar acciones y emocionalidades”.
Una colega y amiga de Valeria, Myriam Soae, rescata el concepto de sublimación para hablar de las imágenes creadas, apelando a la idea de Freud de que se requiere que se suprima, se sustraiga y se aisle el objeto para convertirlo en obra de arte. La pulsión se pudo satisfacer por esos caminos sin censura, sin pedirle permiso a nadie.
Señala Soae que la autora de Complicidades es “una cámara lúcida, un ojo voraz que va detrás de lo que no vemos, sus fotografías dejan ver detalles ausentes sacándolos a relucir, dándoles vida, brillo, movimiento, color, textura. Tiene la habilidad, el don, el arte, de perpetuar la ternura con una imagen. Matizar el dolor con las gradaciones de la luz, congelar las celebraciones para eternizarlas, porque se encarga con especial esmero de que lo cotidiano sea celebración, rescata lo efímero para transformarlo en trascendente. Cada uno de nosotros, los espectadores, nos sentiremos mirados por algún detalle de la obra. Pueden ser los ojos negros que abren el libro, la risa dulce de la niña rubia, el juego íntimo de la niña mayor, el dedo rugoso de la abuela, los dientes alegres de esta mujer enrulada, las letras del libro que dice los alfileres en los ojos, la luz amarilla, las chispas del fuego, la carne, el hueso de la carne, los zapatitos, el asombro de la anciana por el violín y así es como entraremos en la imagen por ese movimiento, mirados por eso que nos toca, habilitados por la obra, hay una polifonía de sonrisas. Se trata de que ese objeto recreado, retenido, recuperado mediante la fotografía, se suelte, para entrar en nuevas derivas, otras vías que traerán nuevos goces mientras traspasan los umbrales íntimos”.
Hoy que se fotografía todo, a todos y de todo, sin criterio ni jerarquía, para en-redar al observador que se abruma con la cantidad, que parece querer un infinito hasta narcotizarse, elegir la escena al modo Erlijman, conectarse afectivamente, buscar la mejor luz hace distinguir y valorar el gesto y el detalle sin abrumarse.
En el epílogo, la amiga Laura Andreoni hace un elogio de lo inefable. “Presentimos un acontecimiento anterior, lo que sucederá después, un fuera de cámara. Hay algo oblicuo que nos invita a la vez a quedarnos y a salir de escena”, escribe.
Vaya esta columna en. homenaje a otra mujer insoslayable, Sara Facio, creadora en 1985 de la Fotogalería del Teatro San Martín, compañera amorosa de María Elena Walsh y gran fotógrafa argentina.
LH/MF