Opinión

Los Pumas y la repetición

12 de diciembre de 2020 08:03 h

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El día que más tenían que llorar, Los Pumas no lloraron y eso fue fatal. Había muerto Diego Maradona y los homenajes -sentidos, falsos, geniales, tontos- se repetían por doquier. Para colmo, Los Pumas presenciaron uno de los más singulares de los que se dieron en el mundo: el capitán de los All Blacks se desprendió de la formación que iba a enfrentar a nuestros muchachos y extendió una camiseta negra sobre el césped con el nombre de Diego Maradona. La forma en que ese hombre caminó era ceremonial y poco afectada, daba la impresión de que lo que estaba haciendo era cierto, no retórico. 

A mí me emocionó por la simpleza de sus movimientos. Sostenía la camiseta como si llevara un puñado de cenizas que se podían desbandar al primer soplo de viento. Fue un homenaje sentido y una apropiación cabal. De pronto Maradona tenía más cosas en común con unas personas nacidas en la otra punta del mundo que con Los Pumas, ese animal típico de nuestra selva y en peligro de extinción. Después vino el haka, ese ritual atávico que los All Blacks hacen para meter temor en el rival y combatir su propio miedo. Los Pumas miraban estupefactos lo que estaba pasando delante de ellos. Su pobre homenaje, hecho a las corridas, era una cinta negra de embalar que llevaban en su brazo en señal de luto y que apenas se veía porque ellos tienen una complexión muscular muy marcada. 

Está de más decir que después de la paliza simbólica, vino la paliza deportiva: los All Blacks los aplastaron. Hasta ese momento el Haka argentino había sido el llanto. Los Pumas solían llorar, abrazados, emocionados, cuando cantaban el himno. ¿Qué les traerá a la mente el himno argentino que los emociona tanto? A mí, por ejemplo, el himno me produce tristeza: cada vez que lo escuché a lo largo de mis 55 años empecé a ver, como el nenito de Sexto Sentido, gente muerta: en las radios, en el comienzo de la dictadura, o cuando mandaban a mis amigos a Malvinas. Pero el error de Los Pumas se pagó caro, padecieron lo que Jacques Derrida llama el mal de archivo. Desde que existe internet, cada vez tenemos menos posibilidades de practicar la memoria, estamos a un click de todo. Y ya no existen recuerdos mortales: todo es inmortal. 

Para su próximo cumpleaños yo le regalaría a Pablo Matera -el capitán de Los Pumas y feroz tuitero del Ku Klux Klan- el libro de Borges que contiene el cuento “Funes el memorioso”. La historia fantástica de un hombre condenado a recordar exactamente todo. Por eso, escribe Borges, la gente trataba en su presencia de no hacer movimientos de más, ya que estos iban a estar en la memoria de Irineo Funes por siempre. Desde su fallido homenaje, Los Pumas entraron en la maldita repetición. Al igual que Bill Murray en la película Hechizo de tiempo, ellos se despiertan siempre en el mismo día en que no supieron homenajear al Diez. Y tienen que volver a hacerlo, buscar otra forma que pueda ser creíble. 

En el último partido contra Australia salieron con un número diez -un parche- en una de las mangas de la camiseta. Fue un parche, no fue suficiente. Me río imaginando cuál va a ser el próximo homenaje. Sería genial que el homenaje de Los Pumas a Maradona se convierta en un ritual eterno, como una performance artística, que se repita mientras el capitalismo exista, siempre, de diferentes maneras y con diferentes coreografías. De todas formas, para el clamor popular, ese gesto siempre va a ser insuficiente. Es paradójico, porque si buceamos en la historia del Rugby, encontramos que es el deporte que más jugadores desaparecidos tiene por oponerse a la dictadura militar, mientras que es difícil encontrar un deporte más funcional a la dictadura y al neoliberalismo que el fútbol, ¿no? Pensemos en el Mundial 78, esa “fiesta de todos” mientras en los sótanos del poder se masacraba a todo el mundo.  

Hace poco vi en las calles un cartel que me llamó la atención. Es otro homenaje a Maradona. No está firmado por nadie, parece financiado por el espíritu santo. En él se ve a Maradona en el centro rodeado de su padre y su madre: una santísima trinidad. Debajo está la frase: amor eterno. Es una hermosa foto con una indudable connotación religiosa. Las tres personas que posan están muertas. Y Maradona es captado en el momento previo a convertirse en el Maradona político. Da la impresión que la foto intenta zanjar la grieta de los argentinos. La foto nos dice: este es el Maradona que debemos recordar, el joven que amaba a sus padres, no el rebelde, el complicado, el turbio, ni siquiera el que hacía el programa en Canal 13. La foto dice también: este es el mejor entorno de Diego, sus padres. Según Freud, en el inconsciente, la gente piensa que no va a morir nunca. Maradona encarnaba como nadie esa sensación.