Muchos experimentan en estas épocas fenómenos relacionados con la memoria cuya frecuencia les genera preocupación. Si bien puede ser más intensa en aquellos que van superando la mediana edad, hace tiempo comenzamos a notar también en los jóvenes, trastornos de la memoria a corto plazo. Y aun en niños, cuando desde el colegio se prenden alertas que muchas veces terminan en consultas y diagnósticos circunscriptos como trastornos de la atención.
La memoria es una función de nuestro psiquismo que se relaciona con el tiempo. En términos generales, distinguimos la memoria de corto plazo como la que nos permite mantener enfocada la atención sobre ciertas acciones prácticas, cotidianas, mientras que la de largo plazo proviene de un procedimiento de fijación que depende de la importancia significativa que algunos sucesos hayan tenido. El recordar, entonces, se vincula con la importancia (instrumental en un caso, y significativa, en otro). Al respecto, explican los psiquiatras, no recordar puede deberse al escaso monto emocional de una experiencia y también, caso contrario, al bloqueo producto de un trauma. Es el caso del estrés postraumático, que involucra una disociación de la memoria.
Pero, ¿por qué olvidamos cuestiones que a veces otros nos señalan como trascendentes y recordamos con gran precisión aquellos en apariencia nimios o insignificantes?
Para las neurociencias, la capacidad de almacenar y evocar sucesos o aprendizajes se deben a procesos “naturales” que involucran determinadas estructuras cerebrales; procesos que pueden sufrir “interferencias”, que se deberían a una necesidad que posee el cerebro de olvidar contenidos y así liberar espacio para la incorporación de nuevas experiencias. Mediante técnicas por imágenes, habrían detectado que la misma neurona encargada de fijar un recuerdo es la que borra u olvida otro cuando evalúa que éste es innecesario o evocado con escasa frecuencia. Desde una aproximación meramente cuantitativa, la memoria quedaría equiparada a las maquinarias cibernéticas que lo emulan.
Sin duda, olvidar es necesario para poder pensar, como expresa Borges a propósito del personaje de su cuento Funes, el memorioso. Funes carecía de la facultad de olvidar, le era imposible borrar cada detalle de lo percibido. “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”, escribe.
Sin la función del olvido, lo vital se resiente. Pero ¿es nuestro cerebro esa máquina perfecta que sabe por sí mismo cómo hacer su tarea sin fallar?
Desde el psicoanálisis, tanto lo que recordamos como lo que olvidamos está mediado por el inconsciente. Los olvidos sintomáticos están relacionados con algo que queremos sofocar o que, por alguna cualidad, se ha relacionado asociativamente con algo reprimido. Cuando olvidamos -por ejemplo, un nombre o una palabra que conocemos-, suele ocurrir que -en nuestro esfuerzo por recordar-, acudan otros; hecho que nos fastidia porque hacen de obstáculo al que daría en la tecla. Esos sustitutos obedecen a la necesidad de seguir apartando aquella palabra ligada a una representación inaceptable para la conciencia, que ha sido reprimida. En sentido estricto, sólo olvidamos aquello de lo que fuimos conscientes y sólo recordamos lo que hemos olvidado.
Freud desconfiaba de aquellos recuerdos sobre la temprana infancia que suelen aparecer con una cualidad híper clara. Considera que son formaciones en cierto modo falaces, construidas con retazos de eventos posteriores. La función de estos recuerdos encubridores, es precisamente la de deformar los sucesos iniciales que –por un entendimiento posterior sobre lo prohibido-, se rechazaron fuera de la conciencia por considerarlos inaceptables o vergonzosos.
Muchas veces afirmamos que lo que no se recuerda se repite, y es parte de un análisis impulsar el recuerdo para llenar las “lagunas mnémicas” efecto de la represión. Pero toda posibilidad de rememoración se funda en una desmemoria, un inmemorial, resto de experiencias que nunca se hicieron conscientes. Freud llamó a eso, represión primaria. Ese vacío de representación, es el motor y límite de todo intento de recordar. Y es vital. Si existiera un personaje como Funes, estaría imposibilitado de recordar porque nada olvidaría, sería solo una memoria maquinal, una subjetividad fallada, no abonada al inconsciente.
LR/DTC