Opinión

Religión indecente y postqueer

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   Cascan mis dientes piedras de blasfemias,

                                                                J. Fijman

Hacerle cunnilingus a Dios. “¿Cómo sería besar a Dios? / ¿Un arrebato, como meter tu lengua en el orificio de una pared? / ¿Sobrevivirías a la experiencia? / Y si no. / ¿valdría la pena?”, se pregunta Edgar Allan Poe desde el epígrafe que abre uno de los relatos sacrosexuales de la teóloga disidente Marcella Althaus-Reid (1952-2009). La teología -como la filosofía- está formada de relatos y conceptos. Marcella es pionera en pensar ese género literario desde la perspectiva del sexo, lo prohibido, lo vergonzante, lo secreto, aquello de lo que no se habla. Pero ella habla, y mucho. Asume que, bajo los pantalones, las polleras o las sotanas, el sexo arde como brasa. Llegó a ser pastora metodista, murió en Escocia y ahora regresa a la Argentina -su país- en la interpretación de Mercedes Morán, en el Teatro Colón.

Marcella concibe el concepto de Dios queer, habla del tufillo gay de la santísima trinidad, alude a las promiscuidades bíblicas, le saca la bombacha a Dios y lo hace salir del placard. Deconstruye la heteronormatividad cristiana y denuncia la explotación de las mujeres bajo “el manto protector” de María -la virgen quieta- que en su versión Guadalupe de México vive delimitada por una concha. El varón que hizo la imagen construyó una María morena aureolada en cuerpo entero por labios de vulva, como diciendo: los límites de una mujer son los límites de su vagina. 

Marcella rompió esa concha-coraza y se alió a la pobreza atravesada por las espadas del hambre. Su teoría sexo-teológica y solidaria fue acompañada por su arribo a los mayores rangos universitarios y sus prácticas poliamorosas. Además,  cumplió el sueño de su vida: se enamoró de un gay. Lo consiguió, convivió y viajó a Europa con él. Lo sacrificial al servicio del dominio cristiano, lo convirtió en prácticas sadomasoquistas al servicio del placer. Luego su devenir dio un giro sorprendente, se casó con un heterosexual (se asumía bisexual). Sus irreverencias, su solidez profesional y su delirio teológico-sexual convirtieron a Althaus-Reid en una postqueer, alguien que dio un salto ontológico más allá de lo queer, conservándolo.

Sus irreverencias, su solidez profesional y su delirio teológico-sexual convirtieron a Althaus-Reid en una postqueer, alguien que dio un salto ontológico más allá de lo queer, conservándolo.

No solo invirtió la perspectiva de una teología milenaria, sino que se burló con su propia vida de las categorías preestablecidas por derecha e izquierda, pero -a través de sus obras y seguidores- sigue renaciendo fortalecida cada día. Es póstuma. En Escocia se decretó duelo nacional el día de su muerte y, cada vez más, cosecha adherentes internacionales. Pero curiosamente, apenas se la conoce en la Argentina, donde nació y creció, conoció la pobreza y fue la primera mujer cursante en el seminario de teología de la liberación (después de tres rechazos a lo largo de tres años). Analizó nuestras costumbres a la luz de la postura queer, reflexionó sobre las calamidades de la dictadura y la angustia de la pobreza estructural, sin abandonar la perspectiva sexual e irreverente. Teología indecente y El dios queer son sus dos libros publicados. 

Epistemología de la indecencia

Ahora bien, ¿para qué teología sexual en tiempos aciagos?, ¿para qué revivir a Marcella y confrontarla con Theodora, otra insurrecta, pero del siglo IV? Para dejar en evidencia que las prácticas discriminatorias laicas se construyen desde valores religiosos coaccionantes. Luego se secularizan y naturalizan. Su procedencia de moralina al servicio del dominio cae en el olvido mientras la moral explotadora llega a la población y lacera vidas.  ¿Qué significa hombre decente? Honrado, respetuoso de la palabra. ¿Y mujer decente?, sexualmente casta, fiel, no promiscua y si es virgen, mejor. Ahí vemos por qué en una cultura del revés para resistir hay que ser indecente. 

¿Para qué teología sexual en tiempos aciagos?, ¿para qué revivir a Marcella y confrontarla con Theodora, otra insurrecta, pero del siglo IV? Para dejar en evidencia que las prácticas discriminatorias laicas se construyen desde valores religiosos

¿Decente? Apropiado, conveniente, adecuado. A un sistema perverso que jibariza los infinitos deseos reduciéndolo a la monógama cama matrimonial, se lo resiste desde la indecencia. Marcella confiesa hacer teología sin ropa interior y considera las sagradas escrituras como tecnologías de dominación, se autoproclama indecente. Su teoría es materialista, feminista, descolonizadora y sensual. A todo esto, ¿cómo es que de pronto Marcella aparece en el Colón? 

Se pone en escena Theodora -el oratorio de Händel- una perla escogida del barroco dieciochesco en una versión escenificada que aprovecha a pleno la magnificencia de la obra y del Teatro. Así como la excelencia de los recursos humanos, artísticos y técnicos de esta recreación contemporánea. Fresca, actual, inteligente, atrevida y visceral. Los responsables eligieron mostrar la actualidad del planteo: la exclusión de las mujeres, de las disidencias, de la pobreza, por un lado, y la prepotencia patriarcal e imperialista, por otro. Ese es el espacio para la sublevación de quienes logran vencer el rugido de león de lo políticamente correcto. Alejandro Tantanian en dramaturgia y dirección de escena, Franco Torchia en textos y Oria Puppo en espacio y vestuario ponen a dialogar a Marcella, la indecente, con Theodora, la insumisa, que es interpretada por la soprano coreana Yun Jung Choi, con dirección musical de Johannes Pramsohler al frente de un ensamble barroco. 

¿Es la idea de besar a Dios a la francesa una novedad teológica?, se pregunta Althaus-Reid. “De ninguna manera -responde- pues la teología es un peligroso laberinto de pasiones, de pugnas entre deseos que consumen”. No se refiere únicamente a la teología tradicional que habilita tríos entre varones, que constituyen la santísima trinidad, y se valen del vientre de una mujer-niña penetrada por uno de ellos -travestido paloma- y obligada a parir al bastardo que convierte a la abusada en adúltera. El enjambre lascivo y militante de Marcella trenzado con la rebeldía apasionada de Theodora se expande -por primavera vez- por la acústica privilegiada del templo musical de Buenos Aires.

El salvador y las dictaduras 

Para peor, los tres amos en uno (la santísima trinidad) habiendo tantas niñas vírgenes sobre la faz de la tierra- eligieron violar a una castamente desposada y, no se sabe por qué, fueron a buscarla a Galilea, una región colonizada por los romanos. No obstante, el presunto salvador, Jesús, no solo no intentó salvar a su pueblo judío del dominio imperial romano, sino más bien de que todo siga igual. Una especie de colonizado obsecuente: “Dadle a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. 

Ante la indecencia -respecto de la tradición hebraica- de Jesús, los sacerdotes judíos le exigieron a Poncio Pilatos que ejecutará a Jesús por disidente religioso, ya que esa casta sacerdotal -al estar colonizada por los romanos- carecía de poder para condenar. Pero como el gobernador romano de Jerusalén, por su parte, no podía juzgar por rebeldía religiosa (y menos aún de la religión de sus vasallos) no los escuchó. Entonces, la cúpula sacerdotal hebrea cambió la carátula. Lo acusaron de sedicioso político, aunque no era el caso.  Jesús fue un súbdito del imperio romano para nada resistente, más bien se mostró timorato frente al colonialismo. Nada hizo Cristo para salvar a su pueblo del oprobio romano, zafó moralmente con algo indemostrable: “Mi reino no es de este mundo”. 

La teología, bajo la máscara del orden falocéntrico, niega el deseo o le pone restricciones ridículas y mal intencionadas. El tapiz teológico oficial muestra una figura pretendidamente armónica: seres venerables por no gozar del sexo o por utilizarlo únicamente como medio de reproducción (mientras en algunas celdas católicas quizá existen curas que violan niños). El tapiz religioso no ostenta aquello por lo que realmente se practica el sexo: placer, disfrute. No obstante, si se observa con sagacidad el tapiz, se lo descubre plurisecular, explotador y lujurioso. Y si se lo analiza desde su reverso, se develan las “impudicias” de los personajes sagrados promovidos por varones célibes y sin aparente experiencia sexual, aunque con poder para imponer sus reglas de sometimiento en los cuerpos ajenos. Las teologías decentes no solo se ocupan de la carne deseantes de sus fieles, sino de la población en general. Llegan al colmo de legislar sobre el cuerpo de las mujeres y demás sexualidades diferentes con consecuencias crueles y exclusoras.

¿Por qué María, de escasa presencia en las escrituras, habría de ser la madre de las mujeres pobres, tal como la iglesia la coronó en Latinoamérica? Para que las mujeres desvalidas la idolatren y sigan los mandatos sexuales y económicos decididos por el patriarcado y el mercado. Para que se encierren en su vagina -como la virgen de Guadalupe- y no pretendan moverse libremente por el mundo. 

Althaus-Raid se refiere asimismo a la teología de la liberación, que ha sido producto de un apasionado y arriesgado comercio libidinoso con Dios. Si así no fuera, los cristianos latinoamericanos no figurarían entre los muertos y desaparecidos por las dictaduras. Fue su pasión por una teología comprometida que los llevó a las cámaras de torturas y a ser arrojados vivos desde aviones. Si la teología sigue pesando en nuestra época es porque se infiltró en el imaginario. Se naturalizó y hasta el más ateo se olvida de que la moral sexual exclusora de las diversidades y promotora de que los pobres sigan siendo pobres es funcional a la “caridad” cristiana y a la economía.

Jesús trans

¿Y por qué la divinidad tiene vagina? ¿Y por qué no habría de tenerla? La teóloga indecente es consciente de que toda teología es una interpretación y no hay ningún testimonio ni argumento irrefutable que diga lo contrario. Marcella ha invertido los valores de las versiones machistas, discriminadoras y misóginas. A las teologías negadoras del deseo y verdugas de las sexualidades plurales, Marcella le ha opuesto una teología sexual integradora involucrada social y políticamente, feminista y queer. Primera graduada en teología de la liberación, después de varios rechazos al ingreso por ser mujer. Confiesa que hace teología sin ropa interior, como las bolivianas de polleras multicolores que, en su época, vendían limones sentadas en las veredas de Buenos Aires. Así, con sus genitales “al aire”. 

La tradición popular pone en imágenes lo del dios queer. Santa Liberada es Cristo crucificada. Es hombre, es mujer, usa polleras, barba y bigote. Cristo y su identidad sexual flotante. Hacer teología indecente es pensar la idea de Dios y su relación con las personas desde categorías imaginativas, solidarias, feministas, inclusivas y sexuales. No a los mensajes de resignación y sumisión. Sí a los de sublevación y reafirmación de los cuerpos mediante el placer. Una teología de la subversión tiene en cuenta el dolor de los que tienen hambre de comida, de justicia y de reconocimiento identitario aquí y ahora, no en indemostrables transmundos. 

   ***

“Hay que inventar nuevos dioses”, dice el grito nietzscheano. Marcella recogió el guante. Nuestros dioses son queer porque son lo que queremos que sean. En la puesta en el Teatro Colón se relacionan Teodora y Marcella porque aquella cristiana antigua se resistió contra el poder religioso imperial. Se descolonizó del opresor en un tiempo lejano en que ser cristiana era revolucionario. En cualquier época habría que predicar rebelión antes que resignación ante la inequidad. Marcella, por su parte, sale del placard, es rebelde contra el poder cristiano porque ya no se trata del autogestivo poder de los primeros devotos -entre quienes estaba Theodora- ahora la iglesia es una institución con mayúsculas. En la cristiandad actual ser revolucionario, es decir, indecente, es denunciar a la injusticia y asumir el múltiple llamado de la sexualidad, calentarse incluso con un dios marica, dios reinona, dios mujer heterosexual, dios de ambivalencia, dios de placer, porque toda experiencia religiosa está íntimamente relacionada con la sexualidad, la liberación y el placer.

ED