UNICEF dijo: “Las consecuencias de no abrir las escuelas son más altas que el riesgo de abrirlas” lo que parece haber resuelto la errancia zombie del gobierno nacional para escaparle a las clases presenciales (en escuelas y aulas reales). Se pueden pelear con Soledad Acuña, o ningunear a la Fundación Alem y a los Padres Organizados --vanguardia en la protesta contra la clausura eterna--, pero UNICEF queda por encima de la guerra civil larvada que el kirchnerismo alimenta desde hace quince años y los salva ahora cuando la negativa a iniciar el ciclo lectivo comenzaba a afectar la imagen del presidente y las perspectivas electorales.
El gobierno de los Fernández fue rebelde para dejarse iluminar por las ideas históricas de la nación argentina sobre el papel crucial de la educación, un valor por encima de toda circunstancia, y dedicó todo el 2020 a mantener la convertibilidad contagio/enseñanza en cero, al costo de que un millón y medio de niños perdieran todo contacto con la escuela, y de que varios millones recibieran muchos menos contenidos de los esperables para su etapa escolar.
Al precio, también, de un estrés fenomenal de padres, y especialmente madres, quienes junto a la necesidad de parar la olla se vieron en la enorme tarea de asegurar los horarios de sus hijos frente a los monitores y cogestionar las extenuantes tareas que los docentes virtuales encargaban como mecanismo de confirmación de que el servicio educativo se estaba brindando.
La decisión de cerrar escuelas físicas durante todo el 2020 fue equivocada, exagerada, negligente. Lo dicen las estadísticas de abandono, y lo dirán las que analizan los procesos cualitativos, y se confirmará con las métricas del sistema de salud en cuanto a consultas por depresiones y trastornos de ansiedad en alumnos y maestros, y se subrayará en la tasa de no retorno a la escolaridad de quienes se cayeron del sistema. Todos efectos que agravan la desigualdad y la cristalizan.
Sin embargo, lo muy llamativo y cultural y políticamente performativo fue la manera liviana, y desinteresada de las consecuencias, en que las clausuras se confirmaban en cada decreto de estiramiento del aislamiento social obligatorio, al exhibirse ausencia de (sentimiento de) culpa, de estremecimiento presidencial, por tener que borrar del mapa de la vida de niños y adolescentes la institución escolar. La pasó peor Macron con la muerte de Maradona. Fue como decir: el destino nos creó un problema a los políticos y todas los puntos a conectar son muchos, querido diario, sistema de salud, sistema educativo, economía, vitamina D, ocio. El Puchas se borraba en el texto escrito y en el espontáneo, las escuelas no existían ni como ausencia, y los sindicalistas docentes asomaban ahí la cabeza, como los monstruitos del tren fantasma del Italpark, para decir somos nosotros.
Aunque no fueran en absoluto el actor determinante. Todo fue más endemoniado. Tan grave como la negligencia para coordinar las variables de una manera virtuosa, y la irresponsabilidad histórica de no duelar lo que no podía ser dado, fue la celebración de la no escolaridad cuando el oficialismo vio el filón para mantener encendida la disputa cultural y política entre un oficialismo salvavidas y una oposición negacionista, antibarbijo, y matamaestros.
Por su poder económico, por su capital cultural y social, el kirchnerismo bilingüe, el piola, fue el más activo en mantener las escuelas cerradas alentando el terrorismo sanitario. No es solo que son dominantes en redes sociales porque disponen del tiempo, y de la herramienta de la educación, como diría Ricardo Iorio, y eso les permite alzar la voz con gracia, con autoridad, sino que al enviar sus hijos a lindas, y muchas veces exigentes, escuelas privadas, hasta ver si ingresan al Nacional Buenos Aires o al Pelle, esas escuelas privadas, para no provocarlos, para no crearse un problema de disputa política en los whatsapp que afecten la matrícula y los pagos de cuotas y la convivencia, la sociedad mínima que cada escuela creó con tiempo, esfuerzo y amor, se vieron imposibilitadas de cabildear públicamente para el reinicio pronto de actividades. Cuando a mediados del año pasado nos preguntamos porqué las escuelas privadas no luchaban más por su supervivencia, en realidad sí lo estaban haciendo al quedarse moscas para no ofender a su vasta matrícula kirchnerista.
Pero por qué los kirchneristas bilingües militaron la clausura; el eco temporal de una pregunta más profunda: ¿por qué no pueden ser buenos? Mi tesis: el kirchnerista arquetípico se autoconfirma combinando siempre una razón extrema (salvar vidas), con un gesto sacrificial (el famoso “militar”, en este caso hacer la tarea con los pibes mientras hago pan mientras limpio mientras cuento en redes lo que hago), con sostenerle la mirada a un rival (aquí los que querían normalidad escolar). Si el kirchnerismo no pelea, queda viejo, y aviva a los competidores internos para que se le animen. Sopla la brasa como un gaucho malo.
El elenco de cuadros educativos que rodean al ministro Trotta cree que la educación formal no es para tanto, especialmente la de los demás, que este año que los niños pasaron encerrados, salvando vidas, vale más que haber aprendido los programas de las distintas materias, que eso hace a la historia de ese niño, y se les presenta tan bonita la idea de que un niño entra en una mezcladora de cemento, arena y canto rodado y que eso es la vida, y que a veces hay pandemia, y a veces, no, y, a veces, guerra civil contra la derecha, y a veces no, que se niegan a medir la utilidad material (¿se salvaron vidas?), y considerar sus externalidades negativas (a qué costo).
Se sabe, el kirchnerismo y los llamados kirchneristas se estaban esperando. Después del 2001, había una multitud cocinando la oportunidad de gatillar el rencor por tanta desgracia, y hacerlo sin culpa y sin costo. O sea, la era ya había parido estos corazones. Y hasta la llegada del matrimonio Kirchner al poder presidencial la política desde 1983 tendía siempre al acuerdo, a la concordia, aunque estos acuerdos no se tradujeran en mejoras para la población, por lo tanto el odio crecía y la cuerda no se tensaba tanto nunca, y aunque podía haber rivalidades, tiroteos, anécdotas de dureza, aquella elasticidad no favorecía la catarsis pública y política de los ciudadanos pre kirchneristas que esperaban, sin saberlo, su navidad. Desde entonces, todo conflicto, por menor o mayor, inspira las ganas de fajarse, más que la de ver de qué se trata y saldarlo. Una pena no, un penón.
UNICEF ya había sido clara en 2020 sobre lo que se pierde cuando se confina a los niños y se les niega la escuela, pero no fue tan contundente como ahora, ante el inicio de un nuevo ciclo lectivo en nuestramérica, que es precisa y directiva, e indica abrir y animarse a romper el empate en cero porque es peor el remedio que la enfermedad. Se cierra así el debate sobre la conveniencia de volver a las aulas aún en una circunstancia de aumento de contagios.
Para los piolas, el chiste de la educación por zoom también se terminó, también les parte el alma ver la transformación de sus hijos en criaturas góticas. Para que no parezca que perdieron, encontraron su propio argumento para militar el regreso a las aulas de sus bendiciones y consiste en retomar la actividad escolar para no hacerle el juego a la derecha que se estaría quedando con la agenda educativa. Oh. No es muy creativo, pero es la razón ideológica más simple y más consumible que tienen a mano. Saludemos la mala intención, qué otra nos queda, aún psicopateando el debate público con estas estafas argumentales muchos niños volverán a las aulas.
ES