Uno de los fenómenos más señalados de nuestra época es el creciente distanciamiento entre la sociedad y una dirigencia política que no logra conectarse con la cotidianidad de las personas, frente a un panorama donde los problemas son acuciantes, y la perspectiva generalizada es que continuarán agravándose.
La gente percibe de manera negativa a una dirigencia que no reacciona y tampoco es autocrítica sobre sus responsabilidades ante las dificultades socioeconómicas, que fallan desde la gestión. En lo simbólico, la sociedad tampoco observa señales de cambios. Se trata de una disociación que se refleja, por ejemplo, en las diferencias que tiene la agenda que prioriza la política en sus discusiones (cuestiones judiciales; disputas electorales; etc.), en comparación a las expectativas insatisfechas que demandan las mayorías sociales. Está situación donde se discute “hacia adentro” cuestiones de bajo interés e impacto para la sociedad contribuye a aumentar el hartazgo de las personas hacia los políticos, que luego se traduce en indiferencia, frustración, desencanto, u otros sentimientos. Son señales que la política no advierte como debería.
No es sólo un distanciamiento, sino también el desprestigio que se acentuó. Tan sólo con prestar atención en las conversaciones escuchamos alusiones tales como “los políticos no trabajan”; “son vagos”; “hace 30 años trabajan del estado”; en referencia a la imagen deteriorada que las personas han formulado con el transcurso de los años. De hecho, no sería posible entender la legitimidad que obtuvieron los discursos anti-política expresados recientemente por Javier Miller, sin considerar este proceso de degradación. Al respecto, es curioso observar cómo la dirigencia política reacciona rápido y con más fastidio a las provocaciones que Millei señala en la Cámara de Diputados sobre “la casta”, que frente a la impotencia que genera mes a mes la publicación del IPC contra sueldos que no alcanzan.
Este fenómeno que estamos observando se expresa de manera particular en relación con las generaciones jóvenes. Si la política no logra representar lo que demanda y aspira la mayoría, menos aún logra conectar con lo que buscan los segmentos juveniles, específicamente, con el perfil de jóvenes profesionales que comienzan o intentan desarrollarse en Argentina. Los pocos intentos para vincularse se dan a través de interacciones en redes sociales o medios alternativos (streamings, plataformas, revistas digitales, entre otros), bajo propuestas que apelan más al entretenimiento y a una simpatía que a generar un diálogo maduro con personas que están buscando su primer trabajo; que tienen dificultades para pagar un alquiler; que no tienen condiciones para ahorrar; que están en situaciones de precariedad; entre otras problemáticas actuales. Es, por supuesto, una subestimación. Como si la persona joven no tuviera inquietudes o necesidades más serias que distraerse un rato en Tik Tok.
Según un estudio realizado por CIPPEC y UNICEF Argentina en diciembre de 2021, en colaboración con IDEA Internacional, para consultar los intereses e iniciativas de las juventudes sobre la política pública (personas entre 16 y 24 años), el 52% afirmó que sus ideas no están representadas por la política actual. Asimismo, entre las temáticas que más preocupan se destacan la calidad educativa (32 %), el cuidado de la salud mental (26 %) y la pobreza y desigualdad (19 %); la violencia de género (8%); la formación laboral (7%); y el medio ambiente y la crisis climática (6%). Si bien es posible identificar algunos ejes comunes en las agendas juveniles (como por ejemplo la preocupación y defensa de principios ambientales), lo cierto es que comparten con el resto de la sociedad la preocupación por la coyuntura y el futuro, pero desde una posición más vulnerable, ya que recién comienzan a “dar los primeros pasos” de manera más independiente.
En este sentido, los discursos que, eventualmente, se orientan hacia las audiencias más jóvenes con alusiones al futuro son vacíos y poco creíbles. Son aquella mención obligatoria, que no se debe prescindir en un texto, más por condescendencia que por una convicción genuina. Además, es necesario plantear lo siguiente: ¿la política espera honestamente interpelar a una persona de entre 20 y 25 años que en su primer o segundo año laboral, tendrá que enfrentar una inflación que se aproxima al 100%? Esa es la “bienvenida” para las generaciones jóvenes que intentan insertarse y desarrollar sus proyectos de vida. La política no interpela a esta persona porque ni siquiera se propone comprenderla, y parte de reduccionismos hacia sus intereses, ignorando en el presente y excluyendo de una construcción a futuro. Si bien hay minorías más politizadas, (lo vemos en el movimiento feminista; en el ambientalismo; o por motivos profesionales), son la excepción frente al nulo interés que genera en la actualidad “lo que sucede en la política”.
Se trata finalmente del riesgo de que la política quiebre su vínculo con las generaciones jóvenes si no revierte su desinterés. Porque cuando se invita a imaginar el mediano o largo plazo, se omite curiosamente a quienes serán sus protagonistas. La persona joven que en la actualidad es apática hacia la “política establecida”, ya comenzó a inclinarse por acompañar a los “outsiders” (o incluso opciones más radicalizadas), y serán las mismas que votarán en los próximos 4, 8 o 12 años. No se trata de personas que pretenden impugnar un sistema; ni mucho menos organizar una revolución; sino de un grupo que aspira a condiciones mínimas de estabilidad para proyectarse y perseguir sus objetivos. Esta situación es ignorada por las principales fuerzas políticas, que aún no evidencian el riesgo de profundizar el distanciamiento con los votantes juveniles. Es su responsabilidad, la de evitar que estos grupos se transformen en sujetos anti-política, y prefieran a personajes que impulsan discursos radicalizados, y sólo destacan por gritar en una entrevista. Es un proceso incipiente, pero con señales claras de que el vínculo se está erosionando.