Hace unos días Nathy Peluso fue hostigada en las redes porque dijo que se sentía más española que argentina a pesar de haber nacido y haber pasado sus primeros años en Argentina. Le dijeron de todo y hubo memes y chistes sobre “argentinidad” (con, entre otros, Viggo Mortensen, Anya Taylor-Joy, etc) para tirar al techo.
Unos días después, la española Rosalía quiso hacerle un regalo a su público en Argentina y cantó unos versos de Alfonsina y el mar en su show del Movistar Arena en Buenos Aires. Pero cuando inclinó su micrófono hacia los espectadores para que la siguieran cantando, fueron pocos los que respondieron. Los centennials no conocían la zamba.
Rosalía, de 29 años, tiene en claro desde el principio de su carrera la importancia de las raíces. De hecho, estudió flamenco tradicional en la Escuela Superior de Música de Cataluña y puede subirse a cualquier tablao como la mejor cantaora, lo que no es nada fácil. A partir de ahí es que se nutre y genera algo nuevo. “Tengo mucho respeto por la tradición. Pero no hay nada tan sagrado que no puedas jugar con libertad. Desde mis raíces estoy tratando de encontrar algo nuevo, algo distintivo”, dijo a la revista Billboard.
Quizá porque ella aprendió Alfonsina y el mar cuando tenía 16 o 17 años, según dijo en el mismo recital, supuso que era lógico que el público argentino la conociera. Después de todo, es una de las canciones argentinas más internacionales con versiones de todo tipo de artistas de diferentes géneros y nacionalidades. Andrés Calamaro, Cazzu, Miguel Bosé, Michel Camilo, Celeste Carballo, Diego El Cigala, Vicente Fernández, Pedro Guerra, Alfredo Kraus, Shakira, Dulce Pontes y Natalia Lafourcade son solo algunos.
La zamba, con música de Ariel Ramírez y letra de Félix Luna, fue grabada por primera vez por Mercedes Sosa (de hecho, Google dice “canción de Mercedes Sosa”, pero ese ya es otro debate) para el disco Mujeres Argentinas (1969), que también contiene otro clásico, Juana Azurduy.
¿Y por qué se hizo tan famoso ese tema? Porque el poema de Félix Luna narra el suicidio de la poetisa argentina Alfonsina Storni con una delicadeza increíble (“Te vas Alfonsina con tu soledad/¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?/Una voz antigua de viento y de sal/te requiebra el alma y la está llevando/Y te vas hacia allá como en sueños/Dormida, Alfonsina, vestida de mar”) y Ramírez compuso una de sus melodías más inspiradas. Su piano mágico y trágico a la vez se convierte por momentos en ese mar que se tragó a la escritora aquel 25 de octubre de 1938.
Pero la mayoría de los jóvenes que estaban entre el público de Rosalía la noche del 25 de agosto no la conocía. ¿Y por qué?
Porque tenemos prejuicios hacia la música de raíz folklórica. Creemos que es un género menor, provinciano, que interpretan personas a los gritos y revoleando el poncho. (Bueno, en algunos casos lo interpretan personas a los gritos y revoleando el poncho). Tenemos más presentes las palmas de la chacarera (“¡arriba esas palmas!”) en los grandes festivales, que la lenta cadencia de la zamba, que es en realidad para muchos el ritmo por excelencia de la Argentina. Poco sabemos de la baguala, la vidala, el estilo. Es música de una riqueza enorme, pero no hay espacio para ella en los medios. No es cool el folklore.
Juan Falú suele decir que eso se debe a una confusión generalizada que hace que relacionemos el folklore a lo antiguo, que lo veamos como algo estanco, cuando en realidad es todo lo contrario: una música que evoluciona permanentemente. Y sostiene que en realidad lo que no cambia sino que se basa en formas y fórmulas que se repiten siempre es el rock (lo que hago extensivo al pop, el hip hop, el reggaetón, etc).
“El rock tiene una estética que se mantiene fiel a sí misma (…) Me da la impresión de que en el rock es más importante lo que se dice en la letra y cómo se lo dice: el estilo del rockero, con su énfasis, con su estética”, señala Falú. En cambio, en la música de raíz folkórica “hay mucha preocupación por la composición musical, por el arreglo en su composición, por elementos contrapuntísticos, por progresiones y sustituciones armónicas. Musicalmente hablando es un camino bastante más elaborado y que no tiene ataduras, porque yo siento que en el rock, inclusive en el tango, hay como una obediencia a ciertos cánones estéticos”.
Hay un montón de gente joven haciendo folklore. Un folklore nuevo, alejado del costumbrismo. No es tan habitual ver eso en otros países, donde el folklore, efectivamente, es algo invariable, que se va repitiendo.
Acá tenemos desde hace décadas músicos que toman lo tradicional y lo renuevan. Pasó con Gustavo “Cuchi” Leguizamón en su momento. Con el mismo Falú más adelante. Luego con la generación de Carlos “Negro” Aguirre y Juan Quintero.
Y desde que existen carreras terciarias de música popular, hay un montón de jóvenes que se nutren de los maestros y avanzan. Ahí están Don Olimpio, Nadia Larcher, Santiago Arias, Manu Sija, Nadia Szachniuk, Duratierra, por citar solo a algunos. Lo que hacen merece más espacio y más público.
Entiendo que hablamos de una música que está vinculada a un paisaje y que la mayoría vivimos en ciudades y por lo tanto tiene su lógica que lo que predomine sea la llamada “música urbana”. Pero así como urge reconectarse con la naturaleza si queremos seguir viviendo en este planeta, quizá no esté mal conectar, a través de la música, con los cerros, los ríos, la llanura y, así, de paso, con nuestros ancestros y nuestras raíces.
La birome, el alfajor, el chocolate en rama, Viggo con el escudo de San Lorenzo en los Oscar o Anya tomando mate suelen ser citados con orgullo como ejemplos de “argentinidad”, entre tantos otros. Podríamos sumar el saberse algunos clásicos de la música popular.
A mí me gustaría que el público de Rosalía conociera Alfonsina y el mar. Porque es una zamba hermosa y sensible y no quiero que se la pierdan. Y porque a Rosalía le encanta y por algo nos gusta tanto Rosalía. Ojalá en su próxima visita sean muchos más los que se la sepan.
CRM