Unas horas después de que Donald Trump se impusiera a la precandidata Nikke Haley en las primarias de New Hampshire, el líder de los senadores republicanos, Mitch Connell, sugirió que su bancada no apoyaría el paquete de ayudas que el Congreso negocia desde hace meses para asistir a Ucrania en su guerra con Rusia. “No queremos hacer nada que pueda dañarlo (a Trump)”, dijo el legislador, que ya vislumbra al magnate neoyorquino como el próximo candidato a presidente del Partido Republicano.
Desde hace meses, Trump sostiene que en caso de regresar a la Casa Blanca pondría punto final al conflicto de inmediato. Fiel a su esencia, no reveló ningún plan, ni dijo cómo lo haría. Solo prometió terminarlo en 24 horas. Al mismo tiempo, se ocupó de socavar cualquier progreso entre los legisladores demócratas y republicanos para destrabar los cerca de 60 mil millones de dólares que el presidente Biden quisiera enviar a Kiev cuanto antes.
De sostenerse este escenario, la guerra entre Rusia y Ucrania perdería a uno de sus principales protagonistas y sponsors. La nominación oficial de Trump congelaría cualquier ayuda a Kiev hasta el próximo año, y el mandatario demócrata deberá inventarse algún otro modo de justificar el envío de ese dinero sin pasar por el Congreso. En cualquiera de los dos casos, el acontecimiento refleja el impacto que el ruido político causará este año en el principal conflicto militar que se libra en Occidente.
En una entrevista reciente a la televisión británica, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski se mostró preocupado por las declaraciones de Trump y por la posibilidad de que el líder republicano quiera resolver la guerra sin tener en cuenta los intereses de Ucrania. Unos meses antes, en una entrevista a la cadena norteamericana ABC, dijo “si hablamos de poner fin al conflicto a costa nuestra, es decir, con la entrega de nuestros territorios…, no estaríamos de acuerdo”.
El panorama es complicado para Zelenski sin la ayuda de Washington. El conflicto sigue empantanado sin que ninguno de los dos países logre avanzar sobre las líneas enemigas de forma considerable, aunque Rusia cuenta con fuego aéreo, y solo esta semana atacó con misiles y drones la capital de Ucrania y ciudades del sureste como Jarkov. Además, las fuerzas armadas de Putin cuentan con un buen suministro de armas (propias y de otros países como Irán o Corea del Norte) y municiones, mientras que el ejército ucraniano ha tenido que racionalizarlas porque los envíos de Estados Unidos y la Unión Europea están demorados.
Europa es, precisamente, otro foco de ruido político que afecta a Kiev. Desde hace meses los 27 países que conforman la UE no logran acordar el envío de 50 mil millones de euros entre asistencia financiera y militar. El principal obstáculo es el primer ministro húngaro, Víctor Orbán, a quien Milei invitó a su asunción. Pero en las últimas semanas se sumaron nuevos factores. El primer ministro de Eslovaquia, país fronterizo con Ucrania, dejó declaraciones confusas y contradictorias a poco de asumir en el cargo. Primero puso en entredicho la soberanía de Ucrania, y dijo que el país se encontraba bajo la “absoluta influencia” de los Estados Unidos. Después, viajó a Kiev para reunirse con el primer ministro ucraniano, Denís Shmihal, y le aseguró que querían ayudarlos.
Eslovaquia y Hungría son naciones pequeñas, pero sin su apoyo Bruselas no puede lograr los consensos necesarios para asistir a Kiev. Igualmente, la interferencia política también afecta a las grandes. El caso paradigmático es Alemania. La coalición que lidera el socialdemócrata Olaf Scholz, está asediada por varios frente. En los últimos siete días enfrentó una huelga del sector ferroviario, de los transportistas y del “campo”.
Las encuestas muestran que el partido radical Una alternativa para Alemania podría imponerse en los comicios regionales de este año. La economía se encamina a una recesión y la inflación no termina de ceder. Por último, la Corte Suprema falló en contra del Gobierno por el uso de los fondos para el Covid-19, y ahora sufre un rojo de varios miles de millones de euros. El contexto no es el más propicio para que Scholz respalde públicamente a Zelenski, sobre todo cuando se trata de enviar dinero que el país no está en condiciones de brindar.
El frente externo está encapotado para Zelenski, pero el interno no parece muy despejado. A fines de diciembre, el presidente ucraniano afirmó en una conferencia de prensa que las fuerzas armadas de su país deberían movilizar entre 450 y 500 mil personas en los próximos meses para sostener el pulso con Moscú.
Detrás del anuncio se ocultan dos asuntos igual de graves. El primero, la población ucraniana arrastra cierto cansancio con el conflicto, más con los magros resultados de la “contraofensiva”. Llamar a medio millón de hombres a la guerra no es fácil. Ni política, mi moral, ni económicamente. Se necesitan siete contribuyentes por cada soldado, según apunta el periodista Francis Ferrel en un artículo muy completo que escribió para The Kiev Independent.
Por otro, una medida tan impopular no está exenta de costos políticos. ¿Quién debería cargar con la responsabilidad de obligar nuevamente a cientos de miles de jóvenes y padres de familia a pelear en la guerra? En una entrevista a The Economist en el mes de diciembre, el jefe militar señaló que la contraofensiva ucraniana se encontraba en un punto muerto, y que en las condiciones actuales la guerra no se podría ganar. El fondo de sus declaraciones era el pase de facturas entre la cúpula política y la cúpula militar sobre los magros resultados de la “contraofensiva” con la que Kiev esperaba recuperar parte de los territorios tomados por Moscú. El presidente Zelenski no tardó en rechazar las declaraciones de Zaluzhni por “pesimistas” y afirmó que, en tiempos de guerra, los “juegos políticos” no deberían tener lugar.
La pulseada entre los dos dirigentes más populares del país se trasladó a la Rada, sede del poder legislativo, donde ahora se discute el llamado a las fuerzas de ese medio millón de ciudadanos. Allí, no solo Zelenski y Zaluzhni cuentan con sus respectivos intereses, sino también el resto de fuerzas y dirigentes políticos que integran el parlamento ucraniano. En efecto, durante las últimas semanas los medios del país reflejaron un creciente debate público en torno a la conveniencia o no de celebrar elecciones presidenciales. Para Zelenski, está descartado, mientras que para Zaluzhni, cuya popularidad está en alza, no sería un mal negocio. Con o sin comicios, las diferencias políticas tendrán un rol relevante en el curso que tome la guerra este año.
Por último, la Federación Rusa celebrará elecciones a mediados de marzo. Como sucede desde hace quince años, el ganador será el actual mandatario, Vladímir Putin. Será su quinto mandato (no consecutivo), y tras una reforma de la Constitución Nacional el año pasado, podrá reelegir hasta dos veces más… Con cumplir solo un nuevo período, habrá superado en la cúspide del poder a Iósif Stalin.
La certidumbre del resultado, no obstante, no es reflejo de estabilidad o calma. Una de las estrategias de Putin para sostener altos niveles de aprobación durante todos estos años es no relajar la pulseada que su país mantiene con Occidente. La guerra en Ucrania, como antes lo fue la anexión de Crimea, es uno de los principales argumentos de ese enfrentamiento en estos días. De cara a la campaña, el líder ruso deberá mostrar resultados.
Por otra parte, no habría que descartar otra movilización. La última se produjo en el 2022, y el presidente Putin ha dicho que, de momento, no será necesario. Sin embargo, dependerá del curso que siga el conflicto. Si Ucrania avanza con la conscripción de medio millón de hombres y logra recibir alguna asistencia militar, es posible que el Kremlin deba volver a convocar a sus ciudadanos al frente. Muchos de los que ya han sido llamados aún no han logrado volver a sus casas, o han muerto en el campo de batalla. Sus familiares -esposas y madres- han ensayado manifestaciones y reproches hacia las autoridades locales y, con mayor cuidado, el presidente ruso.
Según analistas políticos como la experimentada corresponsal de El País en Rusia, Pilar Bonet, se está creando una mayoría de ciudadanos que no cuestiona la guerra con Ucrania, pero sí la forma en que son tratados los cientos de miles de hombres llamados al conflicto. Si el Kremlin no da respuestas, Bonet sostiene que el malestar podría ser superior al que se vivió durante la primera movilización cuando muchos jóvenes se fueron del país, mientras que los que permanecían debieron enfrentar el temor de participar en una guerra real, de la misma forma que lo habían hecho sus abuelos en la Segunda Guerra Mundial.
AF/DTC