En la politica y en la vida, después de 'Gané yo' (I won) no hay palabras más dulces que 'Yo te avisé' (I Told You So). O esto aseguraba en su sondeo de la felicidad competitiva el escritor de izquierda recalcitrante Gore Vidal (1925-2012), profético ensayista, prolífico productor de best-sellers de calidad, y enérgico winner que sin embargo sabía perder. Su compatriota el presidente Joe Biden (n. en 1942) es un político de carrera, un abogado que pasó la mayoría de sus más de ocho décadas de existencia en Washington gracias al encadenamiento y la promoción de mandatos ganados en su natal estado atlántico y menor de Delaware.
El senador más joven en la historia del Congreso llegó a ser el presidente de más edad en la historia del Ejecutivo de EEUU. Joe Biden aspiraba a superar sus marcas ganando las elecciones y un segundo mandato el 5 de noviembre.
Para un demócrata como yo, nada más democrático que renunciar (porque pierdo)
Esa aspiración histórica de Biden esta semana se ha vuelto Historia en el sentido más irrevocable. Es pasado. Esta semana Biden se bajó de esa carrera. Con las debidas pompa y circunstancia debidas -sólo apenas exageradas en pro de la solemnidad memorable-, el presidente cuyo primer y único período concluirá en enero leyó con aplicación y sin errores en el teleprompter el elaborado discurso donde hacía público su abandono a una aspiración política que ahora –leía allí- él veía como demasiado personal en un hombre que el mes de la votación cumplirá 82 años.
Joe Biden avisaba que él no podría ganarle en noviembre al ex presidente Donald Trump. Renunciaba a que su nombre encabezara la fórmula electoral de su partido: renunciaba a su futuro presidencial por el futuro de EEUU y del mundo libre. Un prueba de la visión y de la lucidez cuyo eclipse total habían deplorado a los gritos sus correligionarios demócratas en el debate televisivo que perdió contra su rival republicano, episodio cuya mención eludió. Los sondeos daban por favorito a Trump, sostenidamente, ya desde antes del debate catastrófico. Cedió a la presión al principio tímida, después creciente y al fin irresistible de las cúpulas demócratas después de su inesperada pero no imprevisible derrota abrumadora en el debate televisado. La espectacularidad y vigor de la puesta en escena de Washington de Biden como atleta de la democracia incólume se vieron empañados por el fuego de la concomitante ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en la capital francesa.
El renunciamiento de Biden fue presentado por la administración demócrata como prueba sin más de fortaleza institucional y vocación democrática, nunca de la debilidad física y mental del aspirante e incompetencia de una campaña perezosa que llega siempre tarde para evitar lo que podría habar impedido. El renunciamiento fue ofrecido como modelo de libre albedrío y de atinado y oportuno buen juicio democrático, Biden hizo el balance de una gestión de cuyos méritos y logros el tiempo avaro lo forzaba a ofrecer sólo el más esquemático e insulso de los resúmenes abreviados.
Con razonada satisfacción, con la voz quebrada, con una ambición todavía inquebrantable, Biden se refirió al semestre de gobierno que tiene por delante antes del traspaso del poder y de las claves del arsenal atómico a quien el electorado elija en noviembre. Él espera, o eso dijo después, tener como sucesora a la primera mujer presidenta de EEUU. Tranquilizadora para el candidato renunciante, esta perspectiva de seis meses de Biden al mando del país hasta enero resulta inquietante para sus partidarios. No son pocos quienes deseaban que la renuncia a la candidatura se hubiera visto reforzada por una dimisión a la presidencia. Si no puede ser candidato, ¿puede gobernar?, se preguntan, y no se contestan.
En los hechos, todo es más simple. El oficialista Nicolás Maduro puede ganar su reelección si cuenta con los votos necesarios en los resultados de las elecciones del domingo 28 de julio en la República Bolivariana de Venezuela y el oficialista Joe Biden no puede ser reelecto presidente porque nadie votará por él en las elecciones del martes 5 de noviembre en EEUU.
La ilusión de cantar victoria el primer martes del penúltimo mes del año ya está perdida. Biden evocó no sin emoción cuando pudo decir I won cuando ganó su primera banca, gracias al electorado que premió a un tartamudo sin embargo verborrágico en los debates, y decirlo más fuerte cuando ganó la presidencial de 2020, gracias a la pandemia del covid. El candidato católico, entonces septuagenario, de familia proletaria de Pensilvania, Biden pudo prorrumpir en I won al lado de Kamala Harris, primera VP mujer y de color, senadora por California, de distinguida familia inmigrante, de la casta india superior, brahmánica. ¿Qué victoria es ésa, cuando nadie dice I lost? Clímax arruinado el de Biden, agripicante.
Para un autócrata como él, nada más antidemocrático que repostularse (porque todavía puede ganar)
El actual presidente de EEUU pasó a ser ex candidato oficial del oficialismo. La posta tocará a Kamala Harris, la actual vicepresidenta. Biden asegura que renuncia a ese honor, y a esa lucha, porque ve que él no ganará su reelección presidencial el primer martes de noviembre, no. Al describir el horizonte cambiado del mundo que ve tras su renunciamiento, Biden nos avisa que tampoco Nicolás Maduro puede ganar su reelección en las presidenciales boliviarianas el primer domingo de julio.
A diferencia del oficialismo de EEUU, en Venezuela el candidato oficialista perseveró en su repostulación. Entonces, si no se baja de la candidatura, ¿no será una prueba de debilidad institucional de un régimen y vocación autocrática de una personalidad antidemocrática? Acaso. En los hechos, todo es más simple. Maduro puede ganar su reelección si cuenta con los votos necesarios y Biden no puede ser reelecto presidente porque nadie votará por él.
Es posible que Maduro pierda, puede ser probable que el heredero y sucesor de Hugo Chávez no gane. Pero por más que al presidente demócrata le parezca físicamente despreciable la posibilidad de que veinte millones de votantes extiendan por seis años más la estadía del oficialismo chavista en el Palacio de Miraflores, ya nadie votará por prorrogar cuatro años más el inquilinato del actual mandatario oficialista en la Casa Blanca,
Donald Trump, el presidente que en 2020 buscó la reelección, nunca dijo 'Perdí', ni mucho menos 'Me ganaron'. Más bien: 'Me robaron'. Sobre los compenseantorios 'Yo les dije' de Biden, su competidor Trump siempre se preguntó, con candor, sin desinterés: ¿Para qué sirve ser profeta de una catástrofe si no se la consigue evitar? ¿Para qué el alarde de unas superiores capacidades de anticipación de acontecimientos que, advenidos, son avasalladores, lesivos? Trump siempre elogia la sagacidad del presidente ruso Vladimir Putin y siempre repudia las premoniciones de su sucesor el actual presidente norteamericano. Ve a Biden a aquellos oráculos antiguos que designaban, pero nunca preservaban, a la víctima.Y que ahora, declinante, también en esto puede fallar.
AGB