Al final, no era tan así

Send Musk to Mars, ¿y después qué?

Madrid —
26 de enero de 2025 00:01 h

0

Una grafiti en una pared dice: “Send Musk to Mars”. Difícil saber quién es el autor aunque podría decirse de él que se adelantó y resumió muy bien un sentimiento que ya circula entre varias personas en Europa. Sin embargo, los ecos del discurso del dúo Trump-Musk no solo generan críticas en el viejo continente. 

La revista francesa Le Point escribió un editorial esta semana pidiéndole a Francia que se olvide de las regulaciones y los límites; que imite a Donald Trump (por qué no a Milei). Hay que bajar los impuestos, estirar la edad de  jubilación, liberar de restricciones a las industrias contaminantes. “La muralla regulatoria que la Unión Europea sueña con oponer a sus competidores no tiene ninguna posibilidad de sostenerse en el mundo cada vez más brutal que se perfila ante nuestros ojos”, argumenta la publicación con una cita de un eurodiputado francés.

El mensaje parece decir: el mundo será una carnicería, no podemos ir profesando el veganismo. Uno esperaría, en cualquier caso, que alguien expresara algún temor por ese mundo “brutal” que se perfila ante nuestros ojos. Sin embargo, los cantos de sirena que llegan desde Washington resuenan en Francia con cierto sentido. Hace años que el país galo apenas crece, la inseguridad se profundiza, y París se aleja económica y espiritualmente del resto de los franceses. ¿No será hora de probar con lo que dicen Trump y Musk?, puede preguntarse el votante de Marine Le Pen, tal como lo hizo el votante de Milei en Argentina. 

En Alemania, el otro gran país europeo, un acontecimiento de esta semana puso al discurso de Musk en el centro del debate político. Después de que se produjera un nuevo ataque de un radical islamista en la región de Baviera, el poderoso diario Die Welt escribió un editorial en su portada que, paradójicamente, podría calzar perfecto en cualquier publicación del conurbano.

“El mismo Estado, que amplía constantemente sus competencias, que ha creado un sistema abundante de autoridades y comisionados, falta en su tarea esencial: garantizar seguridad y hacer cumplir la ley. Ese es el contrato tácito que sustenta el monopolio estatal de la fuerza: nosotros renunciamos a tomar la justicia en nuestras propias manos, y tú, el Estado, nos garantizas hacerlo por nosotros, protegernos... Hay que decirlo con crudeza: El Estado está rompiendo este contrato”, apunta el periódico.

El acontecimiento –y el editorial de Die Welt– da alas a los discursos de la ultraderecha alemana, y de Elon Musk, que cuentan películas de terror a diario sobre el “gran reemplazo” de los musulmanes por los cristianos occidentales, y piden una deportación masiva e inmediata. Sin embargo, también alcanzó a la más tradicional CDU, cuyo líder, Friedrich Merz, apunta a convertirse en el próximo canciller alemán. 

El dirigente del expartido de Ángela Merkel prometió estos días deportaciones de inmigrantes ilegales, limitar la política de asilos, y recuperar los controles fronterizos. En un mensaje al corazón de Europa, aseguró que las actuales políticas migratorias de Bruselas son “disfuncionales”. 

El discurso de Merz, incluso, coincide con las diatribas del fundador de Tesla contra la Unión Europea. Como apunta un articulista del diario El mundo de España, Musk quisiera que Europa regresara al orden de Westfalia, en el que tras la paz de 1648, emergieron con fuerza los Estados nación. 

El gran actor político que supone la integración del Viejo Continente es un lastre para la “tecnocasta” norteamericana que reniega de los límites y regulaciones que aplica Bruselas –tímidamente, hay que decirlo– contra los oligopolios tecnológicos de Estados Unidos. Por eso Musk se congracia con las ínfulas nacionalistas que expresan el húngaro Víctor Orbán, o la italiana Georgia Meloni.

El problema es que toda esa crítica tan bien canalizada por la derecha y la ultraderecha tiene algún sustento. En su editorial, el periódico Die Welt se refiere a los varios casos de islamistas que atacaron a ciudadanos en Alemania durante el último tiempo, y que tenían algún tipo de pedido de captura, deportación, o signo de alarma en su expediente. “Tenemos alrededor de 50.000 personas con orden ejecutable de expulsión en el país y solo unas 800 plazas en centros de detención para deportación. No hace falta saber más”, apunta con indignación.

Una indignación, que es la misma que los ciudadanos europeos sienten por la falta de vivienda, el estancamiento económico de las clases medias, y el temor a un futuro teocrático en el que nadie le asegura a uno que tendrá trabajo e ingresos para vivir una vida digna. Lo explica bien el periodista Claudi Pérez en una nota para El País de España titulada “Panfleto urgente sobre la Doctrina Trump”. 

“La socialdemocracia –incluidos los demócratas de Estados Unidos– ha fallado estrepitosamente; sus elites están cada vez más lejos de los de abajo a pesar de que dicen, con la boca pequeña, que la desigualdad es el mayor desafío de nuestros tiempos. Porque Trump ha sabido sacarse la máscara y deshacerse del discurso atiplado de las élites liberales y acercarse más a la gente. Porque la sucesión de crisis de los últimos tiempos ha dejado una mezcla intragable de cabreo, incertidumbre, temor y miedo”.

Dos grandes intelectuales europeos, el escritor George Steiner y el historiador Robert Kaplan, defendieron y defienden el proyecto de integración europeo por sobre los discursos nacionalistas y ultraliberales. “La salvación de Occidente solo puede entenderse como un avance hacia un cosmopolitismo robusto, capaz de aceptar y absorber inmigrantes, y no como un retroceso a un nacionalismo burdo y reaccionario”, dice el británico en su libro “Adriático: Claves geopolíticas del pasado y el futuro”. La fortaleza de Europa, dice Steiner por su parte, debe servir de contrapeso a Estados Unidos (y también a China). 

El problema actual es que los que se erigen en representantes de las ideas de Kaplan y Steiner son justamente los partidos socialdemócratas. Los que Claudi Pérez pone en la diana en su artículo de El País.

Una cuestión de fondo

En la cola para ingresar al avión que me lleva a Buenos Aires, le pregunto a una mujer qué es lo que extraña de Europa cuando se va. Como buena española, su primera respuesta es de orden gastronómico. “En Argentina no hay mucho que extrañar, hay muy buena comida. Otra cosa es Estados Unidos, donde solo hay plástico”.

La frase conecta perfectamente con un razonamiento de Steiner en su ensayo “Una idea de Europa”. “No es la censura política lo que mata (la cultura): es el despotismo del mercado y los acicates del estrellato comercializado”. Está claro que, para la señora española, la cultura es un buen cordero lechal cocido en algún lugar de Castilla y León, que varias personas degustarán en torno a una mesa donde se conversará por horas. No un almuerzo al paso en un centro comercial ruidoso. 

No me atreví a preguntarle a la señora qué opinaba de la situación política, ni a quién había votado en las últimas elecciones europeas. En cualquier caso, cada vez más ciudadanos de Europa se dejan convencer por el discurso de los ultras, el mismo que profesan Trump, Musk y Milei. Esas fuerzas políticas, sin embargo, no le devolverán su brillo a Europa, ni serán capaces de crear un futuro más próspero, culturalmente rico. La “tecnocasta” quiere desatar a un nivel inédito en la historia el “despotismo del mercado”, y reducir la cultura al “estrellato comercializado”. ¿Dónde trabajarán los jóvenes del futuro si Musk piensa poblar el mundo de robots? ¿Qué cultura puede emerger del basurero discursivo de X? Milei y Trump venden una ficción de corto plazo y final terrorífico. 

Enviar a Musk a Marte puede ser un gran grafiti de estos días, pero no resolverá la cuestión de fondo.

AF/DTC