OPINIÓN

¿Cómo sobrevivir al desamor?

6 de diciembre de 2024 07:06 h

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Hoy son más difíciles las separaciones que los duelos, este es el tema que desarrollé en el libro Amar, temer, partir. Sin embargo, duelo y separación valen para los amores que de algún modo se realizaron.

Otra cosa ocurre en el desamor, que no es lo que viene después del amor. El desamor es el amor interrumpido antes del amor. En otro tiempo, su motivo principal era la falta de correspondencia. En las relaciones actuales tiene más que ver con la crisis vincular: para vivir un amor es preciso dar y darse tiempo, salir del mercado narcisista en que lo valioso es ser deseable (por la mayor cantidad de otros), no sentir vergüenza de amar.

En otro tiempo, el enamorado estaba orgulloso de su amor, se lo contaba a todo el mundo, lo gritaba a los cuatro vientos, lo registraba en las paredes de las casas y en la corteza de los árboles. En el siglo XXI, es toda una negociación en una pareja subir una foto juntos a una red social. Porque en el Eros tecnológico, nadie está con otra persona sin dudar de si acaso no podría estar con alguien “mejor”.

En el nuevo desamor, ya no se trata de entender por qué se terminó, sino por qué no pudo empezar. Según una distinción aristotélica, pasamos de los amores épicos a los amores líricos. Amores épicos, amores en los que había una historia, en los que pasaba algo, en los que otra cosa venía después de eso que pasaba, en los que, al final, se habla de todo lo que pasó; amores líricos, amores en los que se canta el amor, en los que se habla más de lo que se hace, en los que se apaga la música y los dos están en el mismo lugar, en los que se trata de lo que podría haber sido. En otro libro (Los amores neuróticos) también llamé a estos últimos “amores melancólicos”.

Hay duelos imposibles, porque hay despedidas que no ocurrieron. Es imposible hacer un duelo si sentimos que no fuimos amados. Y un duelo imposible es un modo de retener el amor del otro. Despedirse es difícil. Implica atravesar la fantasía de que abandonamos. También impone renunciar a la omnipotencia: no puedo hacer nada más; pero claro, para que ese “no poder” no sea una impotencia; al contrario, se trata –paradójicamente– de poder no poder. En una relación, en un trabajo, respecto de un lugar de origen, en el fin de la vida. Es importante pensar el proceso de la despedida, para no permanecer en actitudes retentivas, así como para no sentir la culpa de irse.

¿De qué nos despedimos en una despedida? Si en la separación nos separamos de un tipo de vínculo y en el duelo de quien fuimos en el curso de la relación; en la despedida –paso fundamental para los otros dos procesos– se trata de decir que ya no podemos quedarnos sin por eso asumir una actitud omnipotente. Solo a través del proceso de una despedida es que tal vez también podemos decirle adiós a lo que no fue.

Recuerdo una película. El amor a los 20 años. Ese amor es simple y directo. Así lo decían los directores de esta película de 1962. Es el amor del enamoramiento y el desengaño; el de engancharse con alguien a quien se conoce poco y nada. Es un amor que es 90% proyección y 10% inconsciencia. Por eso es mucho más interesante el amor después de los 30. Aunque no hay muchas películas sobre este tema.

Un gran problema afectivo actual es que todavía se narren los amores de la madurez con una matriz juvenil, sin habilitar otras formas de experiencia. Es que también hay quienes ya grandes todavía quieren amar como jóvenes. Así es que hay quienes, post-30, insisten con que no se enamoran o no se enganchan lo suficiente. Tengo la idea de que en esta etapa de la vida es mucho más importante otra variable antes que el enamoramiento: la confiabilidad.

Post-30 son comunes los relatos de desencuentros necesarios que, en un segundo tiempo, permiten encontrarse. Claro que eso implica poder tolerar el desencuentro y no sucumbir a la ansiedad. Cortázar tenía esa fórmula del amor juvenil: “Andábamos sin buscarnos, pero andábamos para encontrarnos”. Vale para el enamoramiento. La correspondiente post-30 sería: “Si nos desencontramos, nos vamos a encontrar”.

Post-30 no es una edad cronológica. Es el amor después de haber amado; cuando se sale y el otro no te gusta del todo; cuando no es tu media naranja; cuando tranquilamente podría no ser, porque no se experimenta la necesidad del enamoramiento, pero justamente por eso puede ser, si se admite que no sea necesario.

Hay quienes tienen más de 30 años y no soportan otro modo de amar que no sea a través de un enamoramiento. Se pierden una parte importante del amor. No digo ni el trabajo ni la construcción de un vínculo. Digo el amor contingente, el que no tiene miedo de perderse porque ya está perdido, que no requiere otra hazaña que la apuesta. El amor que ya se despidió del amor juvenil.

Pienso en los innumerables relatos de quienes me contaron que empezaron a verse con alguien, luego no siguieron y después volvieron. Esta es una estructura típica, la del desencuentro; amores que empiezan al volver. Insisto en aclarar que esta no es una cuestión de edad cronológica, sino de madurez. Alrededor de los 20, el conflicto central es con el deseo. En esos años se trata de conocer un poco el modo más o menos particular de desear y, con algún trabajo personal, tratar de despejarlo de sus condiciones sintomáticas.

Si todo va bien, los 30 son arduo camino de realización para llegar a la mitad de la vida y preguntarse justamente “¿cómo estoy viviendo?”. Con ese modo de desear, algunas cosas salieron bien, otras mal, algunas directamente no salieron, pero ahora el conflicto es con la vida. Del conflicto con el deseo al conflicto con la forma de vivir, este es el camino de la madurez. “Ahora que las tormentas son tan breves y los duelos no se atreven a dolernos demasiado”, dice una canción de Sabina –que llegó a los 30 recién a los 50.

Uno de los problemas actuales es que los 30 se volvieron una prolongación de los 20. Y las personas llegan a los 40 perplejos, preguntándose qué pasó con su vida; pasan a los 50 sin conocer del todo su modo de desear y en particular sus límites. Esta no es una cuestión de etapas evolutivas, sino de efecto del tiempo. Una vida es tiempo vivido y sus consecuencias, que siempre es mejor que lleguen más pronto que tarde.

El otro día conversaba con un amigo más grande, que decidió irse de un lugar en el que está hace 20 años y en el que tiene reconocimiento por su tarea. Le pregunté por qué lo hizo y me dijo que por eso mismo. “Porque podría seguir haciéndolo 20 años más y la vida es una, ahora me saca tiempo”. Ante mi cara de asombro me dijo “Ya lo vas a entender”. 

LL/MF