Siempre me impactaron las personas que saben cómo estar solas. Hay algo en ese tipo de espíritu que me parece central para tener una buena vida. En inglés hay dos palabras para definir la soledad, una es solitude, que es la soledad deseada, y otra loneliness, que es la soledad que encierra, que no se desea y que aparta y aísla.
Para tener una soledad deseada, hay que llevarse bien con uno mismo, saber disfrutar incluso del aburrimiento, que puede ser un momento especial, como proponía Martín Heidegger, en el que sentimos “el peso del ser”. Cuando era chico padecí muchos momentos de aburrimiento y sé que salí de ellos potenciado: algo se me revelaba ahí que me daba cierta capacidad de frustración para afrontar la vida. La vida en sí no es ni buena ni mala, simplemente es. La vida social, en cambio, puede ser una fuente incesante de frustraciones y cuanto más capacidad tengas de sobrellevarlas más feliz vas a ser.
Podés alcanzar la iluminación estando solo o estando entre la gente. Los libros siempre me parecieron instrumentos para estar entre la gente. Y los logros colectivos me parecen más potentes que los logros individuales. De mi recuerdo del fútbol, una cosa que todavía puedo valorar de esa práctica -como hincha, espectador- es que el logro lo tenían los otros -los jugadores- y la alegría la compartía con la gente que estaba a mi lado.
Borges, irónicamente, le puso de título a un libro de ensayos, Historia de la eternidad, justo lo que no se puede historizar porque no termina nunca. Pero hay un libro que acaba de salir en castellano que se llama Una historia de la soledad, de David Vincent. La soledad es algo muy real. Y Vincent se encarga en este libro ameno y muy bien datado, de dar cuenta de su trayecto histórico, sobre todo en la cultura inglesa. ¿La soledad es una epidemia de nuestra época? ¡Cuándo y de qué manera comenzó el deseo de desconectarse del mundo? ¿Vivir en la era digital amplía nuestra sociabilidad o nos deja cada vez más solos? Son algunas de las preguntas que se hace el autor.
El miedo de vivir es un camino que conduce a la soledad no deseada. Yo encuentro algo de eso en la matriz del budismo, que es un sincretismo del hinduísmo, una religión más antigua. Identificar el placer con el dolor y tener que tomárselas lejos de la gente para, bajo la sombra del árbol Bodhi, hallar la iluminación y no tener que volver jamás a la tierra, puede ser una manera despiadada del terror.
Las personas que pueden estar a gusto solas, están capacitadas para estar bien con los demás. Y esa soledad sólo es potente si sirve para estar con la gente.
Por un lado, según mis investigaciones, nunca ninguna persona ha vuelto de la muerte. Es decir que, cuando morimos -otra de las cosas que pude comprobar y que tienen que aceptar los que no les gusta el spoiler-, se acaba todo. Por eso lo único que existe es el presente y hay que tratar de captarlo en un puño con la potencia del haiku.
En el libro de Vincent hay un largo capítulo sobre los poetas románticos ingleses, que salían a perderse en la naturaleza para disfrutar cada momento en soledad, con sus propios pensamientos. William Wordsworth solía caminar por los lagos, porque creía que utilizaba los pies como lo habían hechos los cristianos y los filósofos antiguos. Caminar en soledad y pensar -algo que también hacía Heidegger en la Selva negra- es uno de los placeres más extraordinarios que existen. Más que el diván, una práctica potente para el psicoanálisis debería ser ir caminando junto al paciente por un bosque. Recuerdo ahora largas caminatas por la ciudad junto a algunos amigos: eran momentos inolvidables, estábamos juntos y, también, estábamos solos, en un movimiento tan veloz como el de la luz de giro.
En Rumble Fish, la película de Francis Ford Coppola, Rusty James y su hermano, El Chico de la Moto, caminan un largo trecho hablando sobre su vida, cruzan un puente que los conduce a la ciudad y mientras caminan tratan de entenderse, de saber quiénes son. Yo suelo desconfiar de cualquier pensamiento que no se me haya ocurrido caminando. No es necesario recorrer un bosque, basta con ir de la cama al living. Hay un dicho que me gusta mucho y que habla de la necesidad de caminar para traccionar la angustia “el diablo nos quiere con los pies fríos”.
Pero no se trata de caminar por caminar. Hay toda una industria en torno de la infancia -de la infancia pudiente- que trata de que los chicos no se aburran nunca y los llenamos de cursos de todo. También llevan mochilas inmensas al colegio: se trata de que no puedan moverse, cada nenita o nenito son su propio mito de Sísifo en el sistema educativo embrutecedor.
La gentrificación produce nuevas formas de soledad. Eso lo vio bien David Simon en sus series The Wire, The Deuce, Show me a hero. Las personas que pueden estar a gusto solas, están capacitadas para estar bien con los demás. Y esa soledad sólo es potente si sirve para estar con la gente. La idea de viajar o moverte -si vos no estás bien en soledad- no tiene sentido, porque como dice Montaigne en su ensayo sobre la soledad, citando a Horacio, por más que te alejes con el caballo más veloz, “la negra inquietud va sentada tras el jinete”.
FC