Según el enconado antropólogo francés Georges Dumézil, remontándonos desde Islandia hasta la India todas las mitologías blancas coinciden en elegir la misma fórmula como prenda de buen gobierno: un presidente tuerto y un vice manco. Gracias al nazismo y a la historieta, el ejemplo más pop es escandinavo. Los dioses Odín y Thor presiden sobre las divinidades germánicas. Uno desvió un ojo a cambio de su videncia política, el otro perdió un brazo por un artilugio traicionero. Uno es el gobernante de profesión, conocedor de las leyes que ajusta o reajusta, esotérico hombre de palacio, el otro, jugador más tosco pero más estereotipadamente varonil, criatura del aire y el sol, guerrero en guerra y deportista en paz que entrena para competir en tierra y en agua.
El binomio ganador en 2003 de la presidencia argentina, desglosado como un eje Berlín-Roma en sus apellidos germano e itálico, parece ofrecerse como local prueba nac&pop de la teoría de Dumézil. Según el profesor del Colegio de Francia, estas parejas funcionales son una constante estructural de las civilizaciones indo-europeas. Ocurren, se reiteran a lo ancho y a lo largo del tiempo y del espacio ario, pero no resultan ni del cálculo de energía, ni de la tradición o la copia. Es una fórmula, no una receta. Y de la mutilación simétrica brotan poderes nuevos en las epopeyas y crónicas, resume Dumézil. El tuerto o bizco, el Néstor Kirchner, atemoriza con su mirada, nos pone nerviosos, el miedo es un insumo fundamental de su modelo pero nunca en falta para su administración; el manco, el Daniel Scioli, quien perdió el brazo en acción, en la naturaleza, es quien da confianza, asegura el compromiso de la fe jurada, limpia las jactancias de la duda.
Extremando, acaso forzando, un poco más la interpretación o representación de uno o de los dos extremos que componen las parejas divinas o heroicas de la fórmula, también la encarnaron en Colombia el jupiterino, olímpico, leguleyo, visionario, cagatintas, cuatro ojos (los de carne, miopes, flotantes, inválidos), exitoso intrigante administrativo, burocrático y palaciego Álvaro Uribe, presidente de dos mandatos y su adlátere, ministro de Hacienda de grandes números, ministro de Defensa de anchas espaldas, sucesor plenipotenciario, y a su vez presidente de dos mandatos, Juan Manuel Santos.
Y en Ecuador, la fórmula de Rafael Correa pantocrátor, panóptico, y su vice en silla de ruedas por dos mandatos, y después heredero designado, Lenín Moreno. A diferencia de las del poder divino, las del humano ni las componen inmortales ni sus jerarquías son eternas. Están expuestas a sucumbir a la muerte que frustra su prolongación o repostulación conjunta, y a la iniciativa personal o la independencia de criterio, cuando las posiciones de presidente y vice se intercambian.
En Colombia, encarnación de la fórmula del tuerto y el manco teorizada por Dumézil fue la pareja del olímpico, leguleyo, visionario presidente 'cuatro ojos' Álvaro Uribe y su adlátere, ministro de Defensa y después sucesor Juan Manuel Santos.
La interversión de las jerarquías es un riesgo, no un destino. Satisfecho, el monógamo, como el perverso, no se analiza, y los perfectos casados comen perdices en una poderosa longevidad donde la mutilación simétrica, pero estacional, del más erguido extremo es sinergia y no crisis energética. El ejemplo más famoso, gracias a Ucrania y a Joe Biden, es el de Vladimir Putin, y sus alternancias con Dmitri Medvedev en los cargos de presidente y de primer ministro de la Federación Rusa. Aquí los rasgos están axialmente invertidos, porque si bien el primero abogado, su papeles de espectacular desempeño son espía, enviado especial, deportista, judoka, desabrigado cosaco de a caballo, jinete de llanuras y estepas y nieve, cazador estepario de tiro certero y caudaloso pescador fluvial y lacustre, sex-symbol de almanaque militar con torso desnudo entre taiga, tundra y Urales, mientras que el otro es el jurista, el profesor de Derecho Romano en la imperial San Petersburgo, y Dmitri sólo se fotografía sin camisa un fin de semana que sale de campamento con Putin.
En las Américas, en la Casa Blanca, Dumézil podría no salir decepcionado. Y encontrar en la civilización angloamericana una fórmula cuya estructura no se desviaba de la que perduraba en el eslavo Kremlin. Durante dos mandatos demócratas, fue presidente el jurista Barack Obama, primer editor negro de la Harvard Law Review, articulado polemista y orador de impecable dicción académica y elitista, de esotérico respeto a no menos elitista oriente masónico progresista e iluminista, y fue vice un entrenado, siempre en carrera, competitivo senador, católico, mediocre en los estudios, con orígenes familiares en las clases trabajadoras, de hogar numeroso en barriada populosa de ciudad sin atributos, el tartamudo Joe Biden. La fórmula demostró su funcionalidad sinérgica al temperar con la falta de imaginación pero también de sobresaltos que expresaba, prosaico, Biden, quien aprovechaba muy bien cada oportunidad que tenía de quedarse callado. En su vicepresidenta, buscó el equilibrio de la fórmula: una mujer de color, afro-indo-americana, jurista, ministra de Justicia en California –pero Kamala Harris es una funcionaria que no funciona, su performance una fuente más de resquemores para el partido Demócrata en cuenta regresiva hasta noviembre, cuando perderá sus mayorías en el Congreso.
La guerra cuya extensión le parece a Biden menos rica en potenciales catástrofes electorales que una paz súbita que acarree privaciones, disgustos, carencias, o esfuerzos al electorado demócrata, ha llevado a Washington a recomponer nexos o anudar nuevos lazos con Caracas, donde gobierna la República Bolivariana de Venezuela el sucesor asimétrico que un presidente enfermo de cáncer colorrectal prefirió para su país. Admirador y aliado de Putin, Nicolás Maduro no es un gran orador como era Hugo Chávez, ni posee la cultura general de referencias histórico-literarias del middle-brow caribeño del siglo XX que desplegaba con regodeo el comandante, ni tampoco es ni militar ni militarista. Como Biden, no se destacó en los estudios, y como él, es un político profesional que cuenta con la maquinaria de un partido, el oficialista, que funciona mejor que los demás, y no sólo por el monopolio incontestado del poder, y con unas FFAA que lo defienden.
El Combatiente y la Víctima
Distinguido década y media atrás con una cátedra confeccionada a su medida en el Colegio de Francia (acaso el más nobiliario de los honores académicos europeos supremos), el arabista Henry Laurens advierte una transmutación de la historia y la épica por entero imprevista durante el milenio pasado. En la segunda mitad del siglo XX, cuando su colega póstumo Dumézil enseñaba en su cátedra personal en esta misma institución fundada en el Renacimiento, la Historia era la historia de un progreso social afectado y acelerado por guerras y guerrillas. Entre protagonismos y antagonismos se dirimían victorias y derrotas. Y la Historia se escribía desde el punto de vista de ese protagonista o antagonista, el combatiente. En el siglo XXI, el protagonista de la Historia es la víctima, y las historias de guerras y otras violencias se escriben desde su punto de vista. Las respuestas estándar a la rutinaria pregunta por el objeto de la Historia -el pasado, el tiempo- son cada vez menos serviciales. Porque es una Historia que se proyecta sobre el presente, porque su narrativa no es de largas duraciones, ni tampoco una sumatoria de acontecimientos dados como hechos consumados, sino que su trama conecta traumas abiertos, sin reparación, y muchas veces sin obstáculo a su perpetuación.
La fórmula presidencial que dio el domingo un triunfo histórico, en balotaje, al histórico Pacto Histórico de las izquierdas en Colombia estructuró su binomio con los protagonistas de uno y otro milenio. Al presidente electo Gustavo Petro jamás lo deserta en los medios su epíteto homérico. ‘Ex guerrillero’. Es decir, un combatiente. El protagonista del siglo XX. Hay que tener más historia que memoria para precisar que su militancia fue en el M-19. La más chic e intelectual de las guerrillas urbanas, según el británico Eric Hobsbawm, historiador marxista e intenso visitante de la capital colombiana. Un movimiento que se autodisolvió cuando la reforma constitucional de 1991, y se redefinió como fuerza electoral. Hay que decir que Petro es símbolo del ex guerrillero más que encarnación o impostación. Es un pacífico político de izquierda. Si rinde homenaje al estallido social de 2019 y al paro nacional de 2021, es para abolir, por medio de esta aprobación retrospectiva, vía alguna desincriminación de quienes animaron el fuego de sus violencias protestatarias, cualquier legitimidad de ensayar esos métodos contra un gobierno que hace de aquellos reclamos su programa.
Petro es un memorial vivo al ex guerrillero: no su reencarnación. Es un pacífico político de izquierda. Si rinde homenaje a la protesta social de 2019 y 2021, desactiva su legitimidad contra un gobierno que hace de aquellos reclamos su programa.
La vicepresidenta electa Francia Márquez es la víctima. (Aunque esta militante es toda una combatiente) Así lo dijo ella, sus primeras palabras el domingo en el acto del Movistar Arena donde el Pacto Histórico se dirigió a toda Colombia como su próximo gobernante, fue decir que ella era una víctima que representaba a toda las víctimas. El epíteto épico de Francia es ‘afrocolombiana’. No el único. También ‘ambientalista’, ‘amenazada’, ‘perseguida’, ‘desplazada’, ‘marginal’. Es víctima de violencias de género y racistas estructurales, de violencias contemporáneas de empresas, grupos, mafias, organizaciones criminales extractivistas y explotadoras del medio ambiente, es víctima del relegamiento bicentenario de su pueblo, su comunidad, pero también de su región de origen, muy alejada (de los centros urbanos blancos coloniales), mal comunicada, de la atención del Estado, que la ha hecho víctima de una igualitaria desigualdad de provisión servicios públicos, infraestructura, seguridad, educación, salud, promoción.
Por ahora, es muy claro que no dejará desoída reivindicación ninguna el Pacto Histórico. Un poco menos, qué decisiones tomará en cuestiones prácticas como el ministerio de Hacienda, el de Defensa (las dos carteras estratégicas, las dos de Santos), el Banco Central. Va a reanudar relaciones con Venezuela. Esta buena vecinddad, que es razonable, luce todavía mucho mejor cuando también Washington se acerca a Caracas, y además a Arabia Saudita, y aun para Irán tiene una sonrisa de circunstacias.
AGB