El antiguo lema de que el silencio es salud da lugar a algo más que su eco tenebroso. Hay otra salud en el silencio que no es disciplina. En una pareja, por ejemplo, cuando recién se conocen y enfrentan el primer escollo (superar esos silencios incómodos, que se parecen a los del ascensor), paradójicamente se vuelve un terreno sagrado: si en una primera cita el silencio es exasperante, después, cuando la relación camina, el silencio es algo que se comparte.
Al silencio en radio se lo llama “bache”. Es casi imposible el silencio en televisión, aunque algunos de sus mejores momentos produjeron silencios. La memoria guarda varios en mesas de Mirtha Legrand, esa productora de momentos memorables que, por eso, es la gran dama. El silencio no es solo la ausencia de sonido. “Hizo silencio” se puede decir de alguien que no actualiza sus redes. Está callado, no tuitea. Se dice “¡rompió el silencio!”. Lo leímos mil veces: Macri rompió el silencio, Cristina rompió el silencio. Y el silencio nombra ahí la administración de la palabra. Todo silencio es político dirá alguno pasado de rosca.
El Frente de Todos a esta altura termina siendo una experiencia política sin “códigos”. Y no debe haber antecedente de un caso más extremo en la ausencia de códigos. Macri, probablemente, mandó a espiar a medio mundo, pero siempre se encargó aunque sea de parecer alguien que guarda las formas. Y en las formas hay algún código. “Envíele flores a la viuda”, dice Montgomery Burns cuando cree haber matado a su rival. El macrismo, además, tiene la perfecta fórmula que hace parecer débil al fuerte. La tradición kirchnerista que hizo un culto a la reconstrucción de la autoridad presidencial hizo del “gaste” a esa autoridad, al presidente, su moneda corriente. Y ésa es (otra) moneda devaluada: en el Frente de Todos a esta altura no debe haber nada más usual que criticar a Alberto. Pero Alberto hace lo suyo, tiene un modo insólito de romper también códigos incluso para los propios. Si acaso un ministro fuera capaz de decir “soy albertista”, Alberto sería capaz de responder “¿para qué? si no tengo enemigos”. La obturación albertista ya trasciende la obturación de su liderazgo: fue un límite a la creación de un avatar peronista para un tiempo nuevo. El oficialismo es esta triste novela coral.
El silencio es poder también. Veamos. Cristina se cuida de tener una última palabra siempre. Y es tal la zozobra que produce ese manejo, esas reapariciones, ese juego entre el centro y un supuesto ostracismo, es tal el poder que se magnifica a su alrededor en el uso de esa palabra, que su ejercicio incluso no sólo elude lo esencial (que ella habla del gobierno como si ella misma y su espacio no estuvieran sentados sobre cajas y presupuestos), sino que también confunde los efectos de las palabras: si nombro el problema lo soluciono o, en su defecto, me lo saco de encima.
Pero el presidente no ama el silencio: ocupa el espacio sonoro. Habla con unos, con otros. Hablar tanto ya es casi un modo de callar en el siglo XXI. Por saturación. Un locutor de radio tiene que aprender justamente eso: a sostener el aire con palabras. Hablar como tocando música funcional. Se aprende lo más difícil: decir sin decir. ¿Qué dijo Alberto? No sé, habló mucho. Decir sin decir.
Que el silencio es poder lo sabe también el torturado que calla, que aguanta, y no suelta prenda. “-¿No habla? -No habla”, se dicen entre el policía “bueno” y el policía “malo”. Lo tienen agarrado de las bolas, pero él los tiene agarrados de su silencio. Neruda agarró la flecha, estiró el arco y lanzó la fecha de su cancelación: “me gusta cuando callas, porque estás como ausente”, escribió en el “Poema XV” de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Al tan cruelmente llamado boludo con vista al mar se le cayeron las cartas en la mesa. A pesar del juicio lapidario de Borges o Viñas, Neruda fue un gran poeta de temas menores: apuesto guita que sus “Odas elementales” superan las “Alturas del Machu Picchu”. Tener algo que decir sobre una alcachofa resulta más logrado que sobre las ruinas de una civilización. Ahí sí, diríamos, rompió el silencio: la alcachofa no tenía quién le escriba, y Neruda se puso a mirarla, de arriba abajo, así, de a poco, como quien la hierve y le saca el jugo… y le sacó un poema. Octavio Paz, otro subestimado, escribió que “brota del fondo del silencio / otro silencio”.
¿Cómo se escribe el silencio? Quien calla, otorga, se dice. ¡Minga! O depende. El silencio es todo un tema para quienes no saben callar a tiempo. Estos grandes poetas (Neruda, Paz), grandilocuentes, exagerados, insoportables, tenían vozarrones de hombres que parece imposible que se quedaran callados. El silencio es, también, un asunto de los comunes, los de a pie, esa estirpe de callados que viajan semi dormidos a sostener en sus espaldas que esto funcione. El hombre de campo, dirán: un hombre callado. Del fondo del silencio otro silencio: Atahualpa cantaba que no necesitaba silencio porque ya no tenía en qué pensar. “Los ejes de mi carreta”, la milonga en la que el chillido oxidado lo hace imposible. “Porque no engraso los ejes me llaman abandonado…” Una amiga que estuvo muchos años presa tenía una costumbre: hacer algún bardo y que la lleven a la celda de castigo. Pasarse ahí unos días. Uno o dos. Nadie se avivó de su treta. Sola, callada, sin el alboroto de la pajarera de presas y guardiacárceles. El silencio es salud mental.
¿Qué teje, además del amor y del poder, el silencio? La amistad. Como entre el señor Morissot y el señor Sauvage que cuenta Guy de Maupassant en su entrañable cuento “Dos amigos”. Todos los domingos se encontraban a pescar en la isla de Marante, cada uno con su caña de bambú y su caja de hojalata. “Ciertos días ni siquiera hablaban. A veces charlaban; pero se entendían admirablemente sin decir nada, al tener gustos similares y sensaciones idénticas.” Las personas se conocen compartiendo el silencio. Está lleno de historias así.
Acá, otra historia; de “La Leonesa”, provincia de Chaco. Es el recuerdo de quien creció en los años setenta sobre su papá y un amigo. “Mi viejo y su amigo eran compañeros de trabajo. A la tarde, al volver de laburar, se juntaban y se sentaban con las sillas en la vereda a mirar la calle. Ambos eran tractoristas del Ingenio Las Palmas y conversaban un cachito de sus cosas de trabajo, pero llegaba un momento en el que estaban sentados mirando a la calle, capaz saludaban a alguno, aunque en silencio, callados. Se iba el rato y se iba haciendo la noche. Pero antes llegaba el momento en que el visitante se paraba, se ponía la gorra, levantaba la bicicleta que dejaba recostada a un costado de la entrada y se iba. Era un chau sin apretón de manos. Se subía a su bicicleta, se ponía su broche en el pantalón para que no se le agarre con la cadena y se manche con grasa y se iba a su casa. Mi viejo se quedaba sentado ahí, un rato más. Y seguía callado.” Lo cuenta Rogelio, su hijo menor, que hoy es carpintero y vive en la zona norte del Gran Buenos Aires. Hay una foto de esos dos amigos que quedó sepia, es de fines de los años ochenta. Se lo ve al padre y al compañero en una marcha contra el cierre del Ingenio azucarero de Las Palmas. Un documental de Alejandro Fernández Mouján retrató la lucha. “Banderas de humo”, se llama, la última zafra. Rogelio era el hijo más chico y era testigo de esa visita diaria del compañero. De ahí, supone, heredó el silencio. “Más que nada los varones porque las mujeres de la familia son más charlatanas”, aclara. “Ellas se pasan horas hablando, cuando vamos de visita se quedan hasta la madrugada hablando, no sé de qué, pero hablan, en la oscuridad, acostadas. Los varones no.” Dos tractoristas saboreando el silencio en la imagen que guardó Rogelio. Bocas cerradas.
Lo que se hereda… Dice que él puede viajar desde Rincón de Milberg hasta su Chaco natal sin decir ni mu. “No es por decir, eh, es así.” Replica ese silencio con su mujer. Ella le cuenta cosas mientras maneja concentrado y por ahí solo le dice y sí o mmm. “Un primo de mi señora le decía que cuando digo mmm es porque no quiero que me hinche las guindas, que no tengo ganas de hablar. Imagino que lo heredamos con todos mis hermanos, no hablamos mucho. Ahora más de grandes, con todo lo que nos está pasando, por ahí hablamos un poco más. Con mi hermano mayor hablamos de fútbol cuando viajo a Chaco. Nos sentamos en el patio de mi mamá y charlamos un rato pero después ya no hay mucho más para conversar.” El silencio es hereditario, cree. “Heredé el silencio.” Y lo que Rogelio llama todo lo que nos está pasando fue una racha de muertes: una de sus hijas, una de sus hermanas. Lo que nos saca o nos lleva al silencio: la muerte.
El silencio como método. Beto trae su experiencia del silencio en monasterios o conventos. Empiezo por el recuerdo de una conversación: “Martín, por veinte días no voy a estar comunicado”. ¿Pasaba a la clandestinidad? Beto integra un sindicato y llega a cada fin de año pidiendo la hora, cansado. Como católico elige en Córdoba o Tucumán conventos para esa especie de “Gran Hermano” sin cámaras: celular apagado, lecturas, oración y sueño. “¿La vida que uno puede llevar adelante ahí cuando va en busca de silencio? Hay tantas maneras como personas”, dice. “Unos que hacen estricto silencio día y noche. Otros hacen silencio de día y en la cena comunitaria hablan. Otros no llevan ningún tipo de lectura, otros sí. Los católicos llevamos la Biblia o algo especial, como el libro de ejercicios de contemplación de Franz Jalics. Pero no hay un método: hay tantos como tantos practicantes de esa oración.” Paz, su compañera, madre de su hijo, también menciona esa búsqueda, y la llama “el silencio como aliado”. “Llegué al silencio en un momento de cimbronazo de mi identidad.” El silencio le apareció como propuesta hasta que lo transformó en necesidad. “Cuando uno entra en el silencio las necesidades humanas se transforman”, dice. Cambios en el descanso, el recuerdo de los sueños, la alimentación. Y hoy, incluso, la emoción del contacto con su hijo. El silencio se enseña con la mirada.
Los medios están hechos de silencios, omisiones y versiones. Es una obviedad decirlo. La tapa del diario que no fue. Por ejemplo, ahora, casi no hay medios progresistas a los que el estado de muchas escuelas bonaerenses les importe. Tal vez, como leí de un colega brillante, porque “no hay padres conocidos en la red de productores de radios porteñas”. O también esto: se completó la votación que prorroga la llamada “ley de barrios populares”. Finalmente el Senado completó una votación que prácticamente replicó la unanimidad. “Demasiado consenso para la época que vivimos”, dijo con amable ironía uno de los curas que empujó la ley. La duda es la jactancia: cuando algo lo votan todos, ¿entonces no se hace nada? El consenso no suele ser el motor de la historia. En 266 barrios hay juicios por desalojo, que agarran el destino de miles de familias sobre las que hasta recién pendía la espada de Damocles si no se prorrogaba la ley. El diario La Nación redujo la versión de lo votado a una prohibición al desalojo en barrios “tomados”. Casa tomada. Algo se hizo: la ley existe, los desalojos están frenados, los lotes de esos barrios son de dominio público nacional. Alguien de los movimientos sociales ordena: “Los puntos centrales son cuatro. Todos los certificados de vivienda familiar van a estar a nombre de la mujer mayor de la vivienda; se van a incorporar más de 1200 barrios al registro; se van a incorporar las localidades más chicas al registro que antes no estaban; y se actualiza el registro con los polígonos, los tamaños de los barrios, las ampliaciones. Estos puntos mejoran porque agilizan y ayudan en el día a día de los barrios”.
Mientras tanto, el debate de PASO sí o PASO no resulta la nueva herida narcisista por la que sangra la interna de un oficialismo que se habla encima (vimos esta semana el desfile de entrevistas de Máximo, Alberto, Axel). Las PASO, la interna, los tuits, lo que dicen, cómo lo dicen. Un minuto de silencio. La cosa parece también estar así: crece la malnutrición en Argentina, dice un informe elaborado por la organización Barrios de Pie. Según el relevamiento, “se profundizaron las inequidades alimentarias en relación al acceso de alimentos de mayor calidad nutricional en las familias de los sectores populares pese al crecimiento económico registrado”. El silencio a veces te hace una pregunta antes de que lo rompas: “¿de qué vas a hablar?”. Del laberinto también se sale por lo importante.
MR