La muerte de Miguel Lifschitz es un hecho impactante e influyente para la política santafesina. De hecho, el coronavirus se llevó al dirigente mejor posicionado en todas las encuestas de imagen e intención de voto.
Dos veces intendente de Rosario (2007-2011-2011-2015), Lifschitz supo administrar el florecimiento de la ciudad, de la mano de las inversiones, sobre todo en la zona de la costanera que suelen visitar los turistas. Luego de esa gestión fue gobernador de la provincia durante cuatro años, con buen desempeño general en materia de obra pública, pero con muchas dificultades en el área de seguridad.
Por ese motivo, no le pudo traspasar la banda a Antonio Bonfatti, en 2019. Omar Perotti ganó por un argumento explícito: su promesa de paz y orden, elucubrado en la oficina porteña del consultor Ramiro Agulla. Hoy, la inseguridad está peor que nunca.
Lifschitz era el símbolo de paz que buscaban dirigentes que orbitan en el no peronismo para alcanzar un “frente de frentes” (Frente Progresista + Juntos por el Cambio) pero el ex gobernador, para llevar adelante eso, debía romper el Partido Socialista, algo que jamás “iba a hacer”, según su propia revelación.
Primero la gravedad del cuadro y luego la muerte generaron desasosiego en el socialismo, que pierde a su única pieza capaz de ganar las elecciones a gobernador de 2023. Pero lo más impactante fue la solidaridad, el apoyo y el #FuerzaMiguel que se dejaba ver en todos lados. Esas muestras de cariño sorprendieron a todos. Lifschitz no era un líder carismático, pero sí un prototipo del diálogo y el sentido común.
Lifschitz (quien estaba al frente de la Cámara de Diputados por haber sido el más votado en 2019 a ese cargo) fue una buena persona y un buen gestor, un socialista módico que se guiaba por la moderación, esa palabrita que de tan usada parece no decir nada, pero que en el caso del rosarino era un muestrario de su laboratorio político. A tal punto que Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau (y muchos otros que militan en carpas diferentes) querían ficharlo para las próximas elecciones legislativas.
La muerte de Lifschitz tal vez acelere los tiempos para el intendente progresista-radical de Rosario, Pablo Javkin y obligue a salir de nuevo a la cancha a Antonio Bonfatti. Falta tiempo para que la política santafesina vuelva a poder ser mostrada en un tablero de ajedrez.
El socialismo perdió hace unos meses atrás a Hermes Binner -su arquitecto- y ahora a su máxima espada electoral. Demasiado para un partido chico, de cuadros, que tiene que pelear el liderazgo del no peronismo con el PRO, la UCR y una derecha celeste que se hace cada vez más competitiva.
Al fin, con Lifschitz se va una buena persona, un buen administrador y un gran elector. No es poco.
MM