El gobierno ruso bautizó “Sputnik” la vacuna contra el coronavirus casi a modo de revancha. El nombre evoca un triunfo momentáneo, aunque de gran impacto emocional, de la Unión Soviética contra los Estados Unidos durante el inicio de la Guerra Fría. En 1957 los soviéticos lanzaron al espacio el Sputnik 1, el primer satélite artificial que dio más de 1.400 vueltas alrededor de la tierra en 92 días. En cada vuelta hirió el orgullo de los norteamericanos.
La lucha que las dos superpotencias libraron en terceros países y nunca en forma directa -en una suerte de empate, la posesión de armas nucleares operó como un factor de disuasión- se proyectó hacia otros planetas. Pelearon por conquistar el espacio como peleaban por obtener la mayor cantidad de medallas de oro en los Juegos Olímpicos.
Aquella carrera terminó en un una doble derrota para los soviéticos. Los norteamericanos llegaron a la Luna en 1969 a bordo del Apolo 11 y veinte años más tarde la Unión Soviética se desintegró. Entre un momento y otro la perra callejera Laika, primer ser vivo que orbitó la Tierra a bordo de la nave Sputnik 2, fue sacrificada.
Ahora, la búsqueda de inmunidad contra el coronavirus también se ha transformado en una competencia. Cada logro es una exhibición. Qué país aprueba la primera patente, dónde se produce, cuál inicia antes la vacunación, dónde se logra antes la inmunidad de rebaño. Sólo que Estados Unidos con Donald Trump ignoró los consejos de los infectólogos para prevenir contagios y perdió interés por el resto del mundo. No le interesó más que financiar la investigación de compañías privadas que le pudieran garantizar un acceso preferencial a la producción limitada de las vacunas.
Vladimir Putin en cambio desarrolló la vacuna de origen ruso a través del instituto de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, un centro de investigación de prestigio en el mundo de la ciencia, que depende del Ministerio de Salud. Putin inició primero en el mundo el operativo de vacunación y ofreció su cura a países que habían quedado fuera del reparto de los grandes laboratorios. Antes de haber completado el último tramo de la fase 3 de experimentación con mayores de 60 años y antes de haber publicado los ensayos en revistas científicas que los validaran.
El gobierno ruso había previsto consumir la producción propia y exportar las dosis de la Sputnik V que se produjeran en terceros países, como la India o Corea del Sur. El apuro de Argentina se combinó con el ruso por exhibir su éxito en América latina, zona de influencia de los Estados Unidos. El primer cargamento de 300 mil vacunas que salió de Rusia tuvo como destino Buenos Aires. Un anticipo de las 19,5 millones de dosis que llegarían entre enero y febrero.
Sputnik V fue la primera vacuna contra el coronavirus que obtuvo una aprobación de emergencia de la ANMAT, el ente regulador argentino, que actuó detrás de los Emiratos Árabes. El presidente Alberto Fernández nunca aclaró debidamente por qué no alcanzó a firmar un contrato con Pfizer, el primer laboratorio que obtuvo la aprobación en el Reino Unido, los Estados Unidos y la Unión Europea, y que desarrolló en la Argentina su experimento más relevante. La vacuna es más costosa y compleja para distribuir que otras -requiere de frío a menos 80 grados- pero el trabajo del doctor Fernando Polack le ofreció una ventana de acceso que hasta ahora la Argentina desperdició. Fernández había confiado en el desarrollo de Astrazeneca con la Universidad de Oxford, una vacuna más barata, más sencilla de suministrar y con un canal de producción local, pero la investigación sufrió un traspié y no estaría disponible hasta marzo: demasiado tarde para evitar la temida segunda ola.
El arribo del primer cargamento de la vacuna rusa, una apuesta osada del presidente Fernández, estuvo teñido de una carga épica y partidaria innecesaria. No ayuda a evitar la discusión sobre su eficacia y seguridad.
Los tripulantes de Aerolíneas Argentinas partieron con barbijos negros con la inscripción “Operación Moscú” como para darle una dimensión bélica al viaje y de regreso algunos saludaron con los dedos en “V”, gesto inconfundible de la tradición peronista: la V de la Victoria, de Viva Perón o de Perón Vuelve de los años de la proscripción. En la conferencia de prensa que brindó en Ezeiza junto al jefe de gabinete Santiago Cafiero, el embajador de Rusia en la Argentina, Dmitry Feokstistov, replicó el mismo gesto y dijo: “Sputnik V y la victoria ahora tienen el mismo símbolo que es un simple gesto”.
Despojada de propaganda, la V corresponde a Vaccine, Sputnik Vaccine.
MO