En su viaje a Chile, Alberto Fernández recordó el ABC que convocó -o invocó- en 1953 Juan Domingo Perón, el triángulo Argentina-Brasil-Chile que prólogo lo que luego, sin el vecino trasandino, decantó en el Mercosur. Ese bloque, que atizó otra figura que el presidente referencia seguido, Raúl Alfonsín, pero firmó Carlos Menem, cumplirá 30 años el próximo 26 de marzo.
En su primera visita de Estado, Fernández revisitó el “unidos o dominados” que Perón pronunció en aquel discurso de 1953, un mensaje que el presidente despliega para hablar de la región pero que puede, o debe, leerse en clave de política doméstica.
A un año y medio de asumir, el presidente parece más a gusto afuera que adentro: se mueve mejor como presidente-canciller que como presidente-jefe de Gabinete, como si le resultara más cómodo el mundo incendiario por la pandemia que la Argentina caotizada por la pandemia, la política acechante y una economía frágil.
En el convulsionado Chile, logró establecer un vínculo con Sebastián Piñera, un presidente en retirada, que apenas supera el 10% de imagen positiva, y con quien el argentino tuvo forcejeos y chispazos hasta lograr un punto de convivencia.
El sábado, el mismo día que desayunó con Felipe Solá luego de muchas semanas sin verse mano a mano, recibió en Olivos a Flavio Viana Rocha, secretario de Asuntos Estratégicos de Jair Bolsonaro, un bolsonarista moderado, el submarinista que sintonizó con el ex motonauta Daniel Scioli. La diplomacia bilateral y la forma del agua. Para la celebración de los 30 años del Mercosur, Vianna Rocha -un Beliz ejecutivo y osado- y Scioli trabajan para concretar la primera cumbre presencial entre Fernández y Bolsonaro en Sao Paolo.
Digresión: en la previa, se instaló que el reencuentro del sábado entre Fernández y Solá fijaría un calendario de salida del canciller del gobierno. Esa espuma se asentó, señalan desde la cima del gobierno, pero la certidumbre es un bien escaso en la atmósfera de los Fernández.
En la política exterior, Fernández apila varias novedades. El vinculo con Piñera, la tregua con Bolsonaro, la renegociación con el FMI, los contactos con Angela Merkel y hasta una invitación, que obturó el Covid-19, para ser uno de los cuatro presidentes no árabes en un encuentro de países árabes. O la visita a China, prevista -pero no confirmada- para mayo y el acuerdo con Vladimir Putin, ahora en revisión, por la vacuna Sputnik V.
Ese Fernández, en versión centrista que va a Bolivia y a Chile, que disertará en Davos y explora una tercera posición para Venezuela en línea con España y Portugal, bracea para consolidarse como interlocutor predilecto de Europa y EEUU. Más que Bolsonaro, siempre impredecible, o que Piñera, políticamente exhausto. Fernández se lee a si mismo como una dosis de estabilidad en una región inestable.
Su karma es que no logra ni esa estabilidad ni esa interlocución en el mercado interno. El centrismo que cotiza afuera, fronteras adentro se incendia en la hoguera que alimentan las demandas de Cristina Kirchner y la oposición cerril de Mauricio Macri, dos tormentas que el Fernández de entrecasa no logra apaciguar.
PI