Es la primera vez que Álvaro García Linera visita la Argentina de Javier Milei y apenas le alcanzaron unos días para hacer un diagnóstico agudo sobre la coyuntura local: “Lo que pasa en la calle es brutal, todo se ha vuelto prohibitivo, pero al hombre le está funcionando”. Es sábado a las nueve de la mañana y en un bar de Corrientes y Callao, frente a un café con leche y dos medialunas, el ex vicepresidente de Evo Morales durante sus 13 años en el poder y uno de los máximos intelectuales de la izquierda latinoamericana acepta la invitación de elDiarioAR para pensar el devenir del gobierno libertario, sus causas y sus efectos.
García Linera razona sobre la realidad mileísta sin perder perspectiva global. “Milei es un exotismo para Occidente”, afirma. Aporta luminosidad sobre los marcos de referencia del Presidente y su relación con la derecha mundial, su apego al discurso religioso, su afán por restituir un modelo neoliberal. “La paciencia en tiempos de crisis es corta, no son cheques en blanco”, asegura. Interpreta su ascenso en medio del fastidio generalizado, su base de apoyo frente a la recesión y la alta inflación, sus posibilidades de futuro ante la falta de una oposición progresista viable. Incluso habla del impacto de la última marcha federal universitaria. “Son las torpezas gubernamentales las que ayudan a potenciar las cosas. Hoy la iniciativa histórica está del lado de ellos”.
Exiliado en Buenos Aires cuando fue el golpe de Estado en Bolivia de 2019, García Linera volvió a su país tras el retorno del MAS al poder, de la mano de Luis Arce, hoy en crisis con el propio Morales. Suele visitar la Argentina para dar conferencias y participar en debates políticos. El jueves pasado presentó en la Feria del Libro su más reciente publicación: La democracia como agravio, editado por CLACSO. Antes había estado en noviembre, momento en que pronosticó la victoria de Milei: “Mi última vez aquí fue cuando faltaba una semana para el balotaje de noviembre. Nadie en ningún lugar del mundo gana con 150% de inflación. Lamentablemente tenía algo de razón”.
–¿Qué Argentina veía ante el inminente ascenso de Milei?
–¿Cuándo un discurso tan agresivo y tan rupturista puede ser eficiente? No es en cualquier momento. Sino cuando hay una disponibilidad y una fragilidad cognitiva. Ahí las redes pueden tener el poderío que le asignamos y ahí la virulencia del discurso rupturista. En momentos de estabilidad, no pasa nada... las redes tienen un papel marginal, los discursos rupturistas son curiosidades. En momentos de crisis cognitiva, de hartazgo con lo que existe, de ruptura moral, las redes pueden hacer un buen trabajo y los outsiders pueden aparecer como los grandes salvadores.
–La trama de la sociedad argentina ya estaba quebrada de antes de Milei.
–Y él la supo capitalizar. ¿Por qué tanta importancia en los jóvenes? Las redes ayudan, ¿pero acaso esos jóvenes conocieron el neoliberalismo de los años 90? Los mayores de 40 lo conocieron y decían “No puede ser, vamos a regresar a eso”. Claro, pero los jóvenes han conocido un bienestar inicial y luego malestar, inflación, precarización, pérdida de derechos, pérdida de expectativas. Esos jóvenes no son enajenados, son muy razonables. Lo que pasa es que a veces los mayores les queremos achacar nuestras deficiencias a ellos. Y es gente a la que los actores del presente no le alumbraban un futuro. Y entonces aparece alguien y dice “Oigan, tengo la solución”. Solución falsa e irresponsable, pero es alguien que les habla del futuro, mientras que el resto le está hablando del pasado. La gente en esos momentos de crisis abre su cerebro, está dispuesta a oír cosas distintas a lo que ha estado oyendo hasta entonces. Y ahí aparecen los Milei.
–¿La inflación es la gota que rebasó el vaso entonces?
–La inflación no es la culpable, pero es una síntesis de ese presente agobiante que no me da perspectiva de futuro. Es el gran gatillador porque el dinero es el gran socializador de la modernidad. En este encuentro nuestro, el dinero va a mediar porque hay que pagar este café. Estoy pensando qué zapato le voy a regalar a mi hija , estoy pensando en el dinero. Voy a subirme al subte, está el dinero. En el dinero se resume tu poder: cuánto puedes comprar, cuántas deudas puedes pagar... Es un poder social. Y cuando ese poder social se comienza a diluir, como el humo, afecta al trabajo. No puede ser que el día de mañana mi trabajo valga la mitad. Es un escándalo. No puedo vivir permanentemente así, intentando atrapar el humo. La inflación es un disolvente de lealtades sociales, de afinidades, de confianzas, de previsiones. Y Milei les dice “Yo tengo la solución a esta angustia estructural, vivencial y existencial. Te voy a dar certidumbre”.
–Y la sociedad comenzó a escucharlo.
–Es el hombre que supo sintonizar con el elemento central de la vida de las personas y medidor de tu poder en la sociedad: el dinero.
–¿Qué significa que Milei y la crisis de la inflación hayan surgido durante el último gobierno peronista-kirchnerista, que podría definirse progresista o de izquierda en términos latinoamericanos?
–La inflación no la provocó el kirchnerismo; la inició Macri. Viene el progresismo con la misión de acabar con la inflación, porque la inflación golpea principalmente a la gente más vulnerable. Cuando llegué acá, a los 15 días de haber asumido Alberto Fernández, había una inflación del 50% o 60%. Es controlable. Pero sube… 90, 100, 120, 130. Se va con 150% de inflación. El progresismo recibe una herencia de inflación ascendente y no tuvo la fuerza ni la audacia para ponerle fin. Al contrario, la incrementó. Eso es devastador. El problema del progresismo en general latinoamericano y en particular argentino, es que en su segunda ola regresan al gobierno porque las fuerzas conservadoras no solucionan los problemas que ya comenzaron a manifestarse desde el 2015. Viene un gobierno de derecha, no resuelve los problemas y regresa el progresismo. Pero aquí hay un anacronismo del progresismo: enfrenta los nuevos problemas con las medidas y las acciones de la primera ola. Y son insuficientes.
–Podríamos pensar que la derecha vuelve también con sus mismas recetas anteriores.
–Y no les va bien, claro. El problema es que cuando aparece nuevamente el progresismo, ya había cambiado la sociedad y sus problemas. Tendría que haber tomado medidas redistributivas muy fuerte. Siempre hay una solución, pero para eso requieres coraje histórico. Y la segunda oleada progresista es una segunda oleada administrativa, no transformadora. Pero los problemas eran agobiantes. Y a la crisis heredada, la intensificas, por lo que el resultado es desafección, frustración, desencanto, apertura cognitiva a cosas nuevas porque éstas han fallado. Es decir, bienvenida a nuevas propuestas que pueden tener patas cortas, que están generando mucho dolor, pero que en principio aparecen que toman en cuenta tu frustración y te ofrecen una salida.
–Milei promete atravesar el desierto desde una narrativa bíblica, guiados por las fuerzas del cielo. ¿Qué significa ese componente religioso?
–En las crisis cognitivas y de horizonte predictivo, la gente necesita dos cosas: certidumbre y cierta mística mesiánica. Siempre es así. Se necesita una voz que te diga “Atravesaremos el desierto, pero llegaremos al oasis”. Cuando todo está mal, nadie cree que el día de mañana vamos a estar bien, sino que sabe que hay que atravesar un periodo de tránsito doloroso que va a ser recompensado. Y el líder mesiánico te dice “Hay un final feliz”. Es una lógica cultural muy popular que se activa en esos momentos de las crisis cognitivas en todos los lugares del mundo.
–¿Es propio de la derecha o sabe usarlo mejor que la izquierda?
–Las derechas continentales y mundiales escarban en las estructuras mentales de la gente todo el sedimento religioso inculcado desde la niñez, generación por generación. Y la alumbran, la utilizan. Y por eso pueden sintonizar tan rápido. Crean marcos interpretativos de sintonía muy rápido, porque son sentidos comunes sedimentados a lo largo del tiempo. En Bolivia pasó lo mismo, durante el Golpe a Evo entraron con la Biblia. Y estos prejuicios frente a lo popular, a lo indígena, iban a ser limpiados por la voz vivificante y de la palabra del Señor, de la Biblia y de la religión.
–¿No es casual entonces el costado religioso que parece exacerbar Milei? Habla de “la gente de bien” o “el principio de revelación”.
–El esquema religioso es muy polarizante y muy violento, porque es un “yo” que está de la mano del Señor y un “otro” que está de la mano del maligno. Y al maligno qué se le hace: se lo destruye, no se lo reconvierte. No hay maligno reconvertido, se lo extermina. Los movimientos colectivos y políticos de las derechas son auténticas cruzadas culturales e ideológicas porque su mundo es bipolar. No hay intermedio, no hay buenos a medias. Esa es una notable diferencia con lo popular, que siempre es muy integrador y no vengativo. Yo no he visto movilizaciones plebeyas desbordadas, vengativas, pero sí veo el odio en la movilización conservadora. Por eso Milei en su discurso y en su gestualidad está expresando esa furia. Y todo el ropaje religioso le es funcional.
–En esa línea, usted también plantea que el mercado no genera comunidad. ¿Qué esperar entonces del libre mercado irrestricto?
–El mercado siempre va a promover respuestas individuales, porque te interpela a ti en tu capacidad de gasto, de ahorro, de compra, como un hecho personal. El mercado impone respuestas individuales y la reacción inicial a la crisis siempre es individual. Pero eso también tiene un límite, porque el mercado nunca lo puede abarcar todo. Lo mismo pasó en los 90 y es lo que no vieron las políticas de mercado que se creían omnipotentes y omnipresentes más que ahora. La sociedad siempre tiene subterráneamente otras estructuras moleculares de asociatividad: el grupo de amigos, la asociación barrial, el club deportivo, círculo de vecinos. Las estructuras moleculares nunca acaban de ser arrasadas por la ley del mercado. Y bajo agravios o rupturas morales específicas, esas microestructuras fragmentadas y locales son las que en un acto de fusión forman grandes estructuras de acción colectiva. Me llama la atención, por ejemplo, la marcha de los jóvenes de la universidad pública.
–¿Qué vio en la marcha federal del 23 de abril? En su último libro plantea la importancia del desborde a la democracia de esas estructuras moleculares.
–La educación en Argentina forma parte del imaginario de la modernidad. La Argentina es una sociedad construida en torno al mito de la educación y cuando se la agrede, hay algo de fondo. Y va a depender de la torpeza o de la habilidad del Gobierno para que este potencial unificador social se siga desplegando o siga contenido, aplacado. En la torpeza de los gobernantes siempre está el primer impulso a la conversión de una potencia en realidad.
–Fue el primer traspié del Gobierno, pero no hubo una oposición que pudiera capitalizarlo.
–Y mejor. Hay que dejar que emerja algo nuevo contra Milei. Tiene que emerger algo nuevo porque ahí se va a mostrar la creatividad y la capacidad de inventiva del movimiento. Los intentos de querer capturar y capitalizar rápidamente en realidad van a generar distancia, porque aún está en la memoria de las personas la experiencia de que no lo hiciste bien. Pero ojo, son las torpezas gubernamentales las que ayudan a potenciar las cosas. Hoy la iniciativa histórica está del lado de ellos. Y por un tiempo va a ser así.
–¿Cuánto tiempo de gracia puede tener un ciclo conservador y recesivo?
–Lo que está haciendo el Gobierno es enfrentar el principal problema de la gente que es la inflación de una manera muy primitiva: recortó el consumo, enfrió la economía, botó gente del Estado, suspendió la obra pública. Sigue habiendo inflación fuerte, pero se ve una gradiente: le está mostrando a su elector que está atravesando el desierto. Es una ruta dolorosa, pero es una ruta al fin. Antes no tenías ruta. Tiene todavía su plus de confianza que le he dado la gente y que no se desvanece tan rápido porque la crisis es de enorme magnitud. Ahora, para que el plan funcione necesita que haya un flujo de dólares. Pero se pelea con los chinos, que son los que tienen el dinero. Los sojeros guardan la cosecha porque especulan que haya una devaluación. Y el FMI tampoco le va a prestar más, a menos que gane Trump en noviembre. Esta es la pata que está comenzando a fallar.
Milei es un fósil de los años 90, porque en los años 90 no había fronteras. Éramos un mundo sin fronteras. Los nacionalismos eran un recuerdo del siglo XIX porque el mercado global te lo iba a solucionar todo. Es un creyente de eso, pero hoy es un fósil. Nadie en el mundo habla de eso
–O sea hay una interdependencia entre la confianza social y los factores externos a su Gobierno. En definitiva todo depende de su velocidad para bajar la inflación.
–En estos tiempos ya nada es infinito. Las confianzas son de tiempo limitado. Puedes estirarla un poquito como el chicle: seis meses, ocho meses, un año, pero ojo, no exageres tampoco. La paciencia en tiempos de crisis es corta, no son cheques en blanco. La inflación es una licuadora de lealtades. Y puede tener un problema si se descalza demasiado entre la contracción de la economía, la limitación del consumo y los dólares que no llegan. Hoy no puede llevar la inflación al 1% o 2%, que sería la gran victoria que le permite cuatro años de relativa estabilidad. Algo tiene que hacer para conseguir dólares. Ahí no hay milagro. Si a fin de año logra bajar la inflación, tendrá un espaldarazo social. Sino, el hombre va a estar en problemas.
–Su tesis principal últimamente es que transitamos un tiempo liminal, de transición entre el fin del neoliberalismo o la caída del consenso de Washington y un nuevo ciclo económico y de acumulación que aún no emerge. ¿En qué lugar ubica a Milei?
–Milei es un fósil de los años 90, porque en los años 90 no había fronteras. Éramos un mundo sin fronteras. Los nacionalismos eran un recuerdo del siglo XIX porque el mercado global te lo iba a solucionar todo. Es un creyente de eso, pero hoy es un fósil. Nadie en el mundo habla de eso. El Occidente del cual habla el presidente solamente existe en su cabeza. Occidente está comenzando a apostar a este modelo híbrido de proteccionismo y librecambio. Occidente está diciendo “Señores, se acabó la fiesta de libre mercado y ahora hay que tener políticas híbridas de proteccionismo y de libre mercado. Y aparece un fósil en el sur de América Latina que dice ”El Estado es un robo, el Estado es una agresión“. Está atrasado 40 años frente a esa astucia de Occidente.
–¿Milei está fuera de tiempo, no es que está adelantado?
–Milei es un exotismo. Porque el mundo está comenzando a transitar hacia políticas híbridas de una mezcla de libre mercado y de proteccionismo. Estados Unidos y Francia declararon que hay que proteger su industria, sus cadenas de valor. Biden subvenciona la industria norteamericana y Trump dice que le va a meter 60% de impuestos a las exportaciones chinas. ¿Qué libre mercado es ese? Make America Great Again. Eso es Trump.
–¿Cómo se explica la afinidad entonces entre Milei y Trump?
–Trump se abraza con Milei porque hay que enfrentar a los progresistas. Pero son dos universos distintos. Por eso Milei, en medio de Occidente, es un exotismo que les hace recordar los buenos tiempos de los años 90. Lo tienen ahí como una especie de amuleto, pero saben que ya no corresponden al nuevo tiempo. Occidente es más inteligente.
–Milei es una figura radical. ¿Qué alternativa debería surgir desde el progresismo?
–En tiempos de crisis los liderazgos tienen que ser radicales. No es un tiempo administrativo. Ese fue el desfase entre el presidente Fernández y la realidad argentina. Tenías un gobierno y un candidato administrativo para un tiempo disruptivo. No encajaba la ecuación. Un liderazgo administrativo es cuando las cosas van bien y entonces simplemente tienes que seguir jalando lo que funciona bien. Cuando las cosas no van bien, tienes que ser disruptivo, radical. A su modo, Milei fue una criatura de su tiempo. Milei tres años atrás era un exotismo de la televisión para distraerse antes de dormirse. En tiempos de crisis no, es una opción. Los disruptivos se vuelven opción. Y si Milei logra estabilizar, olvídate unos años.
–¿Cómo hacerle oposición entonces?
–Si logra estabilizar, no puede mantener el discurso disruptivo porque la gente te demanda también estabilización. Pero si Milei no logra ese aterrizaje, tú tienes que tener liderazgos más disruptivos. Y ahí es donde yo observo un límite del progresismo. No veo una voluntad de disputar otro curso de acción posible. Veo más una estrategia de que se desgaste, que se queme. A ver hasta dónde llega. Puede ser. Pero si tú a la gente, aún en la marginalidad, no vas alumbrando potenciales cursos de acción distintos a los que ahorita están vigentes, cuando la gente abra su cabeza a nuevas disponibilidades, lo que va a encontrar es un vacío. Y cuando eso sucede, cuando surge disponibilidad pero no hay proyectos de futuro, lo que puede suceder es una implosión social.
–¿Cuál sería un plan de acción para esa alternativa progresista?
–El progresismo tiene que preocuparse de lo que le preocupa a la gente: inflación, trabajo, seguridad. Para esos temas tienes que tener una respuesta. Cursos de acción posibles, creíbles, prácticos. Quizás hoy no te escuchen, pero llegado un momento, si esto falla, puedes ser objeto de atención social. Y me preocupa que la iniciativa histórica la dejes en manos de la derecha. La gran tarea del progresismo hoy es permitir que aflore el debate, dejar de centrarse en sí mismo: liberar el debate progresista que ha sido muchas veces constreñido por la obediencia, por la lealtad, por la disciplina. No depende solamente de si existe un líder, sino un conjunto de ideas y de reformas de transformación de la sociedad argentina que luego encarnen en un líder. El progresismo no tiene ideas nuevas en el continente, vive de los recuerdos de las buenas épocas y con la añoranza no se gana, se gana siempre con la esperanza de futuro.
MC/G