- Es una cinta asfáltica capacitada para que bajen los aviones más grandes del mundo.
- ¿Y bajó alguna vez alguno además del presidencial?
- No...bueno, más que nada él la usaba. Pero aquí podría bajar el avión más grande del mundo porque está muy bien hecha. Por ejemplo, en caso de guerra, se puede usar tranquilamente.
Cada vez que un anillaquense escucha hablar de la pista de aterrizaje o el aeropuerto de su pueblo, se encarga de decir que “no”, “que no es una pista”, “que es una cinta asfáltica”.
Cada vez que un anillaquense escucha hablar de La Rosadita se encarga de decir que “no es la gran cosa”, “que tiene solo cuatro cuartos”, “que es pura galería”.
Cada vez que se le pregunta a un anillaquense si conoció a Carlos Saúl Menem, contesta que “sí”.
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En el Parque Nacional Talampaya, el lugar más turístico de La Rioja, no hay señal de telefonía. Es domingo 14 de febrero de 2021 y en la ruta, de vuelta a la ciudad, un celular capta una y llega un mensaje: “Se murió Menem”. Después entran otros: “¿Qué dicen los riojanos?” “Se quedó el Turco y estás en la Rioja, necesito corresponsales directos” “Guau! En el lugar y el momento justo vos, ¿eh?”.
Unos días más tarde, ya en Anillaco, cuentan que se hizo una misa y se izó a media asta la bandera de la plaza principal. No hay fotos de Carlos Menem, no hay banderas colgadas en las ventanas de las casas, ni rezagos de manifestación alguna de cariño hacía él en la calle. Tampoco hay flores en la puerta de La Rosadita. Pero a la pregunta acerca de cómo está el pueblo con la noticia de su muerte, el gerente de un hotel cinco estrellas responde que “su papá está como loco”, que quiere irse a Buenos Aires, al velorio del Carlos. Uno de uno.
“Fue triste la muerte, porque el Carlos es el más grande para nosotros. Yo creo que nadie te va a hablar mal de Menem acá en Anillaco”, dice el carnicero que es además hijo de una de las empleadas de limpieza de La Rosadita: “Nos enteramos que murió por las redes sociales y se notaba en el pueblo que la gente estaba triste. Antes sentíamos el avión y decíamos ¡Uh, viene Carlos!, y salíamos a verlo aterrizar. Lo vamos a extrañar”. Dos de dos.
Yo me enteré por Facebook. Todo el pueblo subía una foto con él: 'Mi Caudillo', 'Mi presidente'. Se llenó de fotos porque todo el mundo tiene una foto con él“, cuenta la señora que atiende la mercería cerca de la plaza principal.
A media cuadra, y desde el otro lado del mostrador de la librería, Fabiana recuerda que se enteró por el grupo de la familia y se puso muy triste: “Para nosotros Menem es Menem”, explica. “Chau, muchas gracias. Ojalá que encuentres toda gente que te diga cosas lindas de él”. Cuatro de cuatro.
La hipótesis parece tomar forma: los riojanos lo quieren. Falta entender el porqué.
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Al recorrer La Rioja da la sensación de estar en la provincia del “pero no es”. Es la que tiene producción de olivas y vinos, pero no es Mendoza. La que tiene minas, pero no es San Juan. La que tiene un cerro de siete o más colores, pero no es Jujuy.
Hay tres palabras que se repiten cuando un riojano habla sobre su provincia: pobreza, planes sociales y Menem. Pero sobre todo pobreza: algunos se autotitulan como la provincia más pobre de Argentina, pero los datos del Indec no lo respaldan. En el primer semestre del 2020 ocupaba el puesto 28 de los 31 aglomerados urbanos que contabiliza el organismo, contando de más a menos pobre; y el que menor porcentaje de personas indigentes tiene (2,7 por ciento respecto al 10,5 por ciento del promedio).
La problemática con los planes es la misma de siempre: “Viven del Estado y no quieren trabajar”.
Después: “las empanadas fritas de carne son una delicia”, pero como en todo el norte argentino; la pica entre Famatina y Chilecito es una más entre dos ciudades vecinas. Hay cardones florecidos en la ruta y un cerro de colores que suena conocido. El hablar de los riojanos también resulta familiar: porque lo que no se repite, lo auténtico de La Rioja, es que a ninguna otra provincia le nació un Carlos Menem.
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Ahora falta entender por qué.
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Patricia es la dueña del local de regionales El Caudillo de Anillaco: vende aceitunas rellenas con nuez, con salame, con queso. Vende pasta de aceitunas, vende scayatas y aceite de oliva. También vinos caseros con etiquetas con la cara de Menem y alguna frase del expresidente sobre el vino, sobre la política, sobre la amistad. No son las más conocidas. No está “Ramal que para, ramal que cierra”, ni “Estamos mal, pero vamos bien” o la que prometía llegar a la estratósfera y de ahí a Japón, Corea o algún otro planeta en una hora y media.
Atrás del mostrador hay una foto colgada: es ella con un Carlos Menem viejo. “Es de su último cumpleaños que festejó acá en La Rioja, en 2016. Yo soy admiradora de su pueblo, me vine a vivir hace 20 años a Anillaco y siempre me gustó de donde salió un presidente más allá de que haya hecho cosas bien o mal, no sé qué te contaron a vos que sos jovencita”.
Lucía también vende regionales. Canastos de mimbre tejidos y aceitunas, aunque ahora no le quedan más.
- Él era amigo de mi padre, se iban a cazar liebres al campo. Y acá vivía con Cecilia, acá se casó. Imaginate, se casa un presidente con la Bolocco que, ¿qué fue la Bolocco? Miss universo, imaginate. Un casamiento que daban locro y asado: era un hombre muy simple él.
- ¿Lo quieren?
- Obviamente que lo queríamos, lo apreciábamos mucho porque era uno más. Y la amistad es una cosa, después lo que hizo en el país es para analizar.
Norma limpiaba La Rosadita apenas se inauguró, en 1997. Y dice que lo quiere porque él nunca cambió incluso siendo presidente: “Él nos saludaba por los nombres, se acordaba de todo”. Cuando le menciono que en Buenos Aires mayormente lo odian, responde: “No lo quieren porque no lo conocen”.
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Es que la década de los 90 en Anillaco tiene un significante totalmente distinto al que toma para la clase media porteña. En los 90 los anillaquenses no se iban a Disney, ni consumían chicles Ouch, ni pagaban 50 centavos la hamburguesa de McDonald's.
En la década de los 90, en Anillaco se construyeron el Hospital Distrital Mohibe Akil de Menem, el jardín de infantes Carlos Menem (H), una cinta asfáltica para que aterricen aviones y se asfaltaron las calles del pueblo. También se festejaba el Carnaval de la Vendimia y venían a tocar Cristian Castro, Palito Ortega, Horacio Guaraní, Luciano Pereyra, Soledad.
Anillaco es uno de los diez pueblos silenciosos de lo que los riojanos llaman “la costa”; no porque se encuentren a la vera de un mar o de un río, sino de las sierras del Velasco. La tarde no existe: sus casi 3.000 habitantes caminan, atienden un comercio, toman mate, hacen trekking en la montaña o andan en bicicleta bien temprano a la mañana o a la tarde noche.
La plaza principal está sobre la calle Presidente Carlos Saúl Menem y ese patrón se repite en todo el pueblo: el hospital, la escuela y un museo con merchandising de su campaña presidencial también portan su apellido. Y los espacios principales de las no más de 30 cuadras que dura el pueblo están vinculados con el expresidente. La bodega más importante se llama San Huberto, pero antes se llamaba Bodega Menem y producía el vino El Montonero. Varios años antes ese mismo espacio era la casa donde creció Carlos Saúl. El expresidente inauguró en 1995 otro edificio que llama la atención en una esquina de la plaza: un centro de investigación del Conicet con casa para investigadores al mejor estilo Berkeley. Una anillaquense dice que viene gente de Estados Unidos, pero que los investigadores son raros y que no conversan con la gente del pueblo.
“Carlos Menem hizo famoso a Anillaco en todo el mundo. Cambió mucho el crecimiento del pueblo con respecto a los otros pueblos de la Costa que se quejan de que nosotros tenemos todo. Nos tienen envidia porque tenemos estación de servicio, el hospital, una sede del Conicet y una sucursal del Banco Nación y ellos no”, cuenta la de la librería.
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Los anillaquenses lo nombran Menem y no Mendez, pero también hablan de “lo que hizo”, “los diez años”, “lo que te habrán contado”. Explican que “el cariño es el cariño”. No cuestionan las reformas estructurales que dejó el menemismo con la apertura económica, la reducción del gasto público, la liberalización financiera, la toma de deuda externa. De la privatización de los servicios de agua, gas, electricidad, las comunicaciones, los altos hornos y el acero, los ferrocarriles, Aerolíneas Argentinas, YPF. De los desocupados, la flexibilización laboral, la pobreza, la carpa blanca, del industricidio.
“A mí la política no me llama la atención y no te puedo decir mucho. El cariño por él no nos deja ver lo malo”, explica la de la librería. Hace rato que no escuchaba tan seguido la palabra apolítico.
En una charla informal con el actual cuidador de la Rosadita, que va a habilitarse como museo en abril de este año, la hipótesis se convierte en teoría. Después de un rato largo en que habla de lo sencillo y simpático que era Menem, le pregunto:
-Alejandro, ¿vos sos peronista, menemista?
-No, yo soy radical. Pero nunca nos dejaron estar mucho tiempo en el poder. Y a vos, ¿Te gusta Menem?
NR