A las 18.40 se armó una montonera de fotógrafos en el palco del Senado. Arrancó un coro caótico de los obturadores de las cámaras. Cristina Kirchner había vuelto a presidir, tras cuatro horas y media de ausencia, la sesión en la que se aprobará el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. La vicepresidenta abrió el debate pasadas las 14 y se retiró a los pocos minutos.
Durante su regreso por la tarde, escuchó el discurso de dos senadores. Ambos, al igual que ella, rechazaron el arreglo. Fernández de Kirchner siguió con atención la argumentación de la salteña Nora del Valle Giménez y del puntano Adolfo Rodríguez Saá. “No voto en contra del Frente de Todos al que pertenezco y estoy orgullosa de representar. Voto en contra de la deuda ilegítima que tomó Mauricio Macri y del FMI que vuelve a imponer condiciones para repetir ciclos de endeudamiento, crisis social, valorización financiera y fuga de capitales”, planteó la senadora Giménez.
Presidente fugaz en diciembre de 2001, El Adolfo declaró el default durante aquellos días frenéticos. Más de 20 años después, citó a Perón para justificar su negativa al arreglo con el FMI. El speech de Rodríguez Saá le sacó una sonrisa a la vicepresidenta.
Los dos rechazos frentetodistas fueron parte de los 13 votos, sobre un total de 35 en el bloque oficialista, que se opusieron a pactar con el Fondo. Las neuquinas Silvia Sapag y Silvina García Larraburu se abstuvieron.
“Ese préstamo con el FMI fue una estafa”, se quejó maría Eugenia Catalfamo, leal al gobernador Alberto Rodríguez Saá. La chaqueña María Pilatti de Vergara , única senadora netamente cristinista que se anotó como oradora, dio un pronóstico sombrío: “El acuerdo no es evitar el default, es prolongar la agonía. Tarde o temprano lo vamos a sufrir”, aseguró. Y cerró con dramatismo: “Todos sabemos lo que son las imposiciones del FMI, que son tremendos ajustes sobre el pueblo argentino. Nadie más que yo quisiera equivocarse. Si me equivoco que Dios y la patria me lo demanden. Pero si no me equivoco y esta deuda demuestra ser una estafa, espero que Dios y que Justicia, que deseo que no sea esta, se lo demande a los responsables”.
Tras su regreso a las 17.20, Cristina Kirchner abandonó el hemiciclo a las 18.40. CFK decidió no presidir la sesión en el momento clave de la votación. Así, la expresidenta se limitó a cumplir con su rol institucional. Lo hizo durante el discurso de Alberto Fernández el 1º de marzo, en la apertura de sesiones ordinarias. Y durante la votación en Diputados del proyecto de endeudamiento con el FMI, evitó mostrarse contraria a la ley. Al menos, a la luz pública. Por eso esperó a que los diputados dieran su respaldo al arreglo para denunciar el ataque a piedrazos que sufrió su oficina. Ni boicotear, ni dejar los dedos pegados. No imitar a Julio Cobos, ni avalar en un acuerdo que considera nocivo. Esa es la fórmula que ensaya Cristina Kirchner por estos días. Y lo hace en un clima de rencor y desconfianza entre las tribus peronistas.
Porque en el Frente de Todos se instaló algo mucho más disolvente que una mera puja de poder. Dentro de la coalición de gobierno se rompió el contrato de confianza más elemental. El cristinismo ya no le da crédito al Presidente. Y en el albertismo admiten que la interna ya no tiene vuelta atrás. Pero ningún grupo se anima a dar el paso definitivo hacia el divorcio. Pero no lo hacen porque guarden esperanzas de reconciliarse. El statu quo disfuncional les sirve para evitar ser señalados como él o la responsable de la separación.
En ese contexto, el vínculo entre albertismo y cristinismo se convirtió en un festival de versiones, rumores y operaciones. Un funcionario de La Cámpora niega ante elDiarioAr que los funcionarios leales a Cristina Kirchner vayan a renunciar una vez que se apruebe el proyecto. “Salvo que el Presidente tome la decisión de corrernos”, abre la puerta.
Una dirigente alineada con el Presidente descarta en espejo que Fernández considere la posibilidad de echar a los camporistas del gobierno. “La renuncia de Máximo les sirve como polo de acumulación del descontento y para preservar la identidad ideológica, sin la necesidad de romper”, analiza. El acuerdo con el Fondo ya es ley. Pero no de la forma en que pensaba el oficialismo. La avanzada opositora y la falta de apoyo cristinista redujo el proyecto a una mera formalidad. En el camino, el debate evidenció peleas de poder en el oficialismo y la oposición, con un ojo y medio puesto en el 2023. Pese al apoyo mayoritario que obtuvo en las cámaras de Diputados y Senadores, el albertismo salió desgastado del proceso. Evitó el default, pero a un costo alto. El futuro frentetodista está cargado de incertidumbre y de recelos que ya nadie busca disimular.
AF