Cuando hacia fines del 2008, nos propusimos llevar a la pantalla de la Televisión Pública el programa Cocineros Argentinos, a muchos les pareció algo superfluo y banal. Había sido un año de intensos debates. En particular los medios de comunicación privados se habían abroquelado en torno a la oposición jugando muy fuerte en contra de la Ley 125. Entonces, cualquier intento de salirse de esa línea era cuestionado y atacado y los medios públicos empezaban a mostrar una autonomía editorial inédita hasta ese momento. Esto no solo era algo novedoso, sino absolutamente cuestionable por aquellos que durante décadas habían vivido en la zona de confort del status quo que el blindaje editorial les otorgaba.
El 2009 se anticipaba como un año aún más complejo y los medios nuevamente serian protagonistas casi excluyentes del debate público. Nosotros teníamos que prepararnos para eso consolidando una pantalla de calidad y con un neto perfil público, inclusivo y federal que de manera novedosa pudiera moldear una nueva audiencia televisiva.
En esa época, los programas tradicionales de cocina estaban recluidos a las señales de cable y difícilmente tenían una mirada por fuera de las recetas mismas. La idea, entonces, fue transformar a la gastronomía en un medio para articular la comunicación de distintos temas de interés general con la posibilidad de visibilizar, a través de ella, variadas políticas públicas sin caer en la solemnidad ni resignando el placer y la diversión de la cocina. Este fue desde un principio el desafío que rápidamente devino en el leiv motiv del programa.
Así nació Cocineros Argentinos, una propuesta pensada y producida para una pantalla en un contexto determinado. No fue un programa de autor, aunque tuvo grandes conductores. Fue un programa y un concepto que fue moldeando el verdadero espíritu de la Televisión Publica.
Así a lo largo de los años, y de la agenda, articulaba temas en torno a la comida como la salud, la economía de los alimentos, la cadena valor, los distintos actores que participan en ella, la especulación y la estacionalidad de los precios, la historia y la tradición, el turismo, entre muchos otros.
Nunca le esquivó a temas difíciles ni se frivolizaron debates aún vigentes. Supo expandir los límites de su propio programa y fue la marca de muchas celebraciones patrias, festivales populares, eventos e inauguraciones inolvidables. Construyó su propia identidad, la nuestra, de una manera genuina. Creó nuevas audiencias y sintonizó con las más antiguos.
Sin lugar a dudas, su secreto mejor guardado fue la relación que estableció con el púbico: al que nunca pretendió representar, sino hacerlo protagonista y parte del programa. Al que nunca miró desde Buenos Aires, sino que salió en su búsqueda por todo el país. Al que no subestimó como un simple consumidor, sino que lo invitó a participar, sumando a hombres y mujeres de muchos saberes, sin hacer diferencia entre conductores y público porque todos estaban sentados en la misma mesa.
En estos días, un interventor del canal, tomó la decisión de levantar el programa que a pesar de todo siguió siendo el de más audiencia. Los motivos son claros: no son económicos, sino no sería un programa al que año tras año han disputado otros canales privados, como seguramente sucederá ahora.
Hoy, para aquellos que ejecutan el plan de gobierno, resulta una amenaza cualquier manifestación y expresión que represente a nuestra identidad y enaltezca nuestros valores populares. Pero, sobre todo, que tengan a la felicidad como la verdadera potencia de lo colectivo.
En este mismo sentido, no son casuales los ataques a la cultura ni la persecución y estigmatizaron a distintos artistas. Entender esto como hechos aislados o conflictos personales no nos ayuda a dimensionar la gravedad de los hechos. El ataque directo no a un programa, artista o referente popular sino a nuestro más profundo sentido de lo colectivo y al valor de pelear por vivir en una sociedad cuyo objetivo sea construir un porvenir de libertad y felicidad.
Por eso, y como esos guiños semánticos que a veces impone la realidad, la frase con la que se despedía el programa todos los días, cobra un sentido dramático y urgente. Sin temor a parecer superfluo ni banal podemos decir que hoy, más que nunca, TODOS SOMOS COCINEROS ARGENTINOS
El autor fue director de la Televisión Publica