Aníbal Pérez-Liñán es profesor de ciencia política y estudios globales en la Universidad de Notre Dame. Sus trabajos de investigación se centran en cuestiones vinculadas a la democratización, las instituciones políticas y el estado de derecho en las nuevas democracias. Doctorado en Ciencia Política en la misma universidad, sostiene que las élites, contra lo que puede creerse, “son la pieza central de cualquier mecanismo democrático”. “Más allá de las condiciones estructurales, más allá del nivel de desarrollo económico, más allá de la desigualdad social, el compromiso de las elites políticas con la democracia es la principal variable que explica si la democracia sobrevive o se quiebra”, dice.
En un contexto de crisis en el que se relaciona a la clase política al concepto de “casta”, Pérez-Liñán despoja de la connotación negativa al concepto de elites, dice que son inevitables en cualquier sistema político y asegura que “en las democracias que funcionan bien la elites se renuevan. Esa renovación de las élites es lo que les da vitalidad y también legitimidad a las democracias”.
“El kirchnerismo es el establishment hoy en la Argentina”, dice este politólogo de 52 años. “2003 ha quedado muy atrás, y esto marca la importancia de la renovación de las élites que permiten regenerar la dinámica democrática de un país”, asegura. Proceso que, si bien le reconoce al peronismo a lo largo de la historia, hoy ve demorado.
“La democracia como la conocemos es un proceso en permanente construcción -dice Pérez Liñán-. Los regímenes que se consideraban democráticos a principios de siglo XX no lo son para nosotros. La idea de que las mujeres no votaban, las mayorías que no eran de origen europeo no votaban serían impensables para nosotros en una democracia. Las fronteras de la democracia se han expandido”, sostiene. Entre los desafíos de la democracia liberal, menciona lo que considera una “trampa” de los regímenes de sesgo autoritario: “Proponer que hay que ceder algún elemento de democracia para ganar en otro. Este es el espacio por donde se infiltra el autoritarismo”. Pérez-Liñán habló con elDiarioAr desde Notre Dame, en el Estado de Indiana, donde reside.
-Hace años se habla de una transformación de la democracia representativa respecto de sus formas originales. Una adaptación del sistema a los cambios políticos y sociales que vivimos desde finales del siglo XX. El sistema ha confirmado su plasticidad a lo largo de la historia. ¿Qué dirección está tomando hoy la democracia en América latina? ¿Ves que el sistema se está adaptando a nuevos desafíos?
-Lo primero a tener en cuenta es que la democracia como la conocemos es un blanco móvil, un proceso permanente de construcción histórica. Los regímenes políticos que los contemporáneos consideraban como democracias a principios del siglo XX no son regímenes políticos que nosotros consideraríamos democrático. La idea de que las mujeres no votaban, la idea de que las minorías, o mayorías a veces, que no eran de origen europeo no votaban, por ejemplo. Todas estas condiciones hoy en día serían impensables en una democracia. Entonces las fronteras de la democracia se han expandido históricamente en dos dimensiones: en el hecho de que la definición de pueblo se ha expandido y es más inclusiva hoy de lo que era en el pasado. Y también la democracia se ha expandido creo yo en el sentido de que el núcleo de derechos protegidos por la democracia liberal ha ido creciendo a lo largo del tiempo, se ha expandido. Entonces hoy hay una mayor protección de derechos y hay más mecanismos institucionales para proteger derechos de los que había a principios del siglo XX por ejemplo. Y estas transformaciones se han dado en buena medida porque hay movimientos sociales que empujan por estos cambios en diferentes momentos históricos. Puede haber sido el movimiento social obrero a principios del siglo XX, el movimiento de mujeres para lograr el voto, movimientos de diferentes minorías para lograr más derechos. Entonces en este sentido la democracia es un proyecto en construcción. Lo que hay que tener en cuenta también es que cuando la democracia liberal crece de manera orgánica, crece porque los derechos que ya existen y a los mecanismos de difusión que ya existen se le agregan mecanismos nuevos, entonces la democracia se hace más inclusiva. La trampa muchas veces, el engaño de los regímenes autoritarios o de los líderes con propensión autoritaria, es sostener que necesitamos reformar la democracia liberal existente porque es insatisfactoria tal como la conocemos, que necesitamos abrir la democracia por ejemplo a una forma más participativa, pero a cambio de eso cerrar el espacio de participación o de movilización para la oposición o para los sectores que son críticos o para los partidos más tradicionales. Entonces hay algún tipo de trampa, una trampa que podríamos llamar “populista” de algún modo pero es una trampa más amplia que consiste en proponer que hay que ceder algún elemento de democracia para ganar en otro. Este es el espacio por donde se infiltra el autoritarismo.
-Un fenómeno que hemos visto y aún vemos en desarrollo en América latina...
-Tanto desde la derecha como desde la izquierda, ha sido el fenómeno que caracteriza la erosión de la democracia en el período contemporáneo. Si pensamos por ejemplo en Nicaragua o Venezuela, en este caso todavía más visible. El chavismo representó en su momento un proyecto increíblemente popular porque era un proyecto de reforma democrática. Los sectores más pobres venezolanos pero también los sectores de clase media y parte de los sectores altos veían que el chavismo representaba la posibilidad de una transformación de la democracia, y Chávez era un líder increíblemente carismático y dispuesto a hacer los cambios a cualquier costo. Pero la trampa que propuso Chávez fue proponer que para lograr esos cambios y generar una democracia participativa había que conceder el espacio de la democracia liberal y entonces había que reducir el espacio para la oposición y había que concentrar poder en el presidente.
-Esa pretensión se demostró incompatible...
-Sí, exacto. Esta me parece que es siempre la trampa que resulta incompatible. Cuando alguien propone que para reformar la democracia, para crear una democracia mejor hay que eliminar los elementos de la democracia preexistente esa es una trampa que tenemos que evitar a cualquier costo. El crecimiento democrático se produce porque agregamos más cosas, no porque quitamos las existentes.
-¿Cómo interpretas que ese proyecto no tuvo pregnancia en la región, finalmente? Que haya quedado más bien acotado a Centroamérica y el Caribe? ¿Jugaron las tradiciones democráticas?
-Creo que hubo varios factores. Un factor muy evidente que le dio mucho impulso a esta propuesta a principios del siglo XX y que la desinfló a partir de 2013 fue el hecho de que estos presidentes que tenían un discurso transformador tenían la ventaja, tenían el viento de cola del boom de los precios de las materias primas de exportación y eso en Venezuela, en Ecuador, en Argentina, en todos lados produjo una euforia que le dio a estos presidentes una popularidad increíble. Esa ventaja era completamente exógena, no dependía de las políticas de estos presidentes en sí mismos, o presidentas. Entonces en la medida en que ese motor del mercado asiático se desinfló a partir de 2013 este proyecto político también se desinfló. Pero lo que hemos visto es una respuesta a este proyecto político que muchas veces viene desde la derecha y tiene un discurso similar. Bolsonaro representa el proyecto de descontento con la democracia tradicional articulado desde la derecha en Brasil y también tiene un discurso profundamente antidemocrático.
-En teoría política se afirma que la democracia es un sistema de élites en el sentido de que opera en oposición a la utopía de un gobierno con intervención directa del pueblo. ¿Qué se puede decir de las élites hoy en América latina y en la Argentina, un país cuya centralidad política la ocupa el mismo movimiento desde hace 80 años?
-La primera cosa que creo que hay que destacar es que las élites son la pieza central de cualquier mecanismo democrático porque son finalmente quienes compiten por el poder en elecciones, son quienes articulan el trabajo del Congreso, quienes hacen funcionar al Ejecutivo, quienes manejan la Corte Suprema. Parte de mi investigación siempre ha enfatizado que en la medida que podemos medir esto, el compromiso de las élites políticas con la democracia es la principal variable que explica si la democracia sobrevive o se quiebra. Más allá de las condiciones estructurales, más allá del nivel de desarrollo económico, más allá de la desigualdad social. La variable más próxima que explica la supervivencia o caída de la democracia es el compromiso de las élites políticas con la democracia. Las élites son inevitables casi por definición. Porque significa que alguien en algún momento tiene suficiente poder para ejercer el Poder Ejecutivo o tiene poder porque es un representante en el Congreso. O tiene poder porque es una jueza federal de la nación. Por la posición institucional que nos toca ocupar, porque uno es un periodista en un diario importante o porque uno es profesor de una universidad. Uno tiene diferentes responsabilidades que hacen que las decisiones que uno toma tengan impacto para la vida de otras personas. Entonces las élites de algún modo son inevitables en cualquier sistema político. Lo importante en las democracias que funcionan bien creo, y esto es fundamental, hay una renovación de las élites. Las élites se renuevan y se recambian y hay movilidad de las élites. Y esto es lo que le da a la democracia vitalidad y también le da legitimidad, porque no hay siempre el mismo cuadro de personas que están en el poder.
-Incluso más allá de la connotación negativa del término...
— Claro, exacto. La connotación negativa viene porque a menudo pensamos en las élites como en un grupo de personas que tienen poder, que son una oligarquía. Pensamos en las élites en ese sentido tradicional sociológico. Pero yo estoy pensando en las élites en un sentido más institucional que es que hay personas a las cuales el sistema democrático elige para que ejerzan el poder durante un cierto período. Y esas personas naturalmente tienen poder por su posición institucional.
- Se escucha a menudo que los más jóvenes consideran al kirchnerismo, que fue una expresión reformista, renovadora, rebelde de la política, o como a uno más le guste caracterizarla, como el establishment.
-Pero por supuesto, el kirchnerismo hoy en día es el establishment en la Argentina. Y significó una renovación importante en 2003, pero 2003 ha quedado muy atrás. Este es justamente el punto central de por qué es importante la remoción de las élites. Porque permite que surja gente nueva, opiniones nuevas, visiones nuevas, incluso dentro del mismo partido pero que permiten regenerar la dinámica democrática de un país. Y en ese sentido creo que la renovación de las élites es fundamental. Creo que el ejemplo más claro y más extremo de esto es el caso cubano. En el caso cubano hay toda una generación de los años ‘60 que es un liderazgo joven que hace la revolución y que es realmente un liderazgo revolucionario y completamente transformador comparado con el liderazgo del resto del mundo en los años ‘60. Pero si pensamos en el liderazgo cubano de los años ‘60 es el liderazgo cubano contemporáneo con John F. Kennedy... Si pensamos que ese mismo liderazgo siguió hasta principios del siglo XXI sería el equivalente de tener a Kennedy en el poder hasta el siglo XXI. Muestra por qué hoy en día para el resto de América Latina, para buena parte de América Latina, Cuba sigue siendo un modelo de revolución. Pero para las personas que viven en Cuba Cuba es un modelo de estancamiento político.
-Y de opresión.
-Y opresivo, por supuesto. En Argentina no estamos hablando del mismo tipo de opresión política, por supuesto, pero creo que la permanencia del kirchnerismo como un núcleo muy fuerte dentro del peronismo genera esta percepción en la juventud de que hace falta un peronismo nuevo, que se renueve. Y creo que esto es inusual para el peronismo porque una gran ventaja que tiene el peronismo, y me parece que los partidos políticos en Argentina en general pero el peronismo en particular, una de las grandes ventajas que tiene frente a muchos otros partidos en América Latina, y es una ventaja que le ha dado estabilidad a la democracia argentina, es que el peronismo es un partido que se ha renovado. Y vemos los liderazgos cómo han cambiado a lo largo del tiempo, el peronismo ha renovado su liderazgo, ha generado liderazgos provinciales que después pasan a ser liderazgos nacionales, y que cambian a veces la ideología, cambian la política pública, Menem es completamente diferente de Kirchner, Duhalde es diferente de los demás. Pero esta renovación es lo que ha permitido que el peronismo tenga una cara nueva para mostrar cuando la situación económica y política cambia.
-¿Alcanzas a ver un proceso en esa dirección en este momento?
-Sí. Mi percepción es que lo que le ha ocurrido al peronismo en años recientes es algo similar a lo que le está ocurriendo al Partido Republicano con Donald Trump. El problema con Donald Trump en el Partido Republicano es que Trump sólo no tiene suficientes votos para ganar una elección nacional pero el núcleo del Partido Republicano que sigue a Donald Trump es el núcleo más movilizado y más comprometido del Partido Republicano. Entonces es imposible hacer política dentro del Partido Republicano sin tener el apoyo de Donald Trump. Pero es imposible ganar una elección nacional teniendo a Donald Trump como candidato. Creo que el peronismo ha tenido una trampa un poco similar y tiene que ver cómo salir de ese problema.
-En la Argentina se afirma, después de las dos últimas dos experiencias de gobierno, que las coaliciones que polarizan el sistema tienen la virtud de ganar elecciones pero muestran un déficit de gobernabilidad. Les alcanza para llegar al poder, pero no para gobernar. Lo vimos con el macrismo y ahora lo estamos viendo con el peronismo, en cierto modo.
-Sí. Pero me parece que el problema de gobernabilidad es un problema estructural, no es un problema institucional político. Lo que quiero decir con eso es que mi impresión es que los presidentes argentinos son mejores, las presidentas argentinas son mejores cuando son débiles. En el sentido que reconocen su debilidad y saben negociar con las fuerzas de oposición para lograr acuerdos. A veces esos acuerdos funcionan, a veces no funcionan. Pero el peligro son los presidentes que tienen mayorías, y por lo tanto creen que tienen un mandato popular para actuar de manera unilateral. Entonces empiezan a actuar sin formular consensos y esas políticas tienen poco debate público, tienen poca sustentabilidad en el largo plazo, tienen problemas de constitucionalidad. Entonces mi impresión es que los presidentes institucionalmente débiles son un resultado democrático bueno en el sentido que en la medida que son conscientes de su debilidad están dispuestos a lograr acuerdos con la oposición.
-El ejemplo de Argentina sería Alfonsín…
-Sin dudas. Creo que es un ejemplo muy claro. Pero también Duhalde es un ejemplo de eso. Y en parte creo que Macri también fue un ejemplo de eso, que consiguió sobrevivir porque era consciente de su debilidad.
-Hoy tenemos un presidente extremadamente débil porque sus condiciones de legitimidad dentro de la propia alianza son débiles y aparece subordinado a otro liderazgo. ¿Puede ser incluido en esa categoría?
--Lo que pasa es que es una debilidad un poco diferente, porque es una debilidad que tiene que ver con la dinámica interna de su propia coalición y simplemente con la necesidad de recuperar respaldo en la oposición externa. Y la dinámica interna de su propia coalición le hace muy difícil lograr acuerdos con la coalición de oposición. Entonces creo que la posición del presidente argentino no es una posición en la que me gustaría estar porque está en una especie de trampa política de la cual es muy difícil salir.
-La confianza es un elemento clave para las nuevas formas de la democracia representativa. En la Argentina hemos visto un retiro de la confianza del electorado a estas dos coaliciones: el gobierno de Macri perdió la elección, este gobierno, en su primer desafío electoral, recibe una señal de fuerte impugnación. ¿Cómo ves la dinámica de ese voto de bronca o de castigo que alcanza a los dos polos del sistema?
-Me parece que si comparamos por ejemplo la situación de Argentina con Chile hoy en día, Argentina parece tener una ventaja y es que la polarización Argentina creó campos que están en competencia y entonces los votantes saben a dónde ir cuando quiere castigar al gobierno. O cuando quieren aliarse con la oposición. Hoy en día el sistema partidario argentino ofrece opciones claras. Mientras que el sistema partidario chileno funcionó así por mucho tiempo pero la desconexión con la población de los partidos políticos fue tan grande que hoy no hay ninguna conexión entre los partidos tradicionales y los votantes y por eso se produjeron las protestas, por eso tenemos una Asamblea Constituyente altamente fragmentada y por eso tenemos un juicio político al presidente que está en marcha. En Argentina la polarización de algún modo resolvió este problema porque permitió que los votantes se agrupen en estos dos polos y que tengan opciones muy claras. El peligro es que en la medida en que los votantes dejen de creer en los dos polos no tienen adónde ir, entonces ese es el espacio en donde surgen líderes mesiánicos, propuestas impredecibles. Y por eso creo que siempre es muy importante que se produzca, vuelvo al punto anterior, una renovación dentro de esos polos políticos. La renovación de liderazgos con nuevas ideas, con nuevas propuestas permite por lo menos generar expectativas sobre un futuro diferente. En la medida en que los mismos liderazgos se mantienen como referentes de esos polos entonces la población descubre que no tiene opciones viables.
-Se está viendo una erosión en este momento de la coalición oficialista en el poder. Se notó inmediatamente después de las PASO. Y en la alianza opositora, está más asordinado, hay un proceso de lucha por los liderazgos. En espejo con lo que está pasando en el oficialismo, algunas miradas sostienen que si el peronismo se fragmenta, la oposición puede correr la misma suerte, ya no tiene el desafío de la unidad enfrente.
-Ese es un buen punto, sí. Quizás es el gran peligro de los sistemas polarizados. Que los polos se requieren mutuamente para sobrevivir.
-¿Cómo observás el fenómeno antipolítca que en la Argentina está encarnando el candidato Javier Milei?
-Creo que estos fenómenos son en general una parte distintiva de la política democrática contemporánea. En parte porque creo que las redes sociales permiten la creación de comunidades rebeldes que antes eran muy difíciles de formar. Hemos visto olas de protesta en América Latina en Colombia, en Chile, en Ecuador, en Perú. Que se activan de manera muy acelerada como resultado de la actividad en las redes sociales y que muchas veces representan un grupo tan diferente, tan diverso de comunidades que están protestando por cosas distintas que es muy difícil para los gobiernos poder negociar porque no saben con quién negociar. Entonces, este mismo fenómeno de comunidades de protesta que se activan muy rápidamente se transmite también a la dinámica electoral. Vemos estos candidatos que aparecen de manera inesperada, siempre con un discurso que es extremo de alguna manera y eso es lo que permite capturar el espacio y la atención en las redes. Porque en un mundo en el cual recibimos tanta información todo el tiempo el discurso tradicional, el discurso moderado, discurso reflexivo, no produce likes ni retweets. Los candidatos nuevos tienen que apostar a tener un discurso extremo para poder atraer la atención de al menos cierta comunidad. Y eso polariza. Hay mucha gente que piensa que estos discursos no tienen lugar pero siempre hay un grupo de seguidores que conectan con esa visión. Y lo interesante es que en otro período histórico, si bien hemos tenido esta tecnología en otro período histórico, quizás esos discursos extremos hubieran venido de la izquierda pero hoy en día vienen claramente de la derecha.
-El discurso contestatario, el relato contestatario está instalado en la derecha.
-Y tiene que ver con lo que hablábamos antes, con un contexto histórico en el cual el kirchnerismo después de muchos años hoy es parte del establishment.
-Mencionaste los casos de las protestas en Chile, Ecuador, Colombia. Argentina no tuvo esos procesos en estos últimos años en un contexto de fuerte crisis y demostró una fortaleza significativa del sistema democrático y su forma bipolar. ¿Ves que también tiene herramientas para hacer frente a la acechanza del discurso de la anti política?
-Sí, mi percepción es que los proyectos autoritarios en Argentina han fracasado. Incluso proyectos que en algún momento parecían tener respaldo público nunca consiguieron avanzar porque hay un sentido común democrático que finalmente siempre se impone. Creo que no sabemos para dónde van a ir los partidos políticos, es un momento claramente de gran desazón en la Argentina, los partidos políticos tienen que renovarse, los problemas de política pública y el legado de la crisis de Covid van a ser muy importantes. Y sin dudas va a haber mucho trabajo que hacer en temas estructurales de transformación del Estado. Pero mi impresión, yo soy bastante optimista a pesar del pesimismo que claramente domina Argentina hoy en día, pero yo soy bastante optimista con respecto al futuro democrático de Argentina.
- ¿Qué ves acerca del fenómeno del lawfare y qué implicancias podría tener en las democracias de la región? Involucra actores muy sensibles del sistema, la prensa, uno de los poderes como el Poder Judicial...
-Yo soy bastante escéptico con el concepto de lawfare y con el uso político del concepto. En primer lugar, el concepto en sí mismo me parece horrible. Porque el origen del concepto, literalmente lo que significa el concepto, es el “uso de la ley como un instrumento de guerra”. El origen de ese concepto tiene que ver con el período posterior al 11 de septiembre, cuando Estados Unidos empezó a adoptar políticas que eran claramente violatorias de derechos humanos y por lo tanto los organismos internacionales de derechos humanos empezaron a exponer los abusos que Estados Unidos estaba cometiendo, a criticar las nuevas políticas de seguridad. Entonces el concepto de lawfare emergió como parte de ese debate porque algunos intelectuales de derecha en Estados Unidos decían: “estas personas que son aliados implícitos del terrorismo en realidad están utilizando el derecho internacional como un arma de guerra para debilitar a los Estados Unidos”. Ese es el origen del concepto, es un origen horrible. Y para mi es incomprensible que la izquierda latinoamericana haya absorbido ese concepto para defenderse de lo que perciben como el uso injusto de las investigaciones de corrupción, en el caso de Brasil contra Lula por ejemplo, o en el caso de Argentina, Cristina.
-¿Cómo está la situación en Estados Unidos después del primer año de Biden en el poder, la derrota demócrata en la elección a gobernador en Virginia, el triunfo tan estrecho en Nueva Jersey, elecciones en las que el presidente había puesto grandes expectativas. ¿Cuál es la situación de Biden hoy?
-El Partido Demócrata es un partido bastante dividido hoy en día en parte porque tiene que hacer el trabajo de dos partidos. El Partido Republicano se ha movido tan a la derecha y se ha vuelto tan extremo que hoy en día en el Partido Demócrata hay una izquierda al estilo norteamericano, que siempre es una izquierda muy particular, pero hay una izquierda que busca adoptar políticas sociales mucho más ambiciosas y mover como el Estado norteamericano hacia un proyecto más progresista. Pero también hay senadores, por ejemplo senadores demócratas representando a Estados como West Virginia que son muy conservadores porque representan una base política conservadora. Normalmente uno pensaría que esos senadores deberían estar en el Partido Republicano pero el Partido Republicano se ha movido a una posición extrema. Entonces mi percepción es que hoy en día esa diversidad, ese conflicto que se produce dentro del Partido Demócrata es un conflicto necesario porque el Partido Demócrata está de algún modo generando la negociación y el consenso que debería estar obteniendo el Partido Republicano pero que hoy en día es imposible negociar.
-Esa dificultad se traslada al Senado, un escenario de paridad extrema...
-Sí, esa dificultad se manifiesta especialmente en el Senado porque bastan un par de senadores demócratas más conservadores para que los proyectos más progresistas no puedan pasar. Porque tienen un voto muy limitado.
-¿Qué influencia está teniendo en la democracia liberal de Occidente la emergencia de China, ya no tan pacífica como hasta hace poco, algo más alejada de la estrategia de poder blando, más activa y discursivamente beligerante? En el sentido en que en el mundo están empezando a convivir regímenes autoritarios capitalistas con democracias liberales, capitalistas ¿puede haber un desplazamiento hacia occidente de esta modalidad del capitalismo, que encierra los rasgos más perversos de todos los dos sistemas?
-Sí, es un capitalismo donde el derecho de propiedad es lo suficientemente bueno como para ayudar al crecimiento pero nunca está garantizado porque el Partido puede citar políticamente capturar algo. Mi impresión es que China tiene impacto sobre la dinámica de la democracia en múltiples niveles, algunos implícitos y otros explícitos, y eso varía mucho con las regiones. China no ha sido particularmente militante en términos de exportar su modelo político. Pero a diferencia de Estados Unidos o de la Unión Europea no tienen un problema para el modelo político de nadie más. Entonces están dispuestos a hacer negocios con quien sea. Esto por supuesto ofrece una enorme libertad y un enorme margen de maniobra por ejemplo para los regímenes más autoritarios en África porque pueden recibir inversión china sin tener ningún tipo de condicionamiento. Entonces ese es uno de los primeros efectos, que este pragmatismo chino abre el espacio para que los regímenes autoritarios puedan hacer negocios de una manera que antes no podían. El segundo efecto, que sí es mucho más militante, es en partes de Asia como Hong Kong y potencialmente Taiwán. Ahí sí hay una amenaza directa a la democracia porque China tiene intereses estratégicos y está dispuesto a defenderlos de manera violenta si hace falta. Esto es particularmente claro en el caso de Hong Kong. Y en términos más generales creo que el impacto, el tercer impacto de China es un impacto estructural y que ha socavado la democracia de manera indirecta. La emergencia de Donald Trump representa un poco eso. Y es lo que China ha generado, al generar una fuente de producción industrial altamente competitiva y mucho más barata que lo que significa producir en los centros industriales de Estados Unidos o de Europa occidental, lo que tradicionalmente pensamos como los países centrales. Al generar un foco industrial mucho más competitivo que esos países centrales China ha colocado a los trabajadores de los países como Estados Unidos, los trabajadores industriales, en la situación que históricamente estuvieron los trabajadores de América Latina, que es una situación en la cual como consumidores les gustaría que las fronteras estén abiertas porque paga los productos más baratos, pero como productores para su industria quieren que haya proteccionismo porque entonces si no la industria china los liquida.Entonces, eso crea una serie de conflictos políticos importantes. El conflicto político de los líderes nacionalistas que adoptan un discurso populista que dice yo voy a cerrar la frontera para proteger al pueblo de las élites oligárquicas que hacen negocios en el sistema internacional y que son cosmopolitas pero en realidad no se preocupan por el pueblo. Esta dinámica trumpista es la dinámica populista históricamente de América Latina.
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